
La mujer paradoja: Sor Juana Inés de la Cruz
La paradoja hecha mujer
A Ley, que siendo adolescente deambuló entre estos versos.
En dos partes dividida /tengo el alma en confusión una, esclava a la pasión,/y otra, a la razón medida. Guerra civil, encendida, /aflige el pecho importuna: quiere vencer cada una, /y entre fortunas tan varias morirán ambas contrarias /pero vencerá ninguna. (Sor Juana Inés, Décimas)
Juana
La paradoja se hizo mujer, y se llamó Juana de Asbaje y Ramírez Santillana. Contradictorio fue su nacimiento en cuanto a lugar, fecha y origen. Vio la luz en la Alquería de San Miguel de Nepantla, que en lengua náhuatl significa «tierra del medio», ya que se ubica entre la cumbre nevada del Iztaccihuatl y la cumbre ardiente del Popocatépetl. Para algunos esto sucedió en 1648; para otros en 1651; para todos un doce de noviembre. Sus afluentes fueron la sangre vasca del padre y la sangre criolla de raíz indígena de la madre. Así nació esta perla entre las conchas de una contradicción.
Inés
Pero quizás lo más paradójico en ella fue su vocación: amaba a Dios y amaba al conocimiento de tal modo, que la vocación religiosa y la vocación intelectual formaban una trenza en su espíritu. Su fe en el Conocimiento era el fundamento de su conocimiento de la Fe. Pues, ¿cómo alcanzar la teología, se preguntaba, sin ascender por los peldaños de la ciencia y el arte? ¿Acaso no es Dios la suma sabiduría? Aunque a veces uno se pregunta si era el intelecto el medio para realizar su vocación religiosa o si, a la inversa, era la religión la vía para satisfacer su vocación intelectual.
Siendo aún adolescente, su talento excepcional la llevó a la corte de los virreyes de Nueva España (México). Allí fue la dama de compañía de la virreina. Con solo diecisiete años topó con cuarenta eruditos, y salió airosa. Todas las artes y todas las ciencias convergían en su espíritu como los radios de una circunferencia. Aunque sus conocimientos fuesen anticuados, e incluso, retrógrados, lo que la convierte en ejemplo es su ansia insaciable de saber. Es como si supiera que entender el mundo es leer la mente de Dios y comulgar con Él más allá de la devoción.
En 1667, pasó tres meses en el convento de las Carmelitas Descalzas, el cual abandonó enferma. Dos años más permaneció en la corte virreinal, pero en 1669 entró definitivamente en el convento de San Jerónimo. De este modo Juana de Asbaje se convirtió en Sor Juana Inés de la Cruz.
Se dice que en su celda tenía cuatro mil volúmenes y que allí pudo dedicarse a sus dos amores: Dios y el conocimiento. La carrera religiosa parecía ser el vehículo ideal para su vocación intelectual. ¿Dónde si no en un convento podía una mujer hispanoamericana del siglo XVII, por demás hija ilegítima, acceder al conocimiento? Pero la Iglesia escondía detrás de las tenazas del saber, el aguijón de la obediencia. Lee pero obedece, porque si no obedeces, no lees.
Así quedó dibujada la paradoja que habría de desgarrar a Sor Juana Inés durante toda su existencia: el contrapunto entre el ala y el lastre, que la torturaba a la vez que le imprimía dinamismo y vitalidad a su mente inquieta. Por eso su vida parece un continuo oscilar entre ambos polos.
Cruz
Mas, poco a poco, el conflicto de vocaciones se fue decidiendo a favor de la religión. Al final de su vida, sus ESTUDIOS se dividieron en sílabas: ES-TU-DIOS. Ella, que había aprendido a leer con solo tres años de edad, casi dejó de hacerlo en sus últimos tres años de existencia. Se cuenta que vendió los cuatro mil libros de su biblioteca y destinó el dinero a obras de caridad. Su confesor, el padre jesuita Antonio Núñez de Miranda, había tratado de disuadirla durante mucho tiempo de que dejara de escribir y de publicar. Dios le había dado el genio, pero la Iglesia le exigía obediencia.
Fue así que, la que tanto había cultivado su intelecto, renunció a él en 1693. Con este acto, el conflicto que la mataba y a la vez le daba vida, se desbalanceó de un solo lado. Dos años después, Sor Juana murió. Era el 17 de abril de 1695. Su epitafio estaba oculto entre sus Décimas: «(…) conseguiste matarme / mas no pudiste vencerme».
El siglo XVII debutó quemando a Giordano Bruno en la hoguera y se despidió enredando a Sor Juana Inés en las trampas de la fe. Ambos, condenados por su inteligencia; ambos, resucitados por su obra.
Sol
He aquí una mujer que fue un auténtico nudo de contradicciones. Nació Juana, dentro de una contradicción. Vivió Inés, oscilando entre los polos de otra contradicción. Murió de la Cruz, abrazada a un símbolo que no era más que la contradicción de dos maderos que se ensamblan perpendicularmente.
Su existencia parece más llena de paradojas que de hechos. Y bien mirada, esta circunstancia aparentemente desfavorable es, en esencia, beneficiosa. Si biografía viene de vida, vida de movimiento y movimiento de contradicción, entonces las paradojas son el cimiento más firme de una biografía.
Esto siempre y cuando se inserten en el contexto histórico del biografiado. Sor Juana vivió en una colonia española en América, en el siglo XVII, en tiempos del barroco cortesano y católico, fue hija ilegítima, mujer preclara en medio de la oscuridad machista, monja en pleno apogeo del Santo Oficio… Y aun así, no fue satélite sino estrella. Por eso, más que Sor, fue Sol.
La mujer hecha poesía
No hay cosa más libre que el entendimiento humano: ¿pues lo que Dios no violenta, por qué yo he de violentarlo? (Sor Juana Inés, Romances)
La mujer es la encarnación de la poesía. Lo es, y si además es poeta, la frase adquiere también el sentido opuesto: la poesía es una mujer hecha de versos.
La obra de Sor Juana, sea dramática, epistolar o lírica, está poblada de imágenes. Y esas imágenes, salvando la retórica típica de la época, están enfocadas casi siempre desde el punto de vista de la mujer.
Documentos como la Carta Atenagórica (o Crisis sobre un sermón), la Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz o la Carta al padre Antonio Núñez de Miranda, poseen menos vuelo poético, sin embargo, defienden el derecho de la mujer a pensar, opinar y escribir, incluso sobre temas como la teología, reservados hasta entonces solo para los hombres.
En su poesía está la imagen hecha mujer, y viceversa. Y es que aquí pudo verterse mejor el alma de Sor Juana. El lenguaje tropológico y la naturaleza fingidora de la poesía barroca, le dieron cobertura para querer decir, más que decir. Por eso de algún modo sus versos no la revelan, la ocultan. Como mujer y como monja, se humilló ante las convenciones de su época; como poeta, las esquivó, las criticó y hasta las desafió.
Técnicamente, sus poemas se distinguen por el dominio de la versificación, de los temas mitológicos grecolatinos y del hipérbaton. Testimonio de ello son sus sonetos, romances, redondillas, loas, villancicos, endechas y silvas.
En su poesía amorosa se opera la inversión de la tradición: el sujeto poético es femenino. La mujer es amante, más que amada; es sustantivo, no participio. Hasta entonces la mujer había sido el ente pasivo de la poesía.
Por primera vez en la historia de la poesía satírica occidental, Sor Juana convierte al hombre, al sexo masculino, en objeto de burla y censura. Según Octavio Paz, no hay poetisa francesa, italiana o inglesa del siglo XVII que aventaje en este punto a la mexicana. Célebre es la redondilla a la que hace alusión Paz: «Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis».
Su poesía de corte filosófico tiene el don de convertir el concepto abstracto en imagen literaria, de traducir líricamente un tema que roza lo científico. Tal es el caso del poema «El Sueño», que contiene casi mil versos. En él aborda cómo el alma sale del cuerpo, aprovechando que este duerme durante la noche, e intenta conocer el universo. Cuando se eleva, consigue ver el todo, pero es incapaz de captar los detalles, y cuando desciende hacia estos, pierde de vista el todo. La poetisa parece decirnos que el universo no es cognoscible pero el intento vale la pena.
Paz considera que «El Sueño», de Sor Juana, es una imitación de las «Soledades», de don Luis de Góngora y Argote. Y no dudo que así sea. Pero me pregunto si en esta comparación no subyace un mensaje subliminal machista. En efecto, ¿será que para Sor Juana está reservado, inconscientemente, el anagrama de Góngora, GORGONA? Tres eran las gorgonas: Enfermedad, Locura y Muerte, seres que nada tienen que ver con la poetisa. En lo personal, prefiero comparar «El Sueño», de Sor Juana Inés de la Cruz, con la bellísima «Noche oscura», de San Juan de la Cruz. Casualmente, no solo se asemejan los poemas sino que hasta los nombres de sus autores se parecen.
Cuando se caracteriza la poesía de la mexicana se enfatiza el paralelo con brillantes poetas españoles: Góngora, Quevedo, Calderón. La impronta de estos en ella es un hecho. Pero en tema de influencias sería útil no olvidar nunca la advertencia lezamiana: «(…) las influencias no son causas que provocan efectos, sino efectos que iluminan causas». El propio Borges decía que el escritor crea sus influencias.
Reconocer la originalidad de Sor Juana Inés nos conducirá a hallar su singularidad. Y esta radica, sobre todo, en la poesía que expresa, quiera ella o no, su vida. Lo singular de la mujer paradoja quizás esté, por tanto, en sus estrofas paradójicas. Solo es preciso explicar cómo el gen de la contradicción fue heredado por la única hija legítima de Sor Juana Inés: la poesía.
La poesía hecha paradoja
¿Cómo podré yo mostrarme, entre estas contradicciones, a quien no quiero, de cera; a quien adoro, de bronce? (Sor Juana Inés, Romances)
El poeta se debate entre el Enigma, que es la realidad que lo crea, y la Imagen, que es la realidad que él crea. Sus versos son el puente de palabras entre ambas realidades. La poesía es la metamorfosis del Enigma en Imagen, a través del poeta. En la obra de Sor Juana Inés esta metamorfosis parece cumplirse de un modo curioso.
Hipérbaton
El barroco español aportó este recurso literario, que consiste en alterar el orden de las palabras en la estrofa. Con ello el verso adquiere una forma contradictoria, chocante, distinta del lenguaje coloquial. No es lo mismo decir: «Cuando el sol intenta / penetrar cuerpos opacos», que decir: «Cuando penetrar el sol / intenta cuerpos opacos». (Sor Juana, Romances)
Oxímoron
Este recurso crea un contrapunto sugerente entre un sustantivo y el adjetivo que lo califica o simplemente entre dos vocablos cuyos significados se contradicen. El oxímoron casa antónimos. En la antología de Sor Juana editada por la Casa de las Américas, titulada Dolor fiero, aparecen varios ejemplos: senectud lozana, / decrépito verdor (p. 156); óyeme sordo, pues me quejo muda (p. 165); fiel infiel (p. 185); altiva bajeza (p. 201); cortés desatención (p. 299). Sin dudas, estos contrapuntos conceptuales desafían al sentido común, lo desbordan, complejizan el sentido tradicional de las palabras y, por tanto, enriquecen el lenguaje poético.
El retruécano
No obstante, donde más reluce el brillo de la poetisa mexicana es en la inversión de la sintaxis para contraponer la semántica del verso. Veamos algunos ejemplos:
La misma muerte que vivo, es la vida con que muero. (…) (Dolor fiero, p. 286.)
(…) Al que ingrato me deja, busco amante; al que amante me sigue, dejo ingrata; constante adoro a quien mi amor maltrata; maltrato a quien mi amor busca constante. Al que trato de amor, hallo diamante, y soy diamante al que de amor me trata; triunfante quiero ver al que me mata, y mato al que me quiere ver triunfante. (…) (Ídem, p. 158.) (…) ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada, o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar? Pues ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. (…) (Ídem, pp. 293-294.) (…) En perseguirme, mundo, ¿qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando solo intento poner bellezas en mi entendimiento, y no mi entendimiento en las bellezas? Yo no estimo tesoros ni riquezas; y así siempre me causa más contento poner riquezas en mi entendimiento, que no mi entendimiento en las riquezas. Yo no estimo hermosura que, vencida, es despojo civil de las edades, ni riqueza me agrada fementida, teniendo por mejor en mis verdades consumir vanidades de la vida que consumir la vida en vanidades.*
Corresponda o no con la evolución histórica, del hipérbaton al oxímoron y de este al retruécano parece haber una evolución lógica del poema, en cuanto al tratamiento de la contradicción:
- El hipérbaton es un primer paso, meramente formal, hacia la introducción de la contradicción en el discurso poético.
- El oxímoron lleva la contradicción hasta el sentido mismo de las palabras y lo pone en tela de juicio. Aquí la modificación no es sintáctica sino semántica.
- Con el retruécano la paradoja penetra la poesía en contenido y forma, invierte el significante para oponer los significados.
El retruécano empata la obra de Sor Juana Inés con su vida. Ambos caminos, vida y obra, que parecían discurrir como los lados de una cinta, cada uno por separado, se tuercen con el retruécano en sus puntas y forman una banda de Moebius. Dos caminos se vuelven uno solo.
Dice la Biblia que el temor a Dios es el principio de toda sabiduría (Proverbios 1:7). Pero puede que también el amor a la sabiduría sea un fin de Dios. Y tal pudiera ser el retruécano de la vida de Sor Juana. Si los hombres concibieron la religión para llegar a Dios, ¿no habrá Dios inventado las artes y las ciencias para llegar a los hombres?
¿Qué es la sabiduría sino e l conocimiento que, cansado de tanta verdad superficial, de tanta certeza metafísica, se torna paradójico? ¿Qué es el sabio sino un maestro de la paradoja, un ser que descubre relaciones donde los otros describen cosas?
Siglos ha costado que los seres humanos acepten, asimilen y aprendan a manejar las paradojas. Zenón de Elea creyó que sus aporías negaban el movimiento. Kant sostuvo que las antinomias de la razón demostraban la incognoscibilidad de la cosa en sí. Hegel confió en que las contradicciones dialécticas eran fruto de su genial intelecto, no de la realidad misma. No obstante, la historia de la humanidad nos enseña que las paradojas son, precisamente, verdades esenciales, claves del movimiento, leyes de la realidad objetiva.
Por encima de todas sus virtudes, Sor Juana Inés de la Cruz fue una mujer sabia. Por eso la contradicción fue su hábitat. Y este signo, a pesar de lo que pudiera creerse, acercó sus dos amores, lo divino y lo intelectual. Pues, ¿qué es la paradoja sino un guiño de Dios, que se asoma detrás de toda verdad y se ríe de nuestras certezas? Aunque es saludable no olvidar aquella frase de Einstein: «Dios es listo, no tramposo».
* Cit. por José Carlos González Boixo en: Sor Juana Inés de la Cruz: Poesía lírica, p. 254.
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