I
Quizá la autora de Otras lecturas del cuerpo1 vivió en carne propia la siguiente experiencia, y no encontró paz hasta que pudo trascenderla convertida en libro: «Cuando tenemos un sueño, se lo podemos contar a los demás. Pero lo que ella tenía que contar no era un sueño, era una realidad, la cual, no obstante, se convertía en una nada tan pronto la muchacha se disponía a contárselo a los demás»2. Pero ya sabemos que realidad y poesía son dos cosas bien diferentes, aunque Martí dijera que el objeto de la literatura es acercarse a la vida. Aquí se asume una de las maneras de enfrentar la invisibilización, la violencia sicológica, simbólica y mediática que acompaña a la existencia femenina: la ironía, un lenguaje acerado y amargo con el que también se enarbola, desde el fondo, su vapuleada identidad:
Yo quisiera que mi cabeza fuera cuadrada. /Como un ring de boxeo. /Quisiera que en su interior trabajara/gente que siempre/decidiera por mí. /Qué debo hacer o no. /Qué debo decir. /Qué debo callar. /Porque o mejor es que escojan por una/y así complacer/ a todas y a todos. /Bajo esas condiciones mi cabeza no me metería en Problemas. /Nunca más. /Lo terrible es que mi cabeza no es cuadrada. /No es un ring de boxeo. /Pero las ideas se disputan unas contra otras, /jamás abandonan el entrenamiento/y yo no tengo vocación de árbitro3.
El poema en su enunciación toma a la prosa, y es evidente, por el tema que trata, el tono retador con que dibuja sus lecturas del cuerpo, el desafío de asumir tu identidad más allá de los estereotipos con que conforma la sociedad lo femenino. El cuaderno hace gala de un lenguaje directo, que apuesta a la ingeniosidad, despojado de metáforas, al que lo impulsa un ansia de redención, de traspaso, más que de denuncia, donde el camino hacia tu identidad está acompañado, pero no está reñido con tu sexo4. Entre tanta violencia, que va desde lo físico hasta lo sicológico, la mujer se autoreverencia y muestra en este poemario un sentido y autosuficiencia de su propio mundo:
Los estómagos y los amaneceres
Para cuando te vayas ya habrá amanecido/y no habrás tomado leche/y no habrás comido pan/y no te habrás aseado/porque todo eso tú lo haces a partir de las 10 de la mañana/cuando ya amaneció y no ha venido la leche a la bodega/y no trajeron el pan/pero te dan ganas de asearte/porque a la gente le gusta verte limpio y alimentado./A mí me da igual el pan y la leche y me da lo mismo si me aseo o no./De hecho no me importa a veces si amanece./Me importa que te vayas para que mi cuarto se extienda,/quede solo para mi/o para alguien que valore/cuánto me gusta un café express a solas5.
Cuando hablamos de la ironía debimos recordar también que este recurso, renovado con elementos de la vida cotidiana femenina, debe viajar también a la efectividad literaria o poética, y allí es donde el crítico se pregunta ¿esta se logra siempre? La pasión y la ironía no hacen nacer por sí solas la gracia y el misterio. Por eso unos poemas resaltan sobre los otros, por eso a veces es frágil la correspondencia entre la realidad y su bordado, y alguna que otra parábola puede lucir gratuita, o hay problemas con la medida del empleo de lo escatológico. La autora ha de darse cuenta de que
en la escritura del poema existe una antigua relación entre la verdad biográfica y la verdad estética: cómo las exigencias de la escritura, de la verdad poética, necesariamente se separan de la literalidad de la vida para poder dar cuenta de ella; cómo, por así decir, la verdad de la obra es mayor – y otra– que la verdad de la experiencia6.
O lo que es lo mismo:
El propósito del arte es comunicar la sensación de cosas en el modo en que se perciben, no en el modo en que se conocen [···] El arte es el modo de experimentar las propiedades artísticas de un objeto. El objeto en sí no tiene importancia7.
Ocurre entonces la reconciliación corporal femenina lejos de las aspas de una perfección —lances de cohibirse— que impone la sociedad y los medios a la mujer. Lo que debe formar parte de la intimidad del ser femenino emerge con la mayor naturalidad —que la vida no muestra, que la publicidad no muestra— con el más sincero orgullo. Véase en este sentido el poema dedicado a la cicatriz de una cesárea, o el que se centra en la vagina. Esta mujer, que canta en secciones correspondientes dentro del libro a su cabeza, su tronco y sus extremidades, añade a los avatares del cuerpo el de consumir literatura, como oficio o función que puede sustituir a aquellos otros. Así lo hace saber en sus textos, pues leer el cuerpo femenino es leer sus esencias y fenómenos con naturalidad, con dejos de lo coloquial en los que el ingenio trabaja con más o menos suerte. Un poema descuella entre los otros:
Una mano, un árbol, un libro y un niño
En la mano izquierda,/cerca de la muñeca pero hacia dentro,/llevo tatuados un árbol y un libro./Esperé muchos años para tatuarme/un árbol y un libro en la mano izquierda./Esperé a escribir mis propios libros,/a publicar mis propios libros,/a escuchar que la gente hablara o no de mis libros./Esperé a sembrar mis propios árboles./Incluso esperé a que se marchitaran/las hojas de mis libros y de mis árboles./Esperé por un hijo para tallarme/un árbol y un libro en la mano izquierda8.
Este texto, escogido no por gusto para poner en la contratapa del cuaderno, amén de ser una versión femenina del adagio que reza que no debe uno irse de la vida sin haber sembrado un árbol, escrito un libro y engendrado un hijo, da fe del sacrificio de la existencia de la mujer, en todos los sentidos, de como ella experimenta el mundo, poniendo cada parte de sí en lo que ha pretendido, y pretenderá. Y ya no queremos repetir lo que Virginia Woolf veía hacer a las mujeres de su tiempo: ser espejos poseedores del poder mágico y delicioso de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño natural. La magnitud que de hace tiempo nos alcanzó hablará por nosotros.
II
Escuchaba la poesía de Yanira Marimón, dicha en su propia voz, en eventos que van socializando nuestras vidas, o la leía en grupos pequeños en alguna revista. De esa emoción comprendí que vivíamos experiencias parecidas, volcadas con afinación en algunos poemas donde emergía su rol de madre, que equivale a ser imbatible en la tormenta, y me decía «cuando la publique intentaré escribir sobre ella». Y aquí me veo, dando testimonio de una manera nítida y profunda, de una manera directa y profunda de asumir el hecho poético9, donde se convierten en imágenes acompasadas el dibujo crudo y hermoso de una vida, debido a alguien que cree que el único criterio de una acción es su efecto último en la felicidad o infelicidad de una persona10. La suya es una poesía hilvanada a partir de la existencia del hombre cotidiano, y, aunque está hincada en la realidad, parece sobrevolar sobre ella como una nube, efecto que es logrado gracias a la eficacia y la mesura con que la cultiva, y a la presencia de lo alegórico en numerosos textos donde canta a la fugacidad de la vida y del valor de las maneras y objetos con que esta se manifiesta. Tal condición posibilita que su aproximación se constituya en desafío desde el desengaño, el desengaño que puede llegar a lo sombrío11, o, si se quiere, sus poemas transmiten una calma interior, pero transida del fin, o de todos los finales, donde no están ausentes versos electrizantes y de una telúrica belleza:
Por qué justo ahora
que vamos dejando atrás el tiempo
de ser jóvenes y bellos
encuentro tan hermosos
los cuerpos de los muchachos en flor,
la mirada irreverente de los otros.
Ahora que empiezan a salir canas en mi pelo
y la carne es menos firme,
menos firme mis piernas
corriendo delante de la muerte.
Cuando se escapan despacio
la lozanía de la piel,
el brillo de los ojos,
la altivez de la frente.
Ahora que empiezan a salir canas en mi pelo
y la carne es menos firme,
menos firme mis piernas
corriendo delante de la muerte.
Cuando se escapan despacio
la lozanía de la piel,
el brillo de los ojos,
la altivez de la frente.
Ahora que mi cuerpo comenzará a decrecer,
a buscar calladamente la tierra,
ahora que aprendo a olvidar,
a perdonar afrentas,
cuando las derrotas son menos tristes
y las victorias, más abrumadoras y sospechosas.
Cuando apenas logro llorar
y los finales parecen más ciertos,
más cercanos.
«Es normal», me dices,
pero he sentido miedo
cuando en el espejo
descubro un rostro extraño
que reconozco como mío,
cuando empiezo a aceptar, definitivamente,
este atroz y divino proyecto que es nacer,
transcurrir en el tiempo
hasta quedarnos tan solos,
tan dispersos y solos,
tan secos como esta pequeña hoja
que ha venido a morir en mi ventana12.
Es un poemario que comienza bien, con este, un texto, elocuente, exacto para una apertura: no así son desplegadas las maniobras del cierre, demostrándonos que son dos cosas diferentes ser autor de un grupo de excelentes poemas, y otra muy distinta ser el autor de un libro bien pensado, equilibrado, técnicamente discernido. Lo más difícil es aprender a organizar un libro, que sea justo y eficaz su cierre, que quede como racimo dibujado el libro, y no los poemas como frutos que, goteantes, a duras penas encuentran su lugar en el plano. Aun así la escritora alcanza lo que afirma en uno de sus versos: «escribir un poema humilde donde conservar intactos los recuerdos»13.Poema que se multiplica de un texto a otro, donde se asume la filosofía de la fatalidad del mar como herida en el alma de los cubanos14, o el ascenso del filón sociológico hermosamente enlazado en la incertidumbre mutua de los grupos generacionales, que pasan por lo exangüe de una economía:
Los amigos de mi hijo han empezado a marcharse, a habitar otros sitios bajo otro sol, otros lugares donde nunca será igual la intensidad de la luz.
Se marchan los amigos de mi niño como lo hicieron los míos cuando tenía tu edad. Y no sé cómo enseñarlo a entender las lejanías, el paso breve de los otros.
Los amigos de mi madre han empezado a morir, calladamente, a destiempo, como casi todos los eventos memorables, que suceden antes o después de lo previsto.
Se mueren los amigos de mi madre como morirán los míos de aquí a algunos años. Y será igual, a destiempo, porque nunca son propicias las despedidas.
Mi madre y mi hijo se van quedando más solos. Hay algo que los junta a pesar del tiempo, la eternidad que se vuelve distante, menos creíble.
Los amigos de mi hijo han empezado a marcharse. Los amigos de mi madre han empezado a morir.
Y no sé cómo explicarles a ambos, y que lo entiendan, que los dos actos son una misma cosa15.
O asciende una memoria atrapada en un ansia sin fin, o lo que es lo mismo, un ansia deshecha, a veces provocada por la rebeldía adolescente de los hijos, la fragilidad del mundo puesta a prueba ante la fuerza poderosa, y de otra fragilidad, de la juventud. Poema expandido donde se enarbola a la madre como guardián, como guerrero de la familia, como algo que a ella pertenece, aun cuando no lo busque, cuando no desee desvivirse por ella16. En este poemario, de signo confesional, la enunciación directa y el lenguaje, llano y emotivo, van acompañados de una mirada sombría que recuerda la de los poetas románticos, y no pecaríamos de exagerados si dijéramos que hay una exaltación de lo sombrío, de lo sombrío que subyace en lo cotidiano. Nos entregan baladas para testimoniar el miedo17, y la incertidumbre, dispuestas algunas de ellas a manera de acantilados, como la metáfora que la poeta suele proferir más de una vez: la afinación del miedo, probando que la poesía, como confesó alguna vez la Dickinson, es una concesión de Dios a una perdedora, algo exprimido a la verdad.
Notas.
- Maylan Álvarez. Otras lecturas del cuerpo. Ediciones La Luz, Holguín, 2016. Con este libro la autora obtuvo la Beca de creación Dador en 2013 en la cual me desempeñé como jurado. Del lastre que acompaña a la aparente fragilidad y refinamiento de lo femenino da prueba la excelente ilustración del libro: una obra de Cirenaica Moreira titulada «No soy yo, es mi cuerpo que recuerda.»
- Soren Kierkegaard. Diario de un seductor. Ediciones Destino, Barcelona, 1988, p. 36.
- Maylan Álvarez. Ob. Cit, p. 11.
- Véase el poema «mamíferos», pp. 25 – 26.
- Maylan Álvarez. Ob. Cit, p. 27.
- Olvido García Valdés. «Cruz negra sobre fondo blanco» en El canto y la ceniza, Antología Poética de Anna Ajmatova y MarinaTsviétieva, Editorial de Bolsillo, Madrid, 2008, p. 12.
- Viktor Shklovsky.En www.megustaleer.com/sello/NB/debolsillo
- Maylan Álvarez. Ob. Cit, p. 45.
- Yanira Marimón. La fragmentada memoria. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2016.
- Susan Sontag. Renacida. Diarios Tempranos, 1947 – 1964, Mondadori, Barcelona, 2011, p. 1.
- Ob. Cit., p. 41: Cuando los hijos crecen y empiezan a perder la fe/es entonces que todo lo que construimos a fuerza de cansancio, /el navegar de nuestra sangre agolpada,/la lluvia ascendente y súbita dentro del pecho/y la mentira que erigimos como verdad/para espantar el miedo y la desesperanza,/comienzan a perder sentido.
- Yanira Marimón. Ob. Cit, pp. 19 – 20.
- Ibídem., p. 42.
- Véanse los poemas «Desde una ciudad inerte», pp. 44- 45, «Historia», p. 52 «Cuando tenía tu edad ya era triste», p. 55, «Agosto», p. 68.
- Ibíd., p. 49. Véase también el poema «Día de celebración», p. 56.
- Véase el poema «Mi madre y yo», p. 79.
- La palabra «miedo» en el libro se repite 19 veces.
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