Jugó todo el tiempo con la muerte. Ella fue su detonante, su sustento. Quiso entretenerla y se puso un seudónimo: Mary Westmaccot, mas… por poco tiempo, porque se hizo famosa con el suyo propio, mientras asesinaba con métodos más perfectos. Los venenos eran su arma más frecuente.
Nacida de una familia conservadora, de clase media, fue una niña tímida y retraída que no quiso jugar con muñecas sino con amigos imaginarios. Se esforzó por ser una mujer común: cocinar pasteles de carne, tomar el té de la tarde acompañados por bollos, de vez en vez zurcir algún calcetín; pero la consumieron los libros y no tuvo más remedio que escribir, y fue novelista, dramaturga y poeta:
Abajo en el bosque
Ramas de castaño desnudas contra un cielo azul,
(Y silencio dentro del bosque)
las hojas, lánguidas, caen bajo tus pies,
troncos marrones llamativos están esperando el momento oportuno.
(Y silencio dentro del bosque)
La primavera ha sido justa con el hábito de la juventud,
el verano con su generosidad lánguida de amor,
el otoño con la pasión que pasa a dolor.
Hoja, flor y llama han caído y fracasado.
Y la belleza, la belleza desnuda se queda en el bosque.
Ramas de castaño desnudas contra una luna loca,
(Y algo que se mueve en el bosque)
las hojas que se mueven ligeramente y se levantan de la muerte.
Ramas que hacen señas y miran maliciosamente a la luz.
(Y algo que camina en el bosque)
¡Sonando y dando vueltas, las hojas están vivas!
¡Guiadas por la muerte en una danza diabólica!
¡Chillidos y balanceos de árboles aterrorizados!
Y el viento que va sollozando y temblando.
Y, el Miedo… ¡El miedo desnudo sale del bosque!
Pero las cosas sentimentales no le iban bien; de hecho, su esposo la engañaba. Tras una fuerte discusión con él volvió a recurrir a la muerte. ¿La fingió?
Profundamente deprimida, sufriendo insomnio y apenas sin comer, desapareció a las 9 y 45 de la noche. Encontraron su auto abandonado en la carretera, con rastro de sangre, su abrigo y el carné de conducir. Un pequeño montículo impedía que el vehículo se hundiera en un acantilado.
Casi toda Inglaterra se concentró para buscarla. Hasta Arthur Conan Doyle, el autor de Sherlock Holmes, llevó un guante de la desaparecida a una médium y hubo sesiones espiritistas en el mismo lugar de los hechos. Hasta el perro personal fue traído pero nada pudo hacerse. Se habló de un suicidio, de un asesinato… y las cartas llovían en los periódicos, escritas por sus seguidores exigiendo su paradero, y se ofrecieron cien libras por cualquier información y Scotland Yard fue presionado…
Pensaron que se había ahogado en Silent Pool, un profundo lago que se encontraba a corta distancia del auto. Hasta que once días después, cerca de allí, el empleado del hotel Swan Hydropathic la reconoce y llama a la policía. Presentaba un cuadro de amnesia que le hizo callar obstinadamente. Se había inscrito con el nombre de Teresa Neele. Este nombre falso estaba compuesto por el apellido de la joven amante de su marido.
¿Quiso en verdad suicidarse? ¿Quiso vengarse de su esposo para que lo acusaran de asesinato? Durante varias semanas recibió tratamiento siquiátrico, pero un día se dijo: «El secreto de salir adelante es comenzar»; y dos años después se volvió a casar, viendo a sus hijos crecer: a Hércules Poirot y Mary Mead.
Los dos le habían nacido detectives. El mayor tuvo más éxito, solo falla en un caso; a la pequeña no se le escapaba ningún detalle. Los dos con la misma filosofía de su madre ante la naturaleza humana: «cualquiera puede ser un asesino, hasta la más apacible dama de un cuidado jardín de rosas de Kent».
Muere Agatha Christie, la gran reina del misterio, a los 85 años, de causa natural, el 12 de enero de 1973, llevándose consigo los sucesos verdaderos de aquella desaparición, en los que ella fue una novela más; dejando títulos como: Asesinato en el Orient-Express (1934), Muerte en el Nilo (1937) y Diez negritos (1939). En el Telón, su última novela, muere Hércules Poirot un año después de su progenitora, en 1974, sellando así una carrera ficticia de casi sesenta años.
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