Un día como hoy, hace 125 años, nació Rubén Martínez Villena, una de las figuras más interesantes de las primeras décadas de la República neocolonial. Sobresaliente actor político desde muy joven, Villena fue también un excelente poeta, cuyo talento en el arte de hilar versos demostró en magníficos poemas como «Canción del sainete póstumo», «La pupila insomne» y «Hexaedro rosa», entre otros. Recogidos en un volumen titulado La pupila insomne, los versos de Villena oscilan entre la tendencia neorromántica y postmodernista, aunque también prefiguran rasgos del vanguardismo. Dos vertientes marcan su poesía: el intimismo y lo social:
Acabe ya mi tormento,
cese mi rudo quebranto,
concluyan mi triste llanto
y mis dolores sin cuento.
Ya desmayado me siento;
ven, amor, que sin tu lumbre,
esta inmensa pesadumbre
ha de abatir mi heroísmo
y he de rodar al abismo
con la mirada en la cumbre.[1]
El tono intimista y melancólico recuerda a la angustia nocturna de los poetas románticos. Se percibe también, en ese desasosiego, cierto aire fatalista que recuerda al poema «Nihilismo» del modernista decimonónico Julián del Casal. La sensibilidad del poeta no descarta la temática amorosa que negó Raúl Roa al afirmar que «es interesante constatar la ausencia casi absoluta del motivo amoroso en la poesía de Rubén».[2] La lírica de Villena, tan humana y extraña — según observó con certeza Roberto Fernández Retamar—, tan comprometida con su lava interna como con su proyección política en lo social, no excluyó el tema amoroso. Poemas como «Hexaedro rosa» —este, incluso, con cierto erotismo—, «Carnaval», «El rizo rebelde», entre otros, son dignos ejemplos de ello. Poemas de juventud y deudores del romanticismo y del modernismo de la anterior centuria.
Sin embargo, nuestro poeta trasciende las fronteras de esas estéticas literarias y su creatividad candorosa también abarcó temas relacionados con sus experiencias como joven activamente político. Artífice de la renombrada Protesta de los Trece en 1923, Villena no dejó de plasmar alguna referencia a este hecho en su poesía, como han reconocido el propio Raúl Roa y, posteriormente, la historiadora Francisca López Civeira[3], en el poema «Mensaje lírico civil». Este poema, dedicado al poeta José Torres Vidaurre, es también una denuncia de la corrupción política y administrativa que dio origen a la protesta de Villena y compañía:
Porque mires de cerca nuestra demencia rara te contaré la historia dulce de Santa Clara, convento que el Estado —un comerciante necio— quiso comprar al triple del verdadero precio. Y si en el gran negocio existía un «secreto» con un cambio de letra se convirtió en «decreto». Tal cosa llevó a cabo el señor Presidente, comprar ¡y por decreto!, devotísimamente, si bien que nuestra Carta, previendo algún exceso, dejó tan delicada facultad al Congreso.[4]
La crítica es aguda; el mensaje, directo. El tono se aleja un poco de las tendencias romántica o posmodernista, aunque el poema está construido con versos alejandrinos típicos del modernismo. Se acerca ya al prosaísmo y el lenguaje coloquial que, por esos años, comienza a explotar el vanguardismo. Villena es uno de esos poetas extraños en los que confluye el intimismo agónico de los decimonónicos y el compromiso político con la realidad de su tiempo. Sus versos no adolecen tampoco de pinceladas grotescas para construir imágenes desagradables —¿una reminiscencia, quizás de Les Fleurs du mal, de Baudelaire, en especial, el poema «Le carrogne»?—, en las que la belleza lírica del lenguaje contrasta con el impacto sinestésico de la imagen construida. Tal es el caso de «Canción al sainete póstumo», en el que el poeta prevé su prematura muerte y manifiesta el tema del luto familiar[5] bastante común también en algunos vanguardistas —Vallejo («Los pasos lejanos»), Gerbasi («Mi padre, el inmigrante»), Florit (Conversación a mi padre), entre otros—:
Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa (¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!), y como buen cadáver descenderé a la fosa envuelto en un sudario santo de compasión. Aunque la muerte es algo que diariamente pasa, un muerto inspira siempre cierta curiosidad; así, llena de extraños, abejeará la casa, y estudiará mi rostro toda la vecindad.[6]
Curioso verso el segundo alejandrino de la primera estrofa, en el que distingue el sustantivo «(el) pulmón» con signos de exclamación como la posible causa de su muerte grotesca (tuberculosis) por venir.
Indiscutiblemente, fue Villena un poeta excepcional. Por desgracia, como Martí, no le dedicó el tiempo merecido a su creación poética: su ardua labor política fue mucho más importante para él. Hubiese sido muy interesante si su legado poético desbordase en numerosos volúmenes que permitieran hoy al lector disfrutar de una producción lírica muy valiosa, cuya adultez expresiva se vio truncada con el prematuro deceso del poeta.
Compartimos una selección de sus versos reunidos en La pupila insomne:
Peñas arriba
Llora, triste, corazón, llora tu rudo quebranto y llora con tierno llanto la muerte de mi ilusión. Que no hay en la Creación alivio a mis sinsabores, ni hay remedio a mis ardores, ni hay aurora a mi contento, ni hay ocaso a mi tormento ni piedad a mis dolores. El castillo de ideales que forjó mi fantasía se vio derribado un día a fuerza de vendavales. Y sin consuelo a mis males, que el consuelo no me alcanza, fuime a esperar la bonanza, me di a cuidar, ya más cuerdo, las flores de mi recuerdo, y mis flores de esperanza. Pero ya no tengo nada; árida, triste y oscura, será mi vida futura como mi vida pasada. ¡Oh mi bien, oh dulce amada, apoyándome en la rima, mientras la zarza lastima lo poco que de mí resta, voy subiendo por la cuesta desconfiando de la cima! Larga cuesta del vivir, cima escarpada y altiva donde voy «peñas arriba» sin fe para proseguir. ¿Cómo te podré subir cargado con esta cruz? Rasgue el lóbrego capuz el sol a que te encaminas, y mi corona de espinas tórnase aureola de luz. Porque mi ser necesita, para seguir su camino, algún cambio en el destino bajo el que llora y se agita. Una pasión infinita, algo que acabe mi duelo, y que cumpliendo mi anhelo al abatir mi amargura me deje el alma tan pura como un pedazo de cielo...! Si ese cambio de mi vida por suerte se realizara, con qué júbilo gritara al alma desfallecida: —emprende rauda subida, no importa que en tu carrera, en la zarza que te hiera, vayas quedando a retazos, porque tus mismos pedazos me servirán de bandera... Muertas las flores se ven de la esperanza que pierdo, y las flores del recuerdo se van muriendo también; sin estas flores, mi bien, que ha marchitado la suerte lo cruel de mi vida advierte al querer que ellas revivan, pues las ansias de que vivan me van trayendo la muerte. Acabe ya mi tormento, cese mi rudo quebranto, concluyan mi triste llanto y mis dolores sin cuento. Ya desmayado me siento; ven, amor, que sin tu lumbre, esta inmensa pesadumbre ha de abatir mi heroísmo y he de rodar al abismo con la mirada en la cumbre. (1917)
Siquis
Muerte: mi corazón no desanimas y aún te aguardo con grato sentimiento; que siempre fue mi decidido intento subir las cumbres y medir las simas. En tanto que mi pecho no comprimas para beber su postrimer aliento, con el hilo de luz del pensamiento voy tejiendo la veste de mis rimas... Y con ella, pletórico de orgullo, envuelvo el alma como en un capullo, donde se viste de mejores galas, y en cuyo seno, con perenne anhelo, presintiendo la fuerza de sus alas ¡goza ya con la gloria de su vuelo! (1919)
El rescate de Sanguily
Marchaba lento el escuadrón riflero: ciento veinte soldados de la España que llevaban, cual prueba de su saña, a Sanguily, baldado y prisionero. Y en un grupo forjado por Homero, treinta y cinco elegidos de la hazaña, alumbraron el valle y la montaña al resplandor fulmíneo del acero, Alzóse un yaguarama reluciente, se oyó un grito de mando prepotente, y un semidios, formado en el combate, ordenando una carga de locura, marchó con sus leones al rescate ¡y se llevó al cautivo en la montura! (1919)
La pupila insomne
Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado de atisbar en la vida mis ensueños de muerto. ¡Oh, la pupila insomne y el párpado cerrado! (¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!) . . . (1923)
Mal tiempo
Fue el choque del centauro y del infante, fue el encuentro brutal, fue la porfía del impulso cargado de energía con la tranquilidad más arrogante. Fue una bélica música vibrante, fue la voz del clarín en rebeldía, que tocando a degüello parecía un formidable grito de ¡adelante! Vibró la nota lastimera y larga Requirieron la brida los jinetes; emprendió la legión de la victoria con galope frenético la carga... ¡y el huracán de cascos y machetes descerrajó las puertas de la gloria! (1919)
Bibliografía
- López Civeira, Francisca: 100 preguntas sobre Historia de Cuba, Editorial Gente Nueva, La Habana, 2016.
- Roa, Raúl: «Prólogo», en Rubén Martínez Villena: La pupila insomne, Editorial Lex, La Habana, 1933.
- Villena, Rubén Martínez / Mirta Aguirre: La voz en llamas, Editorial Gente Nueva, La Habana, 2009.
[1] Rubén Martínez Villena / Mirta Aguirre: «Peñas arriba», La voz en llamas, p. 20.
[2] Raúl Roa: «Prólogo», en Rubén Martínez Villena: La pupila insomne, p. 37.
[3] Francisca López Civeira: Cien preguntas sobre Historia de Cuba, pp. 107-108.
[4] Rubén Martínez Villena: La pupila insomne, pp. 176-177.
[5] La poesía de luto familiar tiene un antecedente hispano del siglo XV en el poeta Jorge Manrique y sus Coplas a la muerte de su padre.
[6] Rubén Martínez Villena / Mirta Aguirre: «Canción del sainete póstumo», op. cit., p. 34.
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