Lo lógico y coherente para una niña matancera que lleva el apellido Marimón es sentirse atraída, casi absorbida por la Literatura. Por tanto, la pregunta no sería por qué ser escritora, sino si en algún momento existió la posibilidad de no serlo, si aquella chiquilla soñó con otro oficio, con no seguir la senda de su padre. ¿Quién fue esa niña y cuánto de ella pervive aún? ¿Cuánto tiene que ver el nacer en esa familia y esa ciudad con la Yanira Marimón que ahora mismo teclea sus respuestas?
No tenía ni idea, hasta bien entrados los 20 años, de que sería escritora. Nada sucede por azar. Creo que estaba predestinada a nacer en Matanzas y a ser la hija primogénita de ese poeta extraordinario y eterno adolescente que fue Luis Marimón. Cuando yo nací, él no había cumplido 20 años y creo que eso marcó la manera en que me crié, con absoluta libertad. Si mi alma es libre, se lo debo en buena medida a mi padre, a esta ciudad donde nací y al barrio marginal donde vine a vivir desde los nueve años y donde todavía vivo. Si soy poeta, se lo debo a mi padre y a la manera única en que me enseñó a amar la poesía y a encontrar la belleza, incluso aquella belleza oculta entre las sombras o las cosas tristes, a aceptar y entender la vida, a amar la melancolía, los atardeceres, el mar, el quiebro de las gaviotas. No sabía que sería poeta, quería ser abogada, sicóloga o teóloga. Siempre tuve vocación para oír a la gente, escuchar sus historias de vida, pero algo más fuerte que yo me llevó un día a garrapatear versos y ya no he podido parar de hacerlo. De esa niña que fui, impresionable, inquisitiva, melancólica, queda mucho todavía. Nacer en una familia de poetas es, al mismo tiempo, un placer infinito y una enorme responsabilidad, sobre todo por el hecho de sentirme cien por ciento responsable de dar a conocer al mundo la obra de mi padre, en su mayoría desconocida y de una fuerza impresionante. Cargar con esa responsabilidad sobre mis hombros es algo arduo, pero que al mismo tiempo es el sustento que me da fuerzas para no desistir en ese empeño.
¿Por qué la Literatura Infantil Juvenil (LIJ)? ¿Alguna influencia te impulsa a contar para los más pequeños?
Mis hijos y mi propia infancia son los principales motivos que me han impulsado a escribir para los niños. Me interesa fundamentalmente la etapa que va desde los 10 a los 14 años, que es cuando los niños empiezan a tomar verdadera conciencia de sí mismos, donde comienzan a descubrir el lado no tan idílico de la vida y muchas veces no saben qué hacer, cómo enfrentarse a ciertos eventos o sentimientos recién estrenados. Mis libros están protagonizados casi siempre por niños de estas edades, preadolescentes o adolescentes que comienzan su búsqueda de la existencia y a veces no saben qué camino tomar. Yo quiero darles herramientas desde la humilde posición de la niña que fui y de la madre que soy, pautas de actuación y resistencia, mostrarles múltiples caminos desde la literatura, porque sigo creyendo que la literatura es un arma poderosísima de resistencia.
Donde van a morir las mariposas es una de las entregas más poéticas que recuerde entre los cuadernos de cuentos que han merecido el Premio Calendario. ¿Existe una voluntad de «poetizar» el texto o va saliendo así?
Hay un poco de ambas cosas. Generalmente mis textos van saliendo con cierto ritmo, con cierta dosis de poesía, pero si veo que falta esa dosis que necesito para escribir y sentirme satisfecha con mi escritura, cuando tomo conciencia de ello, pues trato de añadírsela. La poesía me es necesaria también en la prosa, me es necesaria en todo lo que pienso o escribo.
En este libro, tocas temas antiguamente considerados tabúes para los autores que se acercaban al mundo infantil, como son la enfermedad y muerte de un niño, el bullying o la marcha del país de origen. ¿Por qué estos asuntos, ese aire sombrío, o al menos de pálida tristeza que aflora incluso en el título?
Bueno, es que la vida es eso también. Sin embargo, si te fijas bien, hay algunos elementos que hacen que toda esa melancolía o tristeza pasen a ocupar un segundo plano en mi historia, que estén solamente como telón de fondo de algo mucho más importante para mí: la voluntad de resistir, el valor de poder ver el lado hermoso de la vida en cualquier circunstancia, la fe en un futuro mejor, el valor de la amistad, de la honestidad, de la familia, esas cosas a veces un poco olvidadas en medio de la vertiginosidad de nuestros tiempos. Cuando mi hijo David tenía 10 años, su mejor amigo, Carlos Abel, se fue a vivir lejos y ese hecho nos marcó profundamente. Entonces escribí Donde van a morir las mariposas, como una especie de fuga contra el dolor de mi hijo y el mío propio. Este es un libro que me ha traído muchas alegrías, nunca imaginé que tantas. Ahora mismo fue reeditado por McPherson, una editorial panameña.
¿Crees que la LIJ cubana está demasiado preocupada por reflejar la cotidianidad de niños con hogares disfuncionales y vidas bordeando la tragedia y que se olvidan la fantasía y la prédica de valores?
Sí, creo que es así. Sin embargo, no creo que eso, por sí sólo, sea algo negativo. Creo que lo malo de todo esto es pretender hacer de estas tragedias, de estos argumentos, el centro de todo, postergando la propia literatura, dejándola en un segundo plano. Lo malo de esto es escribir queriendo únicamente causar sensacionalismo o pena, o compasión en el lector hacia esos personajes «sin más salida que su propio dolor o entorno social». La literatura no es eso, no es solo contar llanamente una historia, aunque sea muy extraordinaria. La literatura es belleza en su sentido más amplio, y la belleza solo la puede lograr en sus libros un escritor de verdad. Hay muchos escritores «improvisados» que escriben desde la más total falsedad, e incluso ingenuidad, porque no sospechan que es muy difícil, casi imposible, timar a los lectores, que la belleza se escapa, se siente como un perfume agradable, desde lejos; que se percibe fácilmente, y que la falsedad tiene piernas cortas. Por eso es que algunos libros perduran, porque están escritos desde la más absoluta sinceridad y humildad, cualidades tan escasas en estos tiempos, o tal vez en cualquier tiempo. Por otro lado está el didactismo, vano, estéril, esa terrible enfermedad que padecen algunos libros escritos para niños, peor incluso que la falsedad o las historias escritas sin alma. Los valores jamás deben enseñarse desde el didactismo, jamás. Los valores deben enseñarse desde la belleza, la espontaneidad y la sinceridad. Esa es mi experiencia, como la niña lectora que fui. Algunos libros me salvaron de tanto y tanto. Leerlos fue lo mejor que me pasó.
A lo largo de la entrevista hemos mencionado con frecuencia la palabra valores. Hoy en día, algunos autores de LIJ consideran que intentar inculcar valores a través de sus textos puede alejarlos de sus lectores potenciales y que es preferible simplemente contar historias. ¿Qué piensas al respecto?
Supongo que esos escritores se refieran al hecho de inculcar valores de forma explícita, directa, apelando al didactismo burdo, porque, al contar historias de cualquier índole, ya sean fantásticas o reales, estamos inculcando, de manera indirecta, valores, proporcionando modelos, patrones de comportamiento. Cuando contamos historias exponemos vivencias, situaciones, conflictos, en esas historias afloran los sentimientos, la manera de actuar. Narrar historias es la manera más natural y efectiva de inculcar valores, de educar a los niños emocionalmente, de dirigir sus actuaciones y de crear modelos positivos de actuación.
Es curioso que, siendo poeta (una excelente poeta, añadiría), tu primer libro de LIJ no fuese un poemario. ¿Es muy complicado hacer poesía para el grupo etario al que te referías?
Escribo poesía para el público adulto, no me he atrevido a hacerlo para el público infantil ni juvenil. He hecho mis intentos, pero no me parece que tengan algún valor. Ojalá algún día pueda hacerlo. Me encantaría.
Seguimos con la poesía. Hoy resulta muy raro encontrar en la LIJ cubana composiciones poéticas tradicionales de la métrica hispana como el zéjel, la redondilla, o el romance y predominan el verso libre, la décima y ¿como última moda?, el haiku en todas sus variantes. ¿Qué crees al respecto? ¿Consideras que existe una pobre preparación de los autores en cuanto a los fundamentos de la métrica y los modos de versificar, o simplemente se busca más «libertad» para el discurso lírico?
Creo que hay un poco de cada cosa. La libertad del discurso lírico es algo genial. La poesía es poesía; su forma, poco importa. Conozco a magníficos escritores de poesía para niños, como José Manuel Espino, que apelan en su escritura al uso de las poéticas tradicionales de la métrica hispana y consiguen textos extraordinarios. Otros usan el verso libre y también son maravillosos.
Me hablabas de la publicación de Donde van a morir las mariposas por la editorial McPherson de Panamá. ¿Cómo les llega tu libro? ¿Resultó más o menos complicado trabajar con una editorial no cubana? ¿Alguna vez te ha pasado por la cabeza la idea de hacer versiones de un mismo texto que pudieran «colocarlo» en distintos países del mercado hispano del libro?
Ellos me lo pidieron. Es una editorial joven y con un equipo de profesionales maravillosos que está haciendo un trabajo de búsqueda y rescate de algunos textos de autores cubanos. Me resultó muy cómodo trabajar con sus editores. Ellos, al igual que su directora, son cubanos y saben muy bien dónde buscar buena literatura en nuestra isla.
La idea de hacer versiones de mis textos para colocarlos en otros países del mercado hispano del libro no me ha pasado aún por la cabeza, pero eso no quiere decir que en algún momento no pueda pasarme.
Siendo tú misma editora, ¿cuán complicado puede ser editar, corregir e ilustrar un libro de Yanira Marimón? ¿Cómo te relacionas con las personas que tienen estas profesiones?
No creo que sea nada difícil. Con las ilustraciones de libros para niños soy un poquito exigente. Me llevo muy bien con mis colegas editores. Con la edición de mis textos soy bien receptiva y sé que cualquier obra literaria es perfectible, puede mejorarse; cómo no voy a saberlo, si llevo veinte años editando libros y revistas y he visto de todo en materia de edición y de autores. Me encantan los escritores humildes y seguros de sí mismos, de lo que escriben; los que no temen que, al agregarles o quitarles una coma cuando sea preciso, su texto vaya a perder algún valor literario. Me llevo muy bien con los escritores a los que les edito sus libros. Ellos me han ayudado a ser mejor persona y mejor escritora. He aprendido mucho de ellos. Ser editora es mi vocación, un regalo de la vida.
Si ahora mismo fueses jurado de uno de nuestro concursos de LIJ, ¿qué tipo de textos te gustaría encontrar?
Me gustaría encontrar textos como los de Rubén Rodríguez, con los que me divierto muchísimo. O un buen poemario a lo José Manuel Espino o Nelson Simón, lleno de lirismo. O algún libro de cuentos parecido a A la sombra de un león, de Eldys Baratute, que dialoga con nuestra historia y nuestra contemporaneidad de la manera más respetuosa y bella en que puede hacerse.
Enfrentada al público lector en un imaginario diálogo con esos adolescentes, ¿qué mensaje le dejarías en la despedida?
Muchachos, la vida es un hermosísimo regalo, un milagro, a pesar de que el camino no siempre será llano y fácil de transitar. Leer les mostrará múltiples caminos, los hará más fuertes y al mismo tiempo más humildes, sensibles y piadosos. Leer les proporcionará herramientas poderosas de resistencia y amor. Leer les hará percibir la grandeza humana y también sus miserias. Lean y serán mejores personas. La lectura me salvó muchas veces cuando era una adolescente y no sabía qué hacer, qué camino tomar. Aún me sigue salvando.
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