Todo es reconstrucción. Todo es derrumbe. Incluso las esperanzas de estos personajes, los clamores de una generación que no ha tenido hijos, ni premios, ni casas, ni árboles. Una generación que grita sotto voce —no es contradicción— mientras tramita el cotidiano de los sueños y su incompatibilidad con el mundo real (y con el «mundillo» de lo literario). Hay dolor. Una desgarradura. Una pulpa negra que rezuma desde el costado abierto de esta pieza. Hay crucifixión. Y el martirologio de una juventud que cuenta sus días: existe envejecimiento en el hecho de esperar.
En este relato no hay apagón definitivo. No hay un golpe de suerte ni un hecho que impacte en la estructura de la narrativa hasta el punto de no retorno. Es, más bien, la progresiva ausencia de luz, la progresiva pérdida de visión cuando ya no se aguarda por la esperanza, aunque se sueñe con ella. De ahí que los personajes de este cuento —con más especificidad, el narrador personaje— miren a su alrededor sin encontrar salida, solo el horro vacui de la catástrofe anunciada, de una demolición también progresiva que en ocasiones se amalgama, se confunde, con el placer del sexo y la angustia del derrumbe. Hay viga quebrada en la esperanza de estos personajes, en su dolor, en sus malabarismos que buscan una arquitectura del equilibrio, una arquitectura cualquiera dentro de la estática milagrosa que los sostiene.
El tono del narrador personaje se hunde en su propio discurso. Oración sobre oración, es lo mismo que decir país sobre país. Y en el centro, el caos. Un caos que se dispone y se augura desde el primer momento en que el narrador advierte lo que se cierne sobre su cabeza y sobre la cabeza de la mujer que ama: el miedo. Miedo a no tener. Miedo a la desesperanza. Miedo a perder. Un miedo que se va transformando en las breves páginas del relato —es mutable— y cuya forma asume lo simbólico (ese premio literario que no llegará); simbolismo que, a su vez, no es más que el reflejo clarísimo de un temor físico (el quedar sepultados bajo una viga o bajo la inopia).
Este es también un cuento sobre la espera y la paciencia. Aunque en ocasiones, estas aparezcan trastocadas, el autor y sus personajes nos hablan del amor y de la resistencia, del ejercicio de la conformidad. Una conformidad que en ocasiones grita y que otras veces cuenta los centavos para llegar a fin de mes, en una certeza de que no existe punto de no retorno porque todo, esencialmente todo, nos llevará de retorno a la fuente de la entropía.
Desde el comienzo de la historia puede avistarse/augurarse el final y, contrario a otras narrativas donde el autor intenta hacer de esto un ejercicio de intencionalidad, el hecho de lo previsible en la culminación del relato no es más que un ejercicio —otro— que muestra la inevitabilidad. Cierto: los personajes están condenados a ser los excluidos, los derrotados, viven en una especie de fatum al que intentan resistirse sin mucho éxito. Interesante es que el autor se detenga en este punto. Interesante es que haya tenido el buen tino de no escarbar más bajo la viga, en un ejercicio que pudo abaratarse con el melodrama de las vivencias cotidianas y que, no obstante, se mantiene a raya, en cerco, como una presencia que se saborea bajo la piel simbólica del cuento pero que, no obstante, no agria ni endulza demasiado el resultado final.
«Trámite para un derrumbe» cruza el espacio ficcional, esa cuarta pared que nos protege y nos aísla, para imbricarse en un espacio colectivo, un espacio de socialización autoficcional; donde cuerpo y experiencia forman parte de un mismo conjunto. Conjunto deteriorado de impresiones. Conjunto que deteriora esperanzas. Ejercicio de ficción, ejercicio de fricción, ¿periodismo narrativo?
Como sea, solo nos queda tramitar, en la individualidad silenciosa que nos toca, esas emociones que despierta el desamparo. La viga que cede no es solo una viga, sino la metáfora de algo más. Toda destrucción anticipada nos avisa. El que tenga ojos que vea. Quien tenga oídos que escuche.
Austin Llerandi Pérez. Profesor y escritor. Nació en La Habana en 1990. Actualmente cursa la Licenciatura en Español-Literatura en la Universidad de Ciencias Pedagógicas y trabaja en la misma Universidad. Ha obtenido varios reconocimientos, entre ellos: Premio Especial de la AHS en Encuentro-Debate de Talleres Literarios 2014; Premio Internacional de Poesía Letras como Espada 2016; Premios de Plata a nivel nacional en el 23 Festival Nacional de Artistas Aficionados de la FEU, categorías Narrativa y Poesía en 2016.
Trámite para un derrumbe
«Te lo deben, muchacho.
La imperfección se cumple rigurosa»
Viaje aplazado, Julio Cortázar
—Sería bonito, ¿no?
—Sí. Podríamos arreglar la casa, ¿no crees?
Y la casa se nos venía encima en un aletear de pestañas herrumbradas y viguetas sonrientes de óxido sobre nosotros en la cama, pidiéndonos que no la dejáramos morir, que cuando ganáramos el Cortázar, el Carpentier o cualquier otro premio importante y remunerado, no almorzáramos lezamianamente o nos atiborráramos de Frangelico o Dom Pérignon, sino que fuésemos raudos hacia nuestro proveedor de cemento más cercano y pactáramos la compra y posterior entrega llena de porteadores, they are the walrus cucucuchoo, cucucucuchoo, ellos son las ballenas que vienen y abrirán la posterior boca mecánica de algún vehículo y nos dejarán en el jardín en el que hace tiempo nuestra desidia no siembra nada, ni rosas, ni cilantro, ni claveles, nos dejarán la salvación materializada en un polvo gris que se endurece al mojarse y mezclado con otros tres elementos, fragua, una alquimia que permite a la casa un maquillaje alentador, y no más aquella grieta que desciende por la esquina, tan parecida a la raíz de todos los males posibles. La casa es un dragón que devorará a las doncellas vírgenes del premio en metálico de los concursos importantes, según se podrá apreciar.
Y así… no sé cuánto tiempo estuvimos en camino, y we can’t get no satisfaction, a medida que íbamos por la ciudad nuestro asombro ramificaba en el descubrimiento de la gravedad imposible, el apuntalamiento espejo del nuestro, ¿recuerdas?, aquella viga de madera oscura salvada de no sé qué derrumbe en donde me bailabas desnuda y le puteabas a un imaginario miembro del jurado, como si yo fuese aquel que dictaminara tu entrada al Parnaso o algo parecido, mientras sabías que el Premio estaba ganado por otra escriba-poetisa de senos tatuados y promesas efímeras, hasta el dictamen y el acta donde no estaría escrito «Dadas su originalidad, su ars amandi y su disposición para dejarse penetrar por cualquier orificio corporal, se le otorga el Primer Premio a…», y entonces el llanto, la renuncia, el más nunca participo en este concurso, el jurado ni nos lee, no lo ves, solo sympathy for the devil y se acabó, el mejor efebo o la mejor meretriz vincit y ya, nosotros a enfrentarnos con la casa y las resquebrajaduras y las columnas que a cada empellón de mi sexo contra tu sexo amenazan con ceder, como si el sexo no fuera en realidad otra manera de construirse. La casa protesta ya, but casa, you can’t always get what you want, lo siento, tendrás que esperar a que algún juez incorruptible lea estas palabras y salte y maldiga y grite en público: ya denle al que escribió esto el Primer Premio, dos Emmy, un Oscar, tres MTV, el Balón de Oro, la iglesia que quiera, el Premio Nobel de Literatura y un caballo último modelo, o tendrás que esperar, casa, a que ese mismo individuo, elevado a la categoría de Jurado Plenipotenciario, dé con alguno de nosotros (casualmente) proveedores de fantasías eróticas y combustible erógeno, lo invitamos a un ménage à trois o algún comedido adulterio elevándolo, por dos o tres horas, a la categoría de Monstruo Sexual, Supremo Sacerdote de Vaginas o Anos y Provocador de Orgasmos y otras mil paparruchas que se enuncian en la cama cuando el amor no sirve para nada.
Pasaron dos meses y todos los esfuerzos parecían ser estériles, el Premio David vencido, aunque tú mandaras un poemario que, según opiniones especializadas, dos exnovios y una lesbiana siempre al acecho de la ruptura, revolucionaría la Generación Cero, los Novísimos y nada, en la sala Rubén Martínez Villena no se escuchó tu nombre, ese nombre que yo repetía quizás diez noches sí y una no acaso, sin querer desplazarte por otra más talentosa que me permitiese reparar la casa y despojarla para siempre o hasta que pasara el tránsito oneroso de los hijos, de esas venas negras que le van saliendo contra la pared del Norte, donde nunca da el sol, y se le ha formado un callo de humedad a la casa, se va a morir y otro derrumbe entonces, otra cifra más en la lista de damnificados, otro nombre para asignar, otra estadística, otro número.
Casa, resiste. Ya casi. Estoy seguro de que pronto me llamarán… y entonces, la realidad supera a la ficción, el teléfono que suena y yo dándole de comer a la gata, ¿lo atiendes tú?, no puedo, me estoy afeitando, desde el baño tu voz navajoza y de pronto el auricular, sí, dígame, buenos días le informamos que debe Usted de asistir el día 26 de agosto, aniversario del natalicio de Julio Cortázar, a la premiación que tendrá efecto en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, 19 y E, Vedado, La Habana, Cuba, a las 4:00 p.m. Tú y yo nos reímos, como si tanta especificidad, día, evento, institución, calle, municipio, ciudad, país y hora fueran evadibles, como si esa presencia espacio-temporal que requieren los Dioses no fuera a ser cumplida a rajatabla y yo con mi camisa a cuadros azules y negros y tú con ese vestido que permite tu humanidad depilada y ver que no hay tela debajo recubriendo la gruta que permitiría el acceso al arreglo de la casa, la casa que no nos no verá expectantes y el guiño cómplice, la mordida de labios y el gesto de nervios que sigue porque ahora sí, alguien rompe el sobre y procede a la lectura del acta, tercera mención a Rayuela y las cortinas de París, de…, título evidente en exceso, al parecer de nosotros y el jurado, que decreta una segunda mención a Los laureles, este se acerca a las posibilidades de no ser porque de nuevo el mismo, el año pasado, otra vez, qué triste un buen relato malgastado en la espera y entonces tú y yo la primera mención y el gesto apocado, tanto elogio sin dinero y exaltación de la calidad sin remuneración, la casa que seguirá cayéndose y la artrosis de las vigas que la sostienen sin remedio posible, la casa así para siempre o hasta que se pueda, hasta que ante cualquier orgasmo de estos nos caiga encima sobre tus gritos o el clamor secreto de algún Premio que venga a ser lo mismo que el renacer de la casa y un portal amplio donde fundar una familia, sin el agobio de la reparación o la compra de esa alquimia a voces del cemento para darle forma y sustancia a los muslos de la casa, que nuestra imaginaria parentela espere hasta la culminación del ensayo donde aparentemente seducimos al jurado que accede y entonces el cheque, el Banco y el vehículo en la acera, cualquier mañana de estas, para darle descanso a la casa, para el cierre del trámite y para que puedas gritar en paz y cabalgata, para que no se nos derrumbe la casa.
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