
Hace ya varios años tuve la suerte infinita de leer un relato que el escritor argentino Abelardo Castillo mencionaba en su libro Ser escritor, el cual debo haber leído no menos de veinte veces y que resulta muy sugerente para cualquiera con intenciones de probar suerte en el mundo de la Ciudad Letrada.
El relato en cuestión se llama «Matar a un niño» y tiene la autoría del sueco Stig Dagerman, un autor que, por desgracia, abandonó la vida en edad muy temprana.
Brutal fue la impresión que causó en mí este relato, en el cual un hombre bueno, pero imprudente absoluto al timón de un automóvil, acabará con la vida y los sueños de un niño de apenas ocho años.
He leído este relato tantas veces, que algunas de sus partes puedo citarlas de memoria. Me he emocionado por igual en todas las ocasiones que lo he leído. Impacta el relato. Te parte a la mitad el corazón, saber que un niño verá tronchada su vida salvajemente, cuando más la fantasía brilla en su cabeza.
En encuentros con miembros del Círculo de Abuelos Amor, en la Escuela Secundaria Básica Carlos Gutiérrez Menoyo, ante los más diversos públicos de Caimito, he conversado sobre este relato y de la invitación que nos hace Dagerman a ser responsables no solo de nuestras vidas, sino también de las ajenas, porque una vez cometido un error de estas dimensiones, ya todo será un mar de oscuridad en torno a los seres implicados en una tragedia que pudo evitarse.
La aprobación ha sido unánime entre veteranos, madres, padres y adolescentes que me han escuchado narrarles esta historia de intenso dolor humano.
Aunque muchos no le otorguen demasiada importancia a la lectura, en tiempos de internet, lo cierto es que encontrar en el camino relatos como el mencionado, nos lanza a degustar una experiencia única, que en casos como el de Matar a un niño, lejos de envejecer con el paso de los años, mantiene la misma vigencia desde que fuera escrito hace más de medio siglo.
Recuerdo que en los encuentros para debatir el relato de Dagerman, tuve la posibilidad al concluir mi intervención de regalársela vía Whatsapp, un modo estupendo también de acceder al disfrute de la mejor literatura planetaria.
Una escuela primaria, secundaria, un preuniversitario, un círculo de abuelos, un hogar materno, una escogida de tabaco… siempre serán ese sitio envidiable donde la literatura puede irrumpir con sus misterios, verdades y sugerencias irrepetibles.
Quien beba de las buenas historias de los libros nunca verá morir su imaginación, activará su espiritualidad y siempre estará consciente de que lo escrito en ellos lleva la fina y lúcida intención de hacer que no pasen por alto los detalles y asuntos más sublimes o espinosos de la realidad.
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Tomado del Diario El Artemiseño
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