A primera vista, la historia puede ser vista como un palimpsesto de ideas, un tejido de textualidades que, por azar y algo de oficio, fue colocado dentro de una narrativa con costuras. Y es cierto, sí, porque en alguna medida —en muchas— la historia funciona más como guion de acotaciones escénicas que como relato independiente. El lector parece asistir más a una obra de teatro que al rizoma narrativo. Como ejercicio de experimentación vale. Como cuento independiente, quizás no mucho. Aunque, eso sí, se aprecia la asunción —por parte del narrador— del tema de la guerra, no solo en la superficie sino también en la sumatoria concreta de una estructura interna y externa caóticas. Esto se evidencia, sobre todo, en la elección del tono discursivo que, pese a resultar beneficioso en ciertas circunstancias, es aquí carta de pérdida. La narrativa es tan oscura y tan desordenada que, auguro, quien lea podrá solo asirse a fragmentos de una historia y, tomando estos, necesitará construir el amplio edificio de su propia dramaturgia.
A priori, nada malo en ello. Nada negativo en el hecho de asumir la construcción conjunta: autor y lector, codo a codo. Solo pienso que este narrador
en particular aún carece de las herramientas técnicas y narrativas para hacer, del caos, cosmos.
Sí se agradece, en otra instancia de comprensión, el uso de diversas voces que se cuelan en el texto para ofrecer cierta forma de cuestionamiento, de incertidumbre, de raciocinio o de verdad. Estas esencias, estos personajes, solo muestran un ángulo de la realidad, un ángulo que en ocasiones se reduce al fragmento de una carta, al hijo que pregunta insistente, al soldado que se suicida, al héroe sin nombre, al número infinito. Hechos de la guerra que imbrican su dramaturgia y amplían el mundo del cuestionamiento. Hechos sin aparente conexión pero que, de repente, si se une carta con anécdota, foto con fábula, pregunta con voz, quizás —solo quizás— ofrezcan un mapa mucho más extenso de lo que inicialmente creíamos.
Angola, su épica, continúa siendo motivo y tema de muchas historias actuales. Hay cierto atajo ahí, y cierto nudo que nos hace recurrir a la memoria sensitiva de la nación pero, sobre todo, a la memoria sensitiva particular de cada uno. La transmisión del conocimiento doloroso de padre a hijo, de realidad a anecdotario, de bala a medalla, hacen de estas narrativas un particular testimonio del remanente de una generación.
Dentro del caos que compone esta narrativa, yo no dejaría de recomendarla. Ha de ser observada como cuadro impresionista. No espere usted entender dónde empieza y termina cada figura, sino préndase de la sensación de lo difuminado. La columna de humo y el as de niebla pueden ser, en ocasiones, tan agradables como la más sólida arquitectura. Eso sí, no espere que este edificio de la sensorialidad se resista al principio de la certidumbre. La dramaturgia de la guerra es, en ocasiones, solo un ejercicio escritural.
Marco González Barthelemy (1998). Su experiencia desde la praxis de la dirección escénica y la dramaturgia le han hecho presentar un texto autobiográfico (unipersonal) en el marco del “Festival de Las Artes” como parte del proyecto SUMARTIS. Ha publicado en el Boletín “En Conjunto”, de Casa de las Américas, con vistas a espectáculos de Mayo Teatral 2018. Actualmente estudia en el ISA, Facultad de Arte Teatral, en el perfil de Teatrología. Este es su primer cuento publicado.
Foto en blanco y negro
Los lugares que se construyen en la imaginación son sitios de recuerdos varados, de amaneradas imperfecciones e imágenes empastadas en blanco y negro. Aberraciones monomaniacas de paraísos artificiales, solo posibles en la mente del artista perturbado. Los lugares que se cocinan en la fantasía, al calor de los recuerdos que nos quedan de otras vidas, son lugares imperfectos, diseñados por el imaginador para la tortura de los que imaginan, son los asilos heredados de las memorias fallidas. El artista con espíritu romántico no le regatea a la tarde, la musa venal inspiradora de tragedias, y tampoco pide a quien no concede préstamo alguno, la fantasía ajena. El buen artista, como un dios, crea universos y mundos nuevos, con lo que tiene, con sus demonios y sus misterios, con sus afanes y con sus miedos.
Quien nos cuenta lo hace desde un lugar impregnado de memorias que flotan a la luz ultravioleta de un cuarto de revelado.
—Casi no te reconozco, ¿ese de ahí eres tú, papá? La foto está bastante deteriorada, no puedo asegurar que seas tú esa mancha empastada en blanco y negro, que sonríe con la cabeza del tigre sobre los hombros, como si se tratara del triunfo del hombre sobre la bestia.
Ahora la guerra se combate entre las fotos y las memorias fallidas, entre el recuerdo verosímil y la evidencia irrefutable de algún disparo de bala. ¿Qué dice el reverso? ¿Quién la remite?
10 de abril de 1986, estoy bien, saludos a todos en Cuba, escribo con un cariño especial a mi hijo menor deseándole una pronta recuperación de las crisis de asma. CAMPEÓN, PAPÁ TE QUIERE MUCHO, CUIDA A TU MADRE Y NO LE DES DISGUSTOS. Yo estoy bien y espero estar pronto en La Habana. Un abrazo grande para toda la familia y para mi buena esposa Amalia Sánchez.
Las tropas enemigas defienden sus posiciones profesando fuego contra fuego en un vaivén de proyectiles. Angola se ha convertido en un campo de batalla donde la vida no le pertenece a nadie, una llaga que destila pus sobre el mundo, una vergüenza de la razón, un genocidio superlativo. El número de bajas aumenta con cada hora. Ojalá la bala solo atravesase la piel del soldado, pero por desgracia el proyectil no se detiene, y alcanza el corazón de la madre, del abuelo, del hijo. Así, para tener un justo resultado cualitativo de afectados por el conflicto bélico, habría que multiplicar cada muerte por la de los seres queridos del muerto; que a oídos de la ciencia puede entenderse como una mera cuestión matemática, aunque en la realidad tenga una mayor trascendencia y significado. Aunque raras veces se invertía este orden casi inamovible y ocurría lo contrario; recuerdo una anécdota que escuché cuando todavía era un muñeco y ni siquiera sabía disparar, que a uno de los nuestros le llegó una “carta”, una carta amarilla en la cual le hacían saber que su esposa en Cuba había fallecido a causa de una extraña enfermedad, pero que su hijo menor se encontraba bien —gracias a Dios. El dichoso soldado no aguantó la noticia y se pegó un tiro sin pensarlo dos veces. Un centenar de hombres con familia se lanza a la aventura de la guerra sin los habituales prejuicios que pueden frenarlos a llevarse consigo a sus seres más queridos.
Yo me encontraba en un grupo que habíamos permanecido en las construcciones subterráneas por más de seis meses, un encierro que empezaba a ocasionar estragos, sobre todo a los cobardes, que eran cada vez menos. Cuando ya teníamos conformados varios pelotones viajábamos a la intemperie en una caravana que debió llegar a Luanda el lunes por la noche, el enemigo había cercado el territorio y era cosa de vida o muerte pasar el estrecho encima de los camiones, así que lo mejor fue confiar en algún poder de la divina providencia entregarse así la incertidumbre de una travesía tan peligrosa y a la vez tan liberadora del encierro de los últimos meses, pero indiscutiblemente la dramaturgia de la guerra no se le atribuye al soldado. Cada soldado que sale al campo de batalla lleva consigo un número y, si muere, alguien se encarga de ponerlo bajo su lengua, no con el objetivo de revivirlo sino con la necesidad de identificarlo: -838413- -456789- -523451- -00000-.
Y cuando de verdad estuve al borde de la muerte fue a causa de un cerdo con fiebre porcina, que habíamos obtenido a cambio de una lata de azúcar como uno de esos trueques que se hacen para seguir con vida.
Predice un hombre que los viejos tiempos saben contar. Un anciano varado en algún punto de su memoria, revive los días de lucha contra el enemigo entre la incertidumbre de su olvido y la confianza de los recuerdos convencidos.
Después de veinte años, sigo buscando entre las pilas de negativos de aquella época, la figura empastada del extraño señor de las fotos y siento que mi padre, aquel hombre con barba y camuflaje, me dice adiós en blanco y negro, con el premio de una bestia al hombro y una sonrisa que se parece mucho al cariño.
Fábula: El combatiente que protagoniza los hechos de esta historia fue condecorado con numerosos galardones y reconocido como actor de una de las más grandes hazañas de la guerra contra el APARTHEID, al encontrarse abandonado por sus aliados en territorio enemigo y hacerle frente a más de doscientos hombres que logró liquidar con un extraordinario plan de ataque y con una valía que le mereciera el Premio Nobel de la Paz en 2001.
—Casi no te reconozco, ¿ese de ahí eres tú, papá? La foto está bastante deteriorada, no puedo asegurar que seas tú esa mancha empastada en blanco y negro, que sonríe con la cabeza del tigre los hombros, como si se tratara del triunfo del hombre sobre la bestia.
10 de abril de 1986, estoy bien, saludos a todos en Cuba, escribo con un cariño especial a mi hijo menor deseándole una pronta recuperación de las crisis de asma. CAMPEÓN, PAPÁ TE QUIERE MUCHO, CUIDA A TU MADRE Y NO LE DES DISGUSTOS. Yo estoy bien y espero estar pronto en La Habana. Un abrazo grande para toda la familia y para mi buena esposa Amalia.
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