Desde su título, Mujer cómica mirando fotos de hombres (Cubaliteraria. Ediciones Digitales 2023), el libro de cuentos de María Liliana Celorrio invoca una mirada que apunta hacia caminos poco frecuentados, y no solo por ser una visión contemporánea de lo femenino, desasido de códigos morales anquilosados. Lo que muestra, lo que en verdad ocupa el espacio narrativo, es un conjunto de personajes diversos, sumidos en un entramado en el que pugnan el dogma y la irrefrenable necesidad del ser de expresarse, de incorporarse a la escena con todo lo que cargan.
Si se toma como referente la actitud visible de esas mujeres, iría el lector hacia una sexualidad desprovista de falsas poses, libre de darle curso a los goces posibles, sin ataduras, sin poner límites a los fueros del deseo, al que se le trata como un natural modo de estar en el centro de la vida.
Vestido de negro, escribía bajo la luz de una lámpara, mientras le atisbaba con los dedos de los pies humedecidos por el rocío de la noche. Escribía y yo imaginaba su pene maravilloso, amordazado por calzoncillos de látex o quizás un blúmer de su gorda mujer. Transcribía sus ideas y su rostro concentrado, rielaba desde una extraña palidez hasta un rubor significativo que lo hacía abrirse el cuello de la camisa. Su pecho huesudo me daba escalofríos. Su costillar era tan pronunciado que mi boca segregaba espuma al mirar sus escasas areolas.
Pero si la lectura se agudiza, si se afila y redirige hacia lo denso de la expresividad, hallamos que hay una inquietud que va hacia lo moral. Pareciera que los diferentes puntos de vista, al encontrarse, riñen y dejan abierto el dilema de los vacíos entre ética y moral. Los giros de los personajes, las soluciones inesperadas de sus acciones, sorprenden, pero no se alejan de la realidad recreada y entran con armonía a la línea de acción de cada historia. Nada es arbitrario.
El culto a la sexualidad, la evidencia de una orientación hacia el sexo como dominio de un territorio que abarca otros, como modo de diálogo entre cuerpos que se diluyen en el fuego, tiene sin duda una serie de puntos que elevan la calidad narrativa y le ofrecen un ritmo, un paisaje humano hermoso. Pero, también hay algo más, algo que subyace en ese encuentro, hay un tejido, una línea difusa, un mar en el que se mecen lo preestablecido y lo que es propio de la dinámica del veraz del ser humano, esa capacidad capaz sentir y vivir, de ser pleno, de dejar la existencia en cada instante.
Un espejo largo donde te puedas ver de cuerpo entero sería lo ideal, allí podrías descubrir cómo te ha crecido la barriga, cómo te has vuelto un triángulo invertido, ancha en lo alto y escuálida en lo bajo, sería muy beneficioso tener espejos de repuesto. Un ataque de furia podría hacerte buscar el martillo y hacerlo pedazos soltando espuma por la boca, aullando como un lobo o ululando el canto indio de ocasión.
Los textos que conforman este volumen de cuentos se han escrito con desenfado, desde una mirada sutil, capaz de dinamitar preceptos morales maniqueos; es eta una obra narrativa que explora sucesos en los que la mujer transfigura la condición humana e impone su renovada concepción del entorno, para que sus intereses se conviertan en eje transversal de cada acontecimiento. El punto de vista sobre el entramado social en el que se desplaza la vida forma parte de un juego en el que la sorpresa es la solución. Hay en el recorrido de los personajes una peculiar manera de colocar los actos, lo cual es evidencia de una densidad simbólica de gran elaboración. Cada salida al escenario es una aventura en la que se cuestionan muchos de los prejuicios que no permiten la felicidad plena. Las locaciones en las que los hechos transcurren no se conciben como adecuaciones a la escena sino como partes de un discurso que revela el panorama social complejo, donde los roles de los personajes forman parte de las historias, trazadas con cuidadosos ardides, para dialogar con seres atrapados en un tejido del que es imposible desprenderse. La desacralización de la imagen de la mujer se dibuja con una misteriosa complejidad, para ir con la certeza de entrar en los predios de un camino arduo, a través de un realismo desasido de estereotipos, sometido a una sinceridad alentadora y, por eso mismo, hermosa.
María Liliana Celorrio es una poeta y narradora de obra frondosa, sabe construir la historia, se aferra al cuento que intenta contar una historia interesante desde los personajes y su estructura clásica y cuando descompone el sedimento de la acción, es para entrar con imágenes y conceptos propios de la caracterización con la que ha sabido darle sustento a las piezas. Un excelente ejemplo sería el cuento con el que cierra el volumen, «Cartas sobre la mesa»:
Qué interesante es la conversación que están sosteniendo en la mesa de caoba pulida. En la sala hay dos mujeres y dos hombres y desde acá se puede predecir que las dos mujeres tienen cierta complicidad, que se conocen de antes. Por el movimiento de la boca y las risas contenidas se presiente que alguna vez salieron juntas, que hay un conocimiento mutuo que las hace recostarse una a la otra, tocándose con esa dejadez que da la familiaridad.
Otro componente que va agregando fuerza es el uso de una retórica en la que la ironía y el sarcasmo, solapan la rabia con la que los personajes femeninos evocan el patriarcado; para definir ese acto de justicia de la que siempre estuvo sola, hay líneas que van fluyendo y son lentamente percibidas; pero cuando se llega a fábulas como «La venganza cubana» o «Perritos de costa», se abre el rostro de una furia que guarda el memorándum de un pasado en el que la voz que ahora cuenta recibió el tajo y ahora enseña con cierto fervor su herida. Este es un libro de cuentos que, de alguna manera, resume una trayectoria; su autora es una poeta y narradora que escribe sobre la cuerda de la memoria y con ella va a un mundo de ficción en el que la verdad se sobrepone como lo suele hacer en el arte lo subyacente.
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María Liliana Celorrio (Puerto Padre, Las Tunas, 1962). Poeta y narradora. Ha publicado los libros de poesía: Juegos malabares; La barredora de amaneceres; Del amante; Yo, la peor de todas; Madame la Gorda; El último tango en Paris y Sola como avara sobre su montaña de oro. También los libros de cuentos: Los hombres de pálido; El jardín de las mujeres muertas; Mujeres en la cervecera (Premio de la Crítica 2005); Matar al pájaro sentado; Dragones urbanos; Sexo chatarra: los perfectos crímenes del corazón, así como Las hijas de Sade, novela escrita en coautoría con Guillermo Vidal. Su obra poética y narrativa ha aparecido en importantes antologías y revistas de Cuba, así como en Brasil, México, España, Estados Unidos, Venezuela, Islandia, Colombia, Puerto Rico y República Dominicana, entre otros. Es miembro de la UNEAC y ostenta la Distinción por la Cultura Nacional que otorga el Ministerio de Cultura de la República de Cuba.
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