A propósito del concurso de minicuentos convocado por la filial de escritores de la UNEAC matancera
El pasado 16 de mayo durante de la Jornada de la Crítica Artística y Literaria celebrada en Matanzas se dieron a conocer los resultados del concurso de minicuento «La cola de la serpiente» convocado por la filial de escritores de la UNEAC en la Atenas de Cuba.
El jurado, presidido por los escritores Norge Céspedes e integrado por Leymen Pérez y Mireya Cabrera Galán, consideró finalistas los textos «UMBRAL» de Miriam Rodríguez Hernández, «Actuación de lujo» de Carlos Ettiel Gómez Abreu y «Perlas a las puercas» de Dianelys Pérez Pujol. Asimismo decidió por unanimidad otorgar el Premio «La cola de la serpiente» al minicuento «El escuchador» de Ulises Rodríguez Febles.
Gentilmente nos han hecho llegar estos textos que compartimos hoy con nuestros lectores de Cubaliteraria.
UMBRAL
Job 38:17.
La ráfaga de aire ardiente penetró la piel haciendo más desgarradores los pinchazos del marabuzal por donde se abría paso.
El calor invadía su estómago, rebotaba en los pies descalzos y subía al cerebro desfigurando memorias.
Solo estaba seguro de que no debía detenerse.
Cesaron los pinchazos. Al compás del dolor latía la piel expuesta al sol del desierto. Deslumbrado tropezó y cayó de bruces sobre la arena. Casi a rastras echó a andar de nuevo.
Las dunas se superponían formando montañas, cordilleras, infinito.
Debilitado en extremo llegó a la cresta de la cordillera.
Ya no eran dunas. Ahora se amontonaban barrancos y farallones, perfilando un enorme cañón. Vagamente recordaba esa imagen pero ¿de dónde? ¿Por qué no detenerse y esperar allí? No. caer, levantarse, avanzar; eran órdenes provenientes de un sitio olvidado que lo impulsaban a seguir.
No supo diferenciar entre los primeros copos de nieve, la gran ventisca y la ráfaga helada porque todo llegó juntamente, como quizás debía ser.
Cayó al pie de un árbol sin preguntarse de dónde había salido. Sin preguntarse nada más.
Por Miriam Rodríguez Hernández.
Actuación de lujo
—¿Ser o no ser? —Preguntó con la calavera en su mano.
Un hombre de la primera fila se había dormido. El actor sintió deseos de lanzarle la calavera. Aun así continuó la obra. A cada rato miraba al insensible que tuvo el descaro de dormirse enfrente de él.
Debido a esta desagradable incidencia, las expresiones en el rostro del artista enriquecieron de modo extraordinario la puesta en escena. Su actuación fue increíble. Los aplausos del público duraron veinte minutos. El teatro se puso en pie, excepto aquel hombre. Una dama lo incitó a pararse tocándole el hombro. En definitiva, el señor no dormía…
Luca Petrovich soñaba un papel protagónico. El Director solo lo utilizaba en la primera función de las obras como simple figurante. Los aplausos siempre eran para el actor principal, aunque Luca era la clave para que aquel destacara con un extraordinario desempeño dramático.
Nadie valoraba su actuación de hacerse el dormido en primera fila durante el espectáculo, excepto (tal vez) el Director. Pero odiaba la forma en que Stanislavski le reconocía su trabajo, mientras lo cargaba al camerino. Era humillante oírle decir:
—Para ser maniquí, no lo haces mal.
Por Carlos Ettiel Gómez Abreu.
Perlas a las puercas
Mi padre dice que mi madre es buena perla (ella es blanca y se pinta de rojo para ir al pueblo) y también que es una puerca. «¡Te crees muy inteligente!» Ella responde que no es doméstica. «No lo seré NUNCA. Con la que tenemos no necesitas otra más… Hace de todo…» y me tira contra él.
Le da la espalda mientras abre la puerta, pero el afuera solo se ve un instante. Él la agarra por su pelo tan bonito y la sacude contra la pared hasta que la madera se mancha. Ella cae. Él la carga: «los novios entran a la recamara nupcial». Grita «Limpia eso. ¡Cállate!». Sale y tranca.
Limpio mientras oigo a las puercas. Enjauladas porque comen niños. Me lo dijo él, pues les gusta la sangre; me decía si yo me negaba. Las escuché armar un gran escándalo. Escuché el ulular de las puercas restregándose salvajes, disputadoras.
Cuando los tipos azules vinieron, mi padre, muy compungido, les mostró la casa y los alrededores:… «Pobrecita (sollozos)… parece que tropezó… ella a veces lo hacía por él: echar la comida…él estaba cuidando a los toros y la niña fue a avisarle… ellas andaban juntas… cuando él llegó ya no pudo hacer nada…». Me miraba y lloraba pero yo distinguía sus ojos detrás de las lágrimas. Los tipos nos observaban con lástima y un poco de horror; le palmeaban la espalda, mas yo lo veía sonreírme aunque ellos no lo vieran. Sonreía como cuando yo me negaba; él me enseñaba el corral de las puercas y pronunciaba sus nombres: Una por una.
Por Dianelys Pérez Pujol.
El escuchador
Según profetizó el filósofo, se fueron extinguiendo los que escuchan y solo han quedado los que oyen. Antonio está buscando alguien que lo escuche; pero como se ha vuelto una profesión y un negocio por el que la gente paga para que otros en realidad los escuchen, se ha hecho complejo descubrir a los auténticos de los que se hacen pasar por escuchadores y después viven de contar lo que le has contado o de, simplemente, hacer ver que se han interesado por lo que dices, pasarte la mano por el hombro, darte unas palmaditas y decirte: «no te preocupes, que todo se resolverá» y ser en realidad oidores, como la mayoría.
Antonio ha descubierto que, en realidad, casi no existen los que escuchan, porque ha contado a muchos sus conflictos, sus traumas, sus esperanzas y su corazón sigue agitado, y nada se transforma a su alrededor. Abundan los oidores, disfrazados de escuchadores.
Un escuchador alivia el espíritu, lo renueva, y sobre todo renueva la realidad, que es la prueba de su autenticidad.
A Antonio le han contado de un lugar, en el que habita un escuchador de verdad, dicen. Quizás el único lugar del mundo es muy lejos, muy peligroso, lejos de todo lo que conoce; pero Antonio ha salido a buscarlo, sin importarle nada. Es muy triste, estar rodeado de gentes, que no te escuchan y solo oyen. Es muy triste, que quizás el último escuchador se haya extinguido y lo que el busca sea una utopía.
Por Ulises Rodríguez Febles.
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