Es un periodista completo. Su versatilidad y cultura le permiten asumir cualquier tarea que se le confíe en La Lucha. Ejerce la crítica teatral en una época en que La Habana es una plaza fuerte del teatro por el flujo y reflujo de compañías de drama y comedia, ópera y zarzuela europeas que aquí se presentan. Redacta cada semana folletines, tan del gusto de la época. Hace las gacetillas y no pasa por alto sucesos literarios y artísticos tanto de Cuba como del exterior. Es un informador enterado que puede escribir también sobre música y pintura, sobre obras y autores y ejercer una crítica que hoy parece expresión de un impresionismo confuso y desbordado que a veces se pierde entre comparaciones de revuelta erudición y metáforas impropias, pero que también es capaz de escribir, dice Cintio Vitier, con «sobriedad y señorío».
Como persona Aniceto Valdivia, el Conde Kostia, es amable y frío, risueño y mordaz, cariñoso y seco a la vez, «un conjunto extraño y heteróclito de cualidades confusas y que es natural que confundan», escribe Manuel Sanguily en una semblanza en que lo llama «loco Sultán de nuestras letras», y en la que apunta: «El hombre a quien quiero mucho, me desconcierta, y el escritor, que por muchas cualidades admiro, me irrita a menudo». Vitier, que rechaza el atolondrado culto a los símiles, la ampulosidad y el ditirambo del Conde, reconoce que es un buen traductor de autores franceses y exalta «el encanto de su persona». Precisa: «La posteridad, atenta solo a las obras, suele ser injusta con hombres que, como él, llenaron sobre todo una función de animadores, vehículos y contagiadores de la literatura que en su momento era de más difícil acceso y más apetecida por los jóvenes». Con Valdivia llegan a La Habana libros de Gautier, Catulle Mendés, Prudhomme, Baudelaire… que tanto van a influir en Julián del Casal y otros autores jóvenes del momento.
Manuel de la Cruz visita al Conde y deja en La Habana Elegante (1886) esta imagen acerca del lugar donde vive:
Era un aposento en que siempre era de tarde, húmedo y ahumado; el suelo estaba cubierto por una espesa capa de papeles: periódicos nacionales y extranjeros, semanarios, revistas, ilustraciones y trizas de cuartillas, arrimada a las paredes había numerosas tongas de libros, unas derribadas, otras amenazando derrumbarse; en el centro, y junto a un catre que era lecho y butaca, había un baúl enorme, forrado en cuero carcomido y lleno de calvicies, que desempeñaba funciones de armario, de velador y de escritorio. Era el mueble típico y emblemático.
Emigrado
Estalla la Guerra de Independencia y Aniceto Valdivia, que ha guardado prisión por sus ideales separatistas, debe salir del país. En México, donde se radica, funda y dirige el periódico El Imparcial, tribuna de la causa insurrecta, pero no levanta cabeza y se traslada a Nueva York, donde coopera con la emigración cubana.
Regresa a la Isla al instaurarse la República y vuelve a la redacción de La Lucha. Es la suya una pluma codiciada, su prestigio crece por día y publicaciones nacionales y de otros países se disputan su firma. Escribe para El Fígaro, Letras, Cuba y América, El Hogar… Finaliza la llamada Guerrita de Agosto (1906) renuncia Tomás Estrada Palma a la presidencia de la República y Valdivia, desde las páginas del recién fundado periódico El Triunfo, defiende la aspiración presidencial del mayor general José Miguel Gómez, el caudillo liberal villareño.
Triunfa José Miguel en la elecciones y, en 1911, premia a Valdivia con la representación de Cuba en la recién estrenada corte de Noruega, país secularmente unido a Suecia, que se separó del reino dual y se constituyó en una nación soberana más. Pronto se abren para el cubano los cenáculos literarios de Oslo; sorprende en ellos por su personalidad, su cultura, su dominio de idiomas… El rey Haakon VII lo condecora con la Gran Cruz de San Olaf, y le agradece el brillante estudio histórico que escribiera sobre Noruega, agudo ensayo de riquísima documentación, en el que puso de manifiesto su dominio de aspectos múltiples del proceso evolutivo de la nación escandinava y que fue traducido y difundido por media Europa.
En Brasil, donde se desenvolverá después como ministro plenipotenciario, destaca asimismo por su distinción y don de gente. En círculos intelectuales su presencia monopoliza la atención de todos por ser, más allá de la diplomacia, un hombre de letras con una impactante información sobre las literaturas modernas.
Regresa a la patria ansioso de volver al ejercicio del periodismo. Está con Manuel Márquez Sterling en Heraldo de Cuba. Publica en El Mundo y en Diario de la Marina, mientras que Gráfico, Social y otras importantes publicaciones acogen sus artículos y ensayos, críticas, crónicas y poemas.
Palmas académicas
Los que lo conocieron, lo recordaban como hombre de singular modestia, afable y comunicativo, con una pronta disposición a acoger y estimular a los jóvenes.
En Francia rechaza las Palmas Académicas que le ofrecieron por su traducción de Esmaltes y camafeos, de Gautier, y de obras de Barbier y Víctor Hugo. Alegó que no había razón para un reconocimiento tan desmedido. No aceptó nunca honores ni condecoraciones de países extranjeros, salvo la Cruz Noruega porque un diplomático no puede rechazar sin agravio una distinción de esa clase. Aceptó, en cambio, honores cubanos. Fue miembro de número de la Academia Nacional de Artes y Letras. Cuando Enrique José Varona ingresó en esa docta corporación, Valdivia pronunció el discurso de respuesta, considerado como una pieza antológica en su género.
Aniceto Valdivia, el Conde Kostia, falleció en La Habana el 28 de enero de 1927. Trabajó hasta el final de su vida.
Crónica
Hay una crónica del Conde Kostia que resalta por su humanidad. El 20 de mayo de 1925 un edificio de la calle Zulueta, justo al frente del cuartel de bomberos de Magoon y de la sede de la Asociación de Reportes, es devorado por las llamas. Allí radica el Círculo Liberal y la redacción del periódico Havana Post, así como apartamentos ocupados por familias. Justo en la hora en que arde el inmueble, toma posesión de la presidencia de la República un político liberal, el general Gerardo Machado.
Un episodio lúgubre marcó trágicamente el suceso, cuenta en su crónica Aniceto Valdivia. Se dijo que un niño había quedado en uno de los apartamentos lamido por las llamas, y el joven bombero Clemente Falcón se lanzó a salvarlo. Las llamas lo envolvieron y cuando volvió a la calle el bello joven era una masa informe. Lo brazos corroídos, las manos retorcidas de dedos ya inutilizados; el traje totalmente quemado que en jirones caía de su cuerpo llevándose en sus tiras fragmentos de piel adheridos a la tela, y ostentando en lo que fue rostro una máscara sanguinolenta… El niño a quien quiso salvar estaba muerto.
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