
Rebeldes y patriotas por herencia, las hermanas Loynaz supieron alzar su pluma ante un mundo contrario a cualquier voz femenil. Dulce y Flor, quietas en su casa del Vedado, hicieron brotar la semilla fértil de la poesía. Aunque una más reconocida que la otra, no cabe duda de la excelencia de ambas. Quienes componían versos desde la edad temprana dibujaron un universo íntimo, aislado de su caótico tiempo.
En su poesía, fundamentalmente intimista, habita una singularidad femenina, el aislamiento del mundo. La otredad planteada por Simone de Beauvoir, un apartado diferente, pero el cual supieron transformar en materia poética. Muestran un paisaje interior de su ser, único, pero válido para cualquier mujer que las lea. Los poemas «Isla» y «La poetisa vieja», el primero de Dulce y el segundo de Flor, son un vívido ejemplo de ello, pues aunque ambos textos difieran en su temática, evocan la soledad y el aislamiento femenino.
Es en esta condensación, que nacen una serie de imágenes recurrentes en sus poemas, las cuales dan cuerpo al imaginario femenino, demostrando así que su naturaleza parte de dos raíces esenciales, una telúrica y otra espiritual.
La primera es un arte nacido de la tierra, pero que debe buscar la cima de lo infinito, constituye la cumbre del pensamiento humano, alejado de su naturaleza salvaje, arropada en las ideas y la filosofía. El agua, en su manifestación sensorial, trasciende su mera cualidad física para convertirse en un vehículo de expresión emocional y cultural.
En el contexto insular, el agua adquiere una relevancia aún mayor, representando no solo el entorno geográfico, sino también un sentir arraigado a la experiencia de habitar un espacio limitado y rodeado por el mar. Esta conexión sensorial se extiende, en la poesía, a la representación del alma femenina.
La atribución de una naturaleza inconstante, rebelde y libre al ser femenino, en paralelo con las características del agua, revela una profunda conexión simbólica. Esta asociación se evidencia en la voz lírica citada, donde la identidad femenina se define a través de la imagen del agua que «crece del mar y muere de él», que se alza para luego deshacerse en «nudos desatados». Esta fluidez y dinamismo reflejan la complejidad y la capacidad de transformación inherentes a la experiencia femenina.
La cita «Me come un mar de arcángeles sin cielo, naufragados» intensifica la carga simbólica del agua, sugiriendo una inmersión en un espacio liminal donde los límites entre lo divino y lo terrenal se desdibujan. Este «mar de arcángeles» puede interpretarse como una representación de las fuerzas espirituales y emocionales que moldean la identidad femenina, a la vez que alude a la vulnerabilidad y al potencial de «naufragio» inherentes a la condición humana.
Igualmente existe otra imagen telúrica de peso ligada al carácter neorromántico de su obra, donde la naturaleza constituye una metáfora de la mujer y su sentir, explicado desde la raíz de lo sensible y la plenitud del alma. Los elementos naturales son personificados, y dotados de caracteres femeninos: la tierra, la flor, la mariposa, la nube, la estrella, la raíz, la planta y las frutas.
Estos elementos, culturalmente han sido asociados a lo largo de la historia con las féminas; la naturaleza como madre de la humanidad. En el poema «Tierra cansada», de Dulce, se aprecia una magnifica expresión de lo anteriormente expuesto: La tierra se va cansando, la rosa no huele a rosa… La mariposa volará toda una tarde para reunir una gota de miel… ya no son las frutas tan dulces como eran otras.
La expresión «de miel… ya no son las frutas tan dulces como eran otras» revela una proyección del estado emocional del yo poético hacia el mundo natural. La disminución de la dulzura en las frutas sugiere una pérdida de la inocencia o de la alegría, que se manifiesta en la percepción sensorial del entorno. Esta proyección es fundamental para comprender la relación entre el sujeto lírico y la naturaleza.
La idealización de la tierra y la asociación de lo femenino con lo romántico sugieren una visión particular del mundo natural como un espacio de refugio y de identificación. La tierra, en su feminidad, ofrece un eco de las emociones y experiencias del sujeto lírico, creando una relación de empatía y de resonancia que es característica de la sensibilidad romántica.
Para adentrarse en la vertiente de tono espiritual se retoma el poema de Flor «La poetisa vieja», introduce una imagen de autoflagelación que revela una profunda crisis espiritual. La expresión «Soy la muchacha aquella, que aun sabiéndose amada, nunca diera a la vida verdadero valor» sugiere un sentimiento de culpa y de arrepentimiento por no haber aprovechado las oportunidades que la vida le ofrecía. Esta autoflagelación se manifiesta como una negación del propio valor y una autocrítica severa.
La segunda imagen de carácter espiritual se encuentra en el sacrificio, imbricado, en el caso de estas autoras, con la simbología cristiana. Este elemento también ha sido representativo en la construcción social de la imagen femenina, la mujer debe ser sacrificada, pero solo por lo moralmente correcto; de no resultar así, estas son satanizadas. Pero dichas poetas han de seguir el legado de Sor Juana, que, aun profesando una profunda fe, han de levantarse contra las barreras que las separen de la poesía y su sentir.
En sus obras el sacrificio se presenta como un reto de vida, un camino a la continuidad por mero acto de esperanza; es un peso que les ha sido asignado y con el que deben cargar. Un mal necesario comparable con la crucifixión, pero para salvarse solo a sí misma. Esta imagen se manifiesta con claridad en el texto «El mismo camino», de Flor: Hay que ir siempre por el mismo camino que yo sola he cruzado… ¡y llegar hasta ti ¡Para luego alejarme por el camino… con los ojos llenos de tarde!
La noción de sacrificio, tal como se manifiesta en la obra de estas poetas, exhibe una complejidad que trasciende la mera internalización de mandatos socioculturales. Si bien es innegable la influencia histórica que asocia lo femenino con la abnegación y el autosacrificio, la resignificación que las autoras imprimen a este concepto opera como un mecanismo de resiliencia y autoafirmación.
El sacrificio, lejos de ser asumido como una imposición heterónoma, emerge como una elección consciente, un acto de resistencia individual. Se postula que esta actitud no se limita a una simple aceptación pasiva del sufrimiento, sino que se configura como una estrategia de empoderamiento, donde la poeta transforma la adversidad en una fuente de fortaleza y creatividad. En consecuencia, el sacrificio se conceptualiza como una manifestación de rebeldía implícita, una forma de subvertir las expectativas impuestas y reclamar la autonomía sobre la propia existencia y expresión artística.
Además de los aspectos mencionados, existen otros que caracterizan el imaginario femenino de su poesía. Estos son los elementos que conforman la construcción de lo femenil, declarados en la obra de Simone de Beauvoir. En ellos están las claves para desentrañar el sentir de la mujer, y es precisamente ese sentir, el que desborda Flor en uno de sus poemas sin titular, donde expresa: Para ti yo quisiera ser la estrella más alta… Pero más que estrella y flor prefiero ser mujer.
No cabe duda de que el texto encierra dentro un tono sensual que conduce al erotismo, rozando con suavidad las papilas más superficiales del deleite. Obviamente una actitud impropia de una dama de su época, pero totalmente natural para las féminas de todos los tiempos.
Hay en Dulce también una carga erótica en varios de sus poemas, desde el uso de los rasgos de la feminidad como metáfora, hasta la expresión más insinuante del amor; en «Deseo» dice: Que me sean tus brazos horizonte y camino, camino breve y único horizonte de carne: Que la vida no vaya más allá, que la muerte se parezca a esta muerte caliente de tus brazos.
El erotismo en la mujer, visto desde su propia óptica es un desafío a la sexualidad impuesta, un acto de irreverencia ante la sociedad que la condena. Estas hermanas supieron levantar desde su estética, una rebelión desde la palabra.
Dentro del entramado de representaciones exploradas, resulta pertinente destacar la temática de la maternidad, una experiencia ausente en la vida de ambas poetas, quienes manifestaron un anhelo profundo por ella. La procreación, a lo largo de la historia humana, ha constituido un distintivo intrínseco de la feminidad, una vivencia, ya sea apreciada o rechazada, inherentemente ligada a la condición femenina.
Más allá del deseo individual de procrear, la imposibilidad de concebir puede generar en las mujeres una sensación de vacío existencial, una percepción de carencia en su propia corporalidad. Este escenario se observa en el caso de las hermanas Loynaz.
Ambas autoras plasmaron en sus composiciones poéticas la gestación de ese hijo imaginario, expresando la desilusión y el desconsuelo derivados de la infertilidad. Tanto Flor como Dulce abordaron dicha temática, como se evidencia en el poema «Canto a la mujer infértil» de esta última. En la obra, se describe la profunda sensación de vacío que experimenta una mujer ante la imposibilidad de dar vida, lo que puede conducir a una percepción de inutilidad y a una autocrítica destructiva. La referencia a la «Madre imposible, pozo cegado, ánfora rota» ilustra la internalización de una imagen femenina definida por la carencia maternal.
La vindicación de lo femenino emerge como un motivo recurrente en la poética de estas autoras. No resulta sorprendente que, como integrantes de una colectividad históricamente marginada, ellas plasmaran su perspectiva sobre dicha condición a través de la escritura. Además, cada poeta encarna una figura reivindicadora, ya que el simple acto de escribir desafía las convenciones sociales y se erige como la voz de aquellas que no son escuchadas.
La palabra debe liberarse, como se expresa en el poema «Sin nombre II» de Dulce, donde la autora se identifica plenamente con su creación. La mujer, en su singularidad, experimenta y vive una realidad diferenciada. El anhelo expresado por Flor en uno de sus textos, «Quién fuera libre como la luz, corazón mío», refleja el deseo de ser auténtico, de manifestar la propia identidad sin temor al juicio ajeno.
De manera paralela a los versos de declaración, se encuentran aquellos que denuncian la opresión. La oración de una rosa flagelada por los hombres y el matrimonio de una hija del diablo sin conocimiento de su consorte, constituyen ejemplos representativos de la obra de las hermanas Loynaz.
En ellas se condensa el arte poético de las grandes musas, seres capaces de generar un deleite singular para el espíritu. Sumirse en sus versos equivale a sumergirse en el imaginario de todo un género, trazando surcos en el corazón y destilando estrellas de belleza. Representan un alegato de autenticidad para todas las mujeres de esta tierra, quienes, incluso careciendo de los medios para plasmar su ser, siempre poseerán su palabra en el aire, la que vuela libre.
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