Este libro es más que un desafío a los silencios.
Stella Calloni
La historia íntima de Luis Posada Carriles dentro de la CIA. AMCLEVE/15. Expediente 201-300985, del doctor José Luis Méndez Méndez, es el título del libro que, publicado por la Editorial Ciencias Sociales, y prologado por la escritora y periodista argentina Stella Calloni, relata —entre otras cosas— una historia macabra y siniestra; hija legítima de los hallazgos de una investigación histórica, judicial y periodística realizada por el ilustre jurista cubano.
El autor ha llevado a cabo pesquisas acerca de temas de Derecho Internacional como terrorismo y acciones mercenarias, mientras sus resultados los ha dado a la estampa en varios textos acerca de esa línea temática, que desarrolla con indiscutible profesionalidad.
Esa historia de horror y misterio tejida en vida por un abominable criminal está dedicada por el doctor Méndez Méndez a la memoria de todas las víctimas del connotado terrorista cubano-americano, Luis Posada Carriles.
En La historia íntima… se profundiza en la vida de ese asesino, torturador y terrorista. Las páginas de ese volumen registran una anécdota que lo retrata de cuerpo entero: Luisito siempre andaba con un riflecito con el que les disparaba a perros y gatos. Un día le salió al paso a un carretonero y este le preguntó al joven si el arma disparaba de verdad, y el muy desvergonzado, le apuntó a la cabeza del mulo y disparó; enseguida el animal se desplomó y expiró. Los instintos asesinos que yacían en el componente instintivo del inconsciente freudiano se manifestaron desde que era un adolescente.
Posada Carriles salió de Cuba el 25 de febrero de 1961. Se había asilado en la embajada de la República Argentina, y ya, a mediados de abril, se encontraba en Guatemala, adonde había llegado para integrar el grupo de invasores mercenarios que, en menos de 72 horas, fueron derrotados en Playa Girón. No obstante, en el libro Los caminos del guerrero, Posada Carriles confesó haber llegado al lugar de embarque «después de la partida», y por ende, no participó en la invasión mercenaria.
Estuvo entrenándose militarmente en Fort Bening, desde 1963 hasta 1964, junto a otros terroristas de origen cubano —seleccionados y reclutados por la CIA entre los emigrados que fueron empleados o funcionarios de empresas estadounidenses radicadas en Cuba antes del triunfo de la «Revolución de los Girasoles», como la calificara la Heroína del Moncada y la Sierra, Haydee Santamaría Cuadrado — y egresó con los grados de segundo teniente.
Como mercenario al servicio de la CIA, ese suboficial del Ejército de los Estados Unidos tenía residencia y permiso de reentrada en territorio norteamericano, y ya se le habían facilitado pasaportes de diferentes países, por lo que se infiere que ya tenía un pasaporte estadounidense. Por otra parte, documentos desclasificados de la CIA lo identifican como agente informante dentro de los grupos de terroristas que tienen su base en Miami.
La primera misión que cumplió, tan pronto salió de Fort Bening, en 1964, fue en República Dominicana. A partir de ese aciago momento, el asesino a sueldo de la CIA se dedicó a todo tipo de acciones, no solo contra la República de Cuba, sino también contra los simpatizantes de la Revolución y amigos de la ínsula caribeña. Una de las acciones terroristas —para la cual fue contratado por el tristemente célebre Jorge Mas Canosa — fue la de sabotear barcos cubanos y soviéticos anclados en el puerto mexicano de Veracruz; para ello, tenía a su disposición cien libras de explosivos C-4. Sin embargo, la operación fue cancelada por los problemas internacionales que dicha acción pudieran generar.
En 1967, ingresa en Venezuela con pasaporte estadounidense. Allí fue el «Comisario Basilio», en cuerpos represivos venezolanos como la Digepol y la Disip. En reiteradas ocasiones, pudo entrar y salir en viajes Venezuela-Miami, entre 1967 y 1970. Y son conocidas sus actividades como torturador y asesino en la tierra del Libertador Simón Bolívar. Por ese motivo, en 1976 le fue tan fácil conseguir a dos mercenarios venezolanos para que colocaran en el avión de Cubana de Aviación las dos bombas que lo hicieron siniestrar en pleno vuelo y dejar sin vida a 73 personas de diferentes nacionalidades: guyaneses, coreanos y cubanos, y entre estos, a la tripulación del avión y al equipo nacional de esgrima, el cual había obtenido la medalla de oro en el Campeonato Centroamericano y del Caribe de esa especialidad deportiva, efectuado días antes en Caracas, capital de la República de Venezuela.
Descubiertos quienes pusieron las dos bombas, fueron apresados por las autoridades venezolanas, así como también los autores intelectuales: el doctor Orlando Bosh Ávila, el criminal pediatra, y Posada Carriles. Sin embargo, este último, después que trató de escapar en dos frustradas oportunidades, logró huir con la ayuda de ya se sabe quién.
Posada Carriles expresó que, al escapar de la cárcel, se le preparó un viaje a Aruba en un avión privado, y en una semana, ya estaba en El Salvador, donde fue habilitado con documentación total a nombre de Ramón Medina. En la nación centroamericana, concibió y llevó a la praxis planes terroristas, pagó a ciudadanos centroamericanos que viajarían al archipiélago cubano, para que colocaran bombas en hoteles y restaurantes habaneros; artefactos letales que causaron la muerte del turista italiano Fabio Di Celmo, así como varios heridos.
En el año 2000, cuando preparaba en Panamá un tenebroso atentado —que incluía no solo el magnicidio contra el presidente Fidel Castro Ruz, sino que, además, habría provocado el deceso de muchos estudiantes panameños, ya que trataron de introducir explosivos C-4 en el Paraninfo de la Universidad de Panamá— fue detenido junto a otros terroristas de origen cubano confabulados en el macabro plan. Estuvo cuatro años preso, pero fue indultado junto con sus secuaces por la presidenta Mireya Moscoso, quien gobernara al país istmeño.
Había llegado a Panamá con un pasaporte salvadoreño a nombre de Franco Rodríguez Mena, pero al ser indultado salió con un pasaporte estadounidense, cuyo titular era el empresario Melvin C. Thompson. La mandataria panameña, al indultar a los criminales — ¿por voluntad propia, por cumplir órdenes del imperio o por los millones que recibió por ese «acto humanitario»?— llamó de inmediato al excelentísimo señor embajador de los Estados Unidos para decirle que ya Posada Carriles y quienes lo acompañaron en esa abortada aventura, habían abandonado el territorio nacional.
En el libro se incluyen otros valiosos datos en los anexos: el acta de la Entrevista del FBI con Luis Posada Carriles en Honduras y el Resumen del expediente personal de Luis Posada Carriles en la CIA, número 201-300985.
No me asiste la menor duda de que la lectura serena y reflexiva de los resultados de esa valiosa investigación, llena de detalles significativos, facilitará el conocimiento de la espantosa historia de un asesino confeso, quien declaró con el mayor cinismo y falta de escrúpulos: «pusimos la bomba […], ¿y qué?».
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