
La historia no tiene desperdicio. Los artículos marcadamente separatistas que el periodista Aniceto Valdivia publicaba en el periódico La Lucha promovieron la reacción enconada de las autoridades españolas y hasta el mismo capitán general tomó cartas en el asunto y ordenó que se encarcelara y sometiera a juicio al redactor. Ya en prisión, Valdivia continuó escribiendo bajo seudónimo y satisfizo así a Antonio San Miguel, director-propietario del diario que lo instaba a escribir bajo un nombre supuesto. Lo interesante del asunto es que el propio capitán general felicitó a San Miguel por haber encontrado tan excelente sustituto a la pluma infidente del periodista encarcelado.
En su calabozo, Valdivia había leído la novela de Víctor Cherbulier y le resultó atractiva la personalidad del noble ruso que dio fama a la obra. Nacía así el Conde Kostia. El prestigio que Aniceto Valdivia cimentó durante años de escribir para el público, en Europa y América, lo ganaba con rapidez su improvisado sobrenombre.
Sobre todo periodista
La crítica exalta la fineza de su prosa, su profunda y bien asimilada cultura, la lucidez analítica con que enfocó, al margen de la actualidad, los temas impuestos por ella y la información de primera mano que siempre tuvo respecto a los valores de sus contemporáneos así como de los sucesos culturales que ocurrían en ambas orillas del Atlántico. No faltan los que señalan lo ampuloso de su estilo.
Como poeta, afirman especialistas, Valdivia no puede ser excluido de ninguna antología cubana del género que se respete. Sus dramas, que escribió en plena juventud, fueron estrenados en Madrid por la compañía del notable actor Antonio Vico. Tuvo cargos en la administración colonial y luego en el servicio exterior de la República… Valdivia, sin embargo, destaca sobre todo en el periodismo. Fue periodista en esencia y todo lo demás lo fue por añadidura, asevera la crítica. Articulista eminente, sus crónicas son modelo de concreción, elegancia y fineza. Cultivó con maestría la gacetilla, a la que dotó de un tono frívolo sin hacer concesiones a lo cursi y sobresalió asimismo en la nota informativa. Fue corresponsal de La Lucha en Constantinopla y reportó los acontecimientos que agitaban entonces esa región. Logró con su pluma que los lectores lo acompañaran, sin perder detalles, en sus recorridos por la Exposición de París, en 1900, y en sus andanzas en los carnavales de Niza y los de Nueva Orleáns, páginas que sobresalen por su plasticidad; páginas amenas que dio a conocer bajo el rubro de Mi linterna mágica.
La mitra del obispo
Aniceto Valdivia y Sisay de Andrade nació en el ingenio azucarero Mapo, en Sancti Spíritus, el 20 de abril de 1857. Su padre, médico militar, ejerció allí su profesión hasta su traslado a Santiago de Cuba. En esa ciudad, un sacerdote jesuita enseñó al niño las primeras letras, lo apadrinó en el bautizo y, al morir, dejó un legado para su educación. Hizo Valdivia estudios en Santiago hasta que en 1871 se estableció en España en compañía de su madre. En la Universidad de Santiago de Compostela se licencia en Leyes, profesión que nunca ejerció. Quiere que el periodismo le dé fama y una retribución lucrativa.
Tiene unos veinte años de edad cuando sus artículos en el periódico El Globo, de Madrid, ganan un interés creciente. El joven redactor no solo escribe con agilidad y elegancia, sino que está muy penetrado por las corrientes republicanas de su tiempo. Es un comienzo triunfal que le abre las puertas de no pocas publicaciones de la capital española. No tarda en aparecer su firma en El Pabellón Nacional y también en Madrid Cómico, y en «Lunes» de El Imparcial su columna es de las más leídas y comentadas.
De esta época data su controversia con Ramón de Campoamor, a quien acusó de plagiario. Profundo conocedor de las letras francesas, señaló Valdivia las coincidencias —más bien calcos—, se dice que existían entre determinado poema francés y «Los buenos y los sabios», caudaloso poema de Campoamor escrito en cinco cantos.
La acusación conmocionó al mundo literario y periodístico de la villa y corte. No por mucho tiempo pues el español, sabiéndose en desventaja, visitó al cubano y, en gesto de paz, le hizo una apelación conciliadora. Le dijo: « ¿Cuándo ha visto usted que los obispos se tiren las mitras a la cabeza?»
De cualquier manera, Valdivia colgó los guantes y no volvió sobre el asunto pues el encuentro dio pie a una amistad que duró toda la vida. Pero Campoamor buscó la manera de sacar de Madrid a tan peligroso crítico, y, astuto como era, lo persuadió de que aceptara un cargo administrativo en Ultramar, que él mismo gestionó. Fue así que Aniceto Valdivia quedó destinado a Puerto Rico.
No permanecería mucho tiempo en la isla hermana. Era la burocracia incompatible con sus gustos e intereses. Regresó a Cuba cuando la autonomía cobraba auge y esplendor en la Isla. Ricardo del Monte lo lleva a El País, órgano de esa tendencia. Apunta Arturo Alfonso Roselló en el prólogo a Mi linterna mágica (1957) volumen número 14 de la serie de Grandes Periodistas Cubanos: «Es presumible, sin embargo, que un espíritu inquieto y demasiado nutrido de influjos renovadores en literatura y en política, buscase campo más afín para dialogar con su público sin adscribirse a una disciplina determinada».
Fue así que Antonio San Miguel lo incluyó entonces en el equipo de La Lucha. Para ese diario escribió durante treinta años. Así lo veremos en una próxima entrega.
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