Es muy importante que el propio Víctor Fowler, ante pregunta que se le hiciera, contestara que la poesía es el medio más poderoso que existe para dar “evidencia del hombre, de su miseria o grandeza”. Nos complace mucho su mirada, que es de raíz martiana: la poesía tiene un deber supremo, que consiste en acompañar al ser humano. Sólo tiene un compromiso: permanecer junto a la tremolación recóndita de la experiencia, evidenciar su miseria y grandeza, y expresar a través de la confirmación o rechazo de lo real el ejercicio profundo y participativo de la dignidad. Nos complace mucho también, como culmen de esa mirada crítica, su concepto de la poesía como conocimiento. En esto continúa la mejor herencia del pensamiento poético cubano. A través de sus grandes poetas, sobre todo de Martí y Lezama, que no sólo eran sublimes escultores de poemas sino también altos razonadores del acto creador, la cultura lírica cubana ha elaborado su propio evangelio. En ese legado, que ha de ser más sujeto a examen vertebrado, la poesía es uno de los más integrales métodos de conocimiento. Allí donde se le desdeña, tiene precisamente su fuerza mayor. Y el poeta no sólo lo declara ante una pregunta, sino que lo maneja de modo implícito en toda su trayectoria lírica. Su implacable mirada a la sociedad absolutamente deformada en que vivimos, ha quedado plasmada con verdad y justicia en sus textos. Basta leer sus cuadernos, enhebrar sus conjuntos de imágenes, sumergirse en sus significados hondos, para advertir el dolor y la solidaridad con los sufridos y extraviados con que palpitan sus composiciones. Amarga es su visión, porque amarga es nuestra realidad. En ningún punto de su trayectoria se ofrece idea de cómo ha de ser el mundo, pero sí queda invariablemente expresado y con energía grande que el mundo no ha de continuar como es, porque tal como lo conocemos va contra la genuina condición humana, que es la de la dignidad de la existencia.
Aunque declara también amar la poesía como un reino autónomo, realmente en su visión poética del mundo funciona con más fuerza el punto de vista stendhaliano del espejo: todo se le transforma vivamente, y puede hasta conducir hacia un paisaje abstracto o imposible, pero sólo desde la impresión aguda de lo real, que a veces no es referencia inmediata, sino una memoria emocional de lo que en un momento álgido o inolvidable de la existencia fue un drástico paisaje o suceso. Su poesía necesita los referentes, como fuelle visible o invisible, pero de impostergable presencia. De la actitud crítica frente a los referentes extrae el poderoso combustible de la enunciación, que se quiere como denuncia o testimonio de una fricción o cotejo de la realidad que ha sido con la que se supone debió haber sido, esta última generalmente fuera del texto, sólo sugerida por los índices de deseos presentes en el cuerpo lingüístico. Fuertes criaturas expresivas, nacidas de un largo rechazo o de un ángulo revelador del absurdo o la incomunicación, plasman una profunda piedad interior por lo que sufre, se desmorona, se destruye agredido u olvidado. Hacia esta inmediatez todo concurre, no en el sentido lezamiano sino virgiliano del término: no para trascenderlo como un esfuerzo espiritual de la imaginación sino como una imaginación feroz y acumulativa de la denuncia. El deseo de verdad y justicia es un viento poderoso que recorre todo su complejo imaginario de la ciudad donde ha nacido y vivido y del tiempo que le ha tocado como un indescifrable tejido, como una oscura y transparente obligación de expresar. El texto es el polígono dramático donde luchan esta pertinaz obligación y el racimo de mutilaciones que la realidad provee para desobligar férreamente a los expresadores. Esa dialéctica dolorosa atraviesa toda su enunciación creadora, y sólo parece aliviarse en algunos instantes del amor o de la búsqueda de Dios. La poesía es una momentánea posibilidad salvífica, que alivia apenas se vertebran bien las preguntas del desastre: ella ofrece la realidad del conocer más hondo, pues neutraliza las fricciones en un cuerpo de armónicos expresivos.
Una idea especial de qué es un poema subyace en la manera que tiene el poeta de resolverlo en la página. No sólo de asuntos vive el creador, sino también de modos de resolución. La habitual diferencia del contenido y la forma, tan operativa en la docencia, no funciona entre los artífices de la palabra poética. Bien lo sabe Víctor Fowler, que ha sido profesor y poeta: todos los elementos de sus construcciones artísticas son orgánicos con sus estimativas y representaciones del mundo. Su visión del poema consiste en imaginarlo como una superficie de escritura, el singular espacio socializante del mundo interior. Nada de la imaginación compositiva convencional, en que las estructuras históricas de las formas líricas adquieren una semántica distribucional con cierta aparente autonomía, suscitada desde la idea de que el poema no sólo es testimonio del mundo interior sino también un prestigioso despliegue de la cultura de la gracia. Basta con un ritmo apenas insinuado, que no conoce más silabear que el rengloneo que ocupa una idea, bien de algún referente o postura tomada en el curso de la representación por el sujeto, que gobierna desde su dicción la naturaleza lírica del espacio construido. Más que el verso, es la sintaxis quien se encabalga, suspendiendo las palabras de relación, semejante al estilo compositivo de muchos poetas norteamericanos del siglo XX.
En alguna parte llama a las figuras verbales animales erizados, por la carga dinámica e invasora que pueden alcanzar los recursos expresivos en la caja de resonancias de un texto adecuadamente elaborado. Maneja con soltura no sólo el énfasis discursivo, apreciable en la importancia que concede a la voz del sujeto, sino también el simultaneísmo vanguardista, como la capacidad ecuestre que demanda la elaboración de temperaturas. Acude al feísmo como palanca de contraste no dentro de la textura asociativa sino sobre todo en la relación del texto con las categorías tradicionales de la belleza que puedan estar operando en el campo cultural. Escoge elléxico urbano, sobre todo de lo que ha sido arruinado por la circunstancia, o lo que en algún momento se considere maldito por determinadas hegemonías, de carácter brutalmente represoras. Lo absurdo, lo irracional, lo catastrófico, lo lunar y espeso son asuntos y coloraturas frecuentes de expresión, y exhiben enérgicas correspondencias estilísticas de palabra o imagen. Sus textos son crónicas crecidamente individualizadas, a veces de índole simbólica, idóneas para alcanzar el hermetismo, nunca en la totalidad sino en franjas expresivas. Se comportan como fragmentos críticos, voces que se extraen de la propia intimidad civil. La narratividad brega duro con la asociatividad, y en muchas ocasiones vence elocutivamente. Maestro en escorzos, no introduce el caos de lo real en el cosmos de la expresión, como ocurre en los universos kafkianos o borgeanos, sino que incorpora un cosmos decarácter positrónico, por la incandescente energía que emana de su disolvencia interior, en el caos que se sincopa para destruirlo con mayor contundencia. No es una inyección vegetativa de la realidad como la practicaba el origenismo, por ejemplo, sino una mineralización de la mirada, la hulla interior de un mundo que ha de ser definitivamente anulado o enderezado bajo los sacudimientos de un exorcismo mayor.
Una rigurosa sensación de límites que han de ser vencidos en la realidad, pues se representan como verosímil mente neutralizados en el habla del sujeto, suscita la lectura continuada de sus conjuntos de textos. Imposibles de comprender productivamente sin una habituación receptiva, todas sus piezas insisten en la necesidad del quiebre, de la superación de la frontera, del sumergimiento en la insuficiencia, el olvido o la catástrofe como urgencia de la elevación. El sujeto acarrea con mucha potencia el dolor que ha vivido o ha contemplado a su alrededor, y esa actitud confesional y enormemente solidaria conmina a una individuación del expresador que gana de súbito la paradoja de una pluralidad fructificante. La voz del sujeto, tan singular por los otros que escoge y las razones profundas por las cuales los escoge, constituye el verdadero atractor lírico de sus construcciones. El gran relato mítico de toda su producción narra un derrumbe: la vida se ha vuelto morada de las colisiones recibidas, y una voz grita en el puente plural la trágica hecatombe. Es tan considerable lo que la voz realmente humilde del poeta ha atado en su miraje íntimo que en ocasiones aflora a algunas piezas suyas una sufrida sensación de extrañeza, como de alguien que está mirando lo que no debía mirar. El poeta se observa, tarea milenaria de la persona lírica, y se descubre como un fisgón que en sus especiales circunstancias siempre acaba siendo perdonado. Esa solidaridad osmóticamente devuelta por los que la vida ha macerado lo confirma en la solvencia redentora de la poesía, que antepone la salvación a la piedra y puede conjurar la sentencia bárbara que parece regir a la especie de que sólo nos es dado destruir. La poesía alienta en el fragmento la totalidad, y en la fragilidad alcanza su energía más redonda.
Sin imágenes vertebradas en un sistema no hay sobrevivencia artística. El sistema imaginal de Víctor Fowler trabaja con algunos núcleos de mucho interés, que en el sustrato de su expresión movilizan el inconsciente y suministran mensajes sutiles, de rizomática encarnadura. Los nudos, los laberintos, los meandros urbanos, lo lunar, lo pétreo, el mar liberador, el puente, el promontorio, el extraño tejido, la salvación, y otros muchos, que no podemos explicar en detalle, operan connotativamente e involucran las experiencias psicológicas de cada uno de sus receptores. Cada uno de esos núcleos posee riqueza materializante, y como sistema asientan en el veloz consumo de los textos estratos ocultos de significación. Para una mirada analítica, con destreza de detección en los emblemas periódicos de una especial construcción subjetiva, son estructuras del mensaje que no pueden ser soslayadas. Captado el sistema se entra con mayor provecho en la interpretación no sólo de las materias de realidad incluidas sino en los presupuestos de la conciencia estética desde donde se ha abordado la plasmación. Visto el sistema imaginal de las colecciones son deducibles con rapidez ciertos presupuestos: la poesía es concebida como una desgarradura que debe ser testimoniada, como una exploración singular de los límites, comouna concepción del intelectual en cuanto conciencia crítica de una sociedad determinada. Núcleos fundantes de su cosmovisión, construyen dinámicamente el sistema imaginal, y el sistema imaginal edifica la visualidad de la entrega total que se desea incorporar al sistema general de la cultura. Las estaciones creadoras recorridas hasta el momento por Víctor Fowler ya implican un sólido sistema imaginal, de alta singularización, que es su modo más concentrado y eficaz de participar en la construcción de un mundo más digno para todos los seres humanos.
Palabras leídas en el Centro Loynaz el 20 de junio de 2019 con motivo de dedicársele el Taller Crítico organizado por la institución al notable poeta cubano Víctor Fowler.
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