De las 35 librerías con que contaba La Habana en 1959, unas ocho radicaban en la calle Obispo. De ellas la más renombrada era «La Moderna Poesía», en el número 525 de la vía, perteneciente a Cultural S. A., la más importante editora e impresora de libros existente entonces en la Isla, propietaria además de la librería «Cervantes» —Galiano, 304—, y con sucursales en varios países de la América Latina. Los libros de texto eran su mayor negocio —pagaba comisiones a los colegios privados que los adquirían; ofertaba papelería y efectos de escritorio y artículos de todo tipo para colegiales y contaba con un departamento para mantenimiento y reparación de máquinas de escribir.
Data el inmueble de «La Moderna Poesía de 1935» y es obra de los arquitectos Ricardo Mira y Miguel Rosich. Un típico edificio Art Deco en cuya construcción sus proyectistas cedieron a la calle dos metros de acera a fin de embellecer y ensanchar la esquina. Ahora en ruinas, impactó en su momento por su sobriedad, sin más decoración que la tipología de metal que identificaba el sitio y que milagrosamente se conserva.
Pote
El fundador de La Moderna Poesía, en 1890, fue José López Rodríguez, un gallego que hizo célebre el sobrenombre de Pote —dicen que por su afición desmedida a los potajes—, quien llegó a Cuba con menos de 20 años de edad, sin dinero ni estudios, sin familia ni amigos que lo apoyaran y que ya en 1911 lograba desplazar al capital norteamericano encabezado por la Casa Morgan del control del Banco Nacional de Cuba —que no era nacional ni cubano—, con más de cien sucursales en todo el país y depósitos por 190 millones de pesos.
En la mañana del 28 de marzo de 1921, ese hombre que había logrado infiltrar su aladinesca fortuna en los sectores más disimiles de la economía nacional, era encontrado en el cuarto de baño de su casa colgado del tubo de la ducha. Su posición en el Banco Nacional le permitió disponer a su antojo de los fondos de la entidad a fin de cubrir con ellos sus especulaciones en diversos campos. Los tomaba con absoluta confianza y falta de previsión ante una posible crisis. Cuando esa crisis estalló, el Banco Nacional tuvo que cerrar sus puertas, miles de personas perdieron sus depósitos y quedaron en la miseria, y Pote, tras considerarse traicionado por socios y amigos, según expresó en una carta, se suicidó, aunque es posible que lo «suicidaran», pero no existen pruebas al respecto.
Lo había perdido casi todo, aunque una delicada operación financiera permitió salvar, de aquella gigantesca fortuna, once o doce millones de pesos, la casa de 13 y L, en El Vedado, donde apareció muerto y donde su hijo construiría el rascacielos López Serrano, y La Moderna Poesía. Por esa empezó todo. Se dice, aunque nada lo corrobora, que en sus comienzos Pote se valió del dinero de Ana Luisa Serrano Ponce, una viuda con la que nunca contrajo matrimonio y con la que tuvo dos hijos, María de la Caridad, que con el tiempo se casaría con Joaquín Gumá, Conde de Lagunillas y Marqués de Casa Calvo, y José Antonio, a quien reconoció como hijo solo diez días antes de su extraño suicidio, y que llegaría a ser una de las grandes fortunas de Cuba.
Amable y simpático
Pote no solo se permitía entrar en mangas de camisa al Palacio Presidencial, lo que estaba expresamente vedado, sino que cuando visitaba al general Domingo Méndez Capote, ex vicepresidente de la República, en su residencia de 15 y B, se distendía y al calor de la conversación terminaba con los pies encaramados en la butaca que ocupaba sin importarle su finísima y genuina tapicería de Aubusson.
En su libro Amables figuras del pasado (1981) Renée, la hija del General, lo recordaba como un hombre amable y simpático, muy cordial con los niños y preocupado hasta el detalle por satisfacer a su familia, y que pese a su inmensa fortuna vivía modestamente, con una austeridad casi espartana.
Un día —recordaba Méndez Capote—, Pote enfermó de gripe y dos religiosas de la Orden de las Siervitas, magníficas enfermeras, fueron a atenderlo en su casa, aquel palacio de 13 y L, una mansión de tonos blancos y azules, de dos pisos y un alto abuhardillado. Penetraron las monjitas y fueron atendidas por un solo sirviente. Se maravillaron ante la espléndida belleza y la riqueza de los muebles, alfombras y cortinas. Atravesaron todo aquel emporio y subieron al piso alto, acondicionado con la misma riqueza. El sirviente las llevó todavía más alto, a lo que parecía un enorme desván en completo abandono. Allí, amueblado con una mesa de madera basta y sin pintar, una silla y un antiguo lavabo de palangana de porcelana y jofaina esmaltada, yacía Pote en una columbina.
Paisaje con títeres
En 1890, cuando La Moderna Poesía abrió sus puertas, la Plaza de Albear no era aún la Plaza de Albear, sino la Plaza de Monserrate. Allí hicieron piquera los coches de Valeriano San Pedro. Cuando esa empresa se instaló en la calle Obrapía, la plaza acogió las funciones de títeres y panoramas de Soler; proyecciones de vistas fijas que a la caída de la tarde hacían las delicias de grandes y chicos, con las aventuras de Toribio y Cristobita, y estampas que evocaban hechos históricos como el sitio de la Periquera y la batalla de las Guásimas.
Alrededor de la plaza abrían sus puertas la sombrerería El Casino, la casa de cambio de Con y Montoro, la librería de Ricoy, frecuentada por Varona, Sanguily y por el más tarde presidente Alfredo Zayas, el café La Cebada y la bodega propiedad de unos catalanes que andando el tiempo sería el bar Floridita.
En la zapatería de Sánchez Cuétara instaló Pote su negocio de libros. Para hacerlo se deshizo de los zapatos a lo que dieran por ellos y con tablas sin pintar —que hizo montar en burros de madera—, construyó los mostradores. Día a día revisaba Pote los obituarios que publicaba la prensa. Veía si consignaban el fallecimiento de un médico, un profesor, un abogado y no demoraba en visitar a la familia del finado con el ofrecimiento de adquirir su biblioteca.
En aquellos tiempos, y hasta la década de 1920, Obispo era la calle más comercial de La Habana, superada solo por Muralla. El negocio, la moda, el turismo, el romance… todo desbordaba en aquella calle elegante y estrecha, ruidosa, alegre, excitada, típica de los trópicos, caldeada por la atmósfera ambarina de oro en polvo que tamizaba el sol a través de los toldos de lona que cubrían la vía en toda su trayectoria. Una calle, —diría Orestes Ferrara en sus memorias—, que la gente recorría en las mañanas para ver y para que la vieran.
Pote llegó a ser propietario de tres centrales azucareros, de los terrenos donde se construyó el reparto Miramar, de la Compañía Nacional de Finanzas y de la Compañía de Accidentes del Trabajo, de la fábrica de cemento El Almendares, del Matadero Industrial, de la empresa que acometía la pavimentación de la ciudad de Cienfuegos, de los talleres de grabado de acero; representó en la Isla a los automóviles Buick, y, entre otros muchos intereses, fue dueño de almacenes de azúcar en los muelles de Cárdenas. El llamado puente de Pote, construido por él, unió a El Vedado con Miramar antes de la construcción del túnel de la calle Calzada, aunque no llegó a verlo inaugurado.
Gracias a su amistad con el presidente José Miguel Gómez, Pote llegó a monopolizar la impresión de libros de texto, y la impresión de documentos oficiales complejos, como sellos de timbre, bonos, acciones y billetes de banco que imprimía en La Casa del Timbre —de su propiedad—, que hizo edificar en la calle Bernaza esquina Villegas, próxima a La Moderna Poesía, y que hoy da albergue a personas vulnerables. Allí se producían también tintas de impresión, en un taller dirigido por un norteamericano que, durante 17 años, fue segundo jefe de la Casa de la Moneda de EE. UU.
Después
Tras la muerte de Pote, su hijo José Antonio acrecentó el legado de su padre. No enumeraremos sus numerosas propiedades —el hotel Comodoro, entre otras—, solo diremos que en la escala de adinerados que establece Guillermo Jiménez en Los propietarios de Cuba, 1958, y en la que sitúa valores que van, de mayor a menor, del 1 al 5, el personaje clasifica en la segunda categoría.
En 1926, con 20 años de edad y graduado ya de abogado, fundó y presidió Cultural S. A., fruto de la fusión de La Moderna Poesía con la librería Cervantes, de Ricardo Veloso Guerra, español llegado a Cuba en los días de la Guerra de Independencia para servir como sanitario en el ejército colonial. En 1910 fundó su propia librería, de significación en la vida intelectual cubana, y creó por su cuenta y riesgo el premio homónimo para estimular la mejor novela publicada en Cuba; además, fundó la revista que llevó el nombre de Cervantes. Estuvo entre los fundadores de la Institución Hispanocubana de Cultura y fue presidente de la Cámara Cubana del Libro. Falleció en La Habana, en 1954, a los 78 años de edad. En su honor se creó el premio Veloso, con el que se distinguió Diálogos sobre el destino, de Gustavo Pittaluga.
Una tarea difícil
Se dice que la Empresa Distribuidora del Libro asumirá la reconstrucción del edificio de La Moderna Poesía. Será una tarea difícil y costosa. Ojalá tenga éxito.
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