Gobierno Caffery-Batista-Mendieta:
En el gobierno provisional revolucionario de Ramón Grau, de septiembre de 1933 a enero de 1934, las negociaciones con los Estados Unidos se interrumpieron ya que Washington no reconoció a esta administración por su carácter revolucionario. Con posterioridad, en el gobierno Caffery-Batista-Mendieta, Cosme de la Torriente ejerció como Secretario de Estado y viajó a Washington para firmar el Tratado de Relaciones Cuba-Estados Unidos, que debió reemplazar a la Enmienda Platt así como el nuevo Tratado de Reciprocidad Comercial de 1934. Con la política del Buen Vecino que inaugurara Franklin D Roosevelt se trataba de ensayar nuevos mecanismos de dominio imperialista mucho más sofisticados que los del decadente Gran Garrote.
Ciertamente se vivía un ambiente agitado en Cuba y había sumo interés en neutralizar la revolución en curso mediante concesiones políticas y económicas pero a nuestro entender se procedió con demasiado apremio en concederles ventajas económicas a los Estados Unidos. Era innegable que los productores de azúcar de remolacha del país norteño siempre habrían creado dificultades al azúcar de caña cubano. Torriente inicialmente se había pronunciado por adelantar la firma del nuevo Tratado de Reciprocidad Comercial aunque luego llegó a una inteligencia con Washington para firmar primero el Tratado de Relaciones de manera reservada para así no levantar suspicacias entre los azucareros estadounidenses que pudieran arriesgar la eliminación de la Enmienda Platt. La hegemonía del naciente «buen vecino» requería de procedimientos expeditos, al menos para el caso cubano.
Con relación al nuevo Tratado de Reciprocidad Comercial, Cosme recordaba que durante el régimen de Gerardo Machado el embajador Welles había iniciado una serie de conversaciones que quedaron truncas cuando se comenzó el proceso de mediación política.[1] Añadía también que le había referido al mediador que «la revolución estaba en condiciones de brotar potentemente, otra vez, si no se buscaba solución a la par tanto a la crisis política como a la crisis económica».[2]
Una vez que cayó el llamado Gobierno de los cien días de Grau, Washington reconoció al de Carlos Mendieta con lo cual estaban dadas las condiciones para renovar las negociaciones comerciales. El propio Mendieta redactaría un documento en el que habilitaba a Cosme de la Torriente como Secretario de Estado a los fines de negociar nuevos acuerdos internacionales.[3]
Desde la administración de Gerardo Machado estaba en estudio la implementación de una cuota que limitaría las capacidades productivas de la industria azucarera cubana. Ante ello Torriente, como Secretario de Estado, de conjunto con Joaquín Martínez Saénz, Secretario de Hacienda, convocaron varias reuniones para definir las posibles demandas cubanas a los Estados Unidos.[4] Entre ellas estaba la de una cuota no menor de 2 300 000 toneladas largas ya que según su apreciación: «Sin esto el precio del azúcar no mejoraría, y la zafra no podrá entonces desarrollarse con normalidad, con lo cual el comunismo continuará agravando nuestra pavorosa situación, llevándonos quizás a la anarquía. Un país hambriento es un país que tarde o temprano va al desastre». Al propio tiempo Torriente, dirigiéndose a un alto funcionario estadounidense, admitía que en esa situación crítica era necesario «llegar con ustedes a algún acuerdo que nos permita socorrer a nuestros obreros sin trabajo y a las clases menesterosas, víctimas ahora de la más absoluta miseria».[5] Paralelamente demandaba un aumento en el preferencial arancelario al azúcar cubano del orden del cincuenta por ciento a lo que agregaba otros aumentos para algunos productos cubanos de exportación.[6]
Sin embargo, los Estados Unidos hicieron poco caso a estas solicitudes de ayuda urgente para aliviar la tensa situación cubana y decidieron, mediante la ley Costigan-Jones de 9 de mayo de 1934, ofrecerle a Cuba una cuota de tan solo 1 901 752 toneladas. Según el historiador Oscar Zanetti esta cuota azucarera asignada a Cuba «si bien resultaba superior a su proporción en los años 1932 y 1933, era casi la mitad del promedio histórico de las ventas cubanas durante la década del 20». Sin embargo, la burguesía cubana recibió con júbilo la noticia por temor a tener que enfrentar una situación mucho peor.
Estando Jefferson Caffery de embajador en Cuba se iniciaron las gestiones para negociar un nuevo Tratado de Reciprocidad Comercial. El 2 de marzo el Presidente Roosevelt dirigió un mensaje al congreso estadounidense para que lo autorizara a elaborar tratados de reciprocidad sin que fuera necesaria su ratificación por esa instancia de poder. Roosevelt fue convenientemente autorizado y el 3 de junio el Departamento de Estado anunció el comienzo de las conversaciones con Cuba. En tanto el 18 de julio fueron nombrados por la parte cubana el propio Torriente, como Secretario de Estado, el ingeniero Carlos M de la Rionda, Secretario de Agricultura, y Gabriel Landa, Secretario de Hacienda para iniciar las negociaciones del nuevo acuerdo comercial. Los comisionados cubanos estuvieron asesorados por representantes de las diferentes corporaciones económicas.
Las delegaciones cubana y estadounidense se reunieron en el Hotel Nacional bajo la presidencia de Cosme quien se sintió satisfecho con este convenio en tanto ofreció una rebaja en los aranceles preferenciales al azúcar del orden del cincuenta por ciento. Sin embargo, la existencia de una cuota azucarera inferior a la solicitada limitaba las posibilidades de expansión a la industria del dulce cubana.[7]
Al concluir las negociaciones en La Habana, una representación de funcionarios cubanos que participaron de las mismas fueron invitados por Roosevelt para que el 24 de agosto de 1934 firmaran la versión definitiva del nuevo Tratado de Reciprocidad Comercial en Washington.[8] Al día siguiente Torriente sostuvo con el presidente Roosevelt una entrevista que él mismo calificaría como «en extremo interesante».[9] Durante la estancia que realizó en los Estados Unidos, los grupos de poder norteamericanos con intereses en Cuba le manifestaron su deseo de beneficiar sus negocios mediante el orden y la paz en la Isla. Al regreso de su periplo por tierras norteñas dio a conocer a la prensa cubana los resultados de sus encuentros con empresarios, banqueros y prensa estadounidenses a quienes les solicitó dieran oportunidades a la recuperación económica:
- Les pedí que procuren facilitar, en sus establecimientos y fábricas de Cuba, trabajo abundante y bien remunerado durante todo lo que queda de tiempo muerto este año (…). Pedí a los banqueros que abran créditos suficientes para la preparación de la próxima zafra. (…) Les expresé, asimismo, que el medio más seguro de cooperar al éxito de esos propósitos, consistía en que el capital ayudase al gobierno a desenvolver la justicia social en una forma completa, de modo que con el respeto a los derechos de las clases capitalistas se respete también el derecho del obrero a un trato mejor.[10]
El carácter reformista de estas declaraciones demuestra el interés de ciertos sectores de la oligarquía por superar la crisis y atenuar las asimetrías sociales que impulsaban la revolución radical en los niveles subalternos de la sociedad cubana. Sin embargo, durante el curso de las negociaciones, la parte cubana hubo de enfrentar la presión de las corporaciones económicas que exigían cerrar cuanto antes un acuerdo en vistas de la situación crítica que enfrentaba la economía. Las corporaciones, como bien lo plantea Oscar Zanetti, estuvieron lejos de aconsejar firmeza a la delegación oficial y esta terminó aceptando un arreglo muy lejano al previsto inicialmente.[11] La única ventaja obtenida por Cuba, como resultado de la reducción del arancel azucarero estadounidense, favoreció ganancias algo superiores a las que en ese momento se podían obtener en el mercado mundial. Ello dio lugar a lo que se conoció como el «preferencial norteamericano» el cual generaría una estimable dependencia hacia el mercado estadounidense. Por otro lado, Washington pudo tener las tres cuartas partes del mercado cubano a su disposición.
El saldo que dejo el Tratado de Reciprocidad Comercial fue mucho más beneficioso para los Estados Unidos que para Cuba. En un informe de la dirección comercial de la Secretaria de Estado cubana del año 1938 se reconoce que la lista de los productos cubanos originalmente beneficiados se redujo y ni siquiera se le reconoció a Cuba una cuota azucarera mínima «quedando esta al libre albedrío del poder ejecutivo»; en cuanto al tabaco «fue suprimida la rebaja arancelaria concedida». Por otro lado, el informe reconoce que los productos estadounidenses de importación habían crecido en un 293 por ciento comparando los del año 1937 con los de 1933.[12]
Notas:
[1] «El convenio de comercio con los Estados Unidos», artículo de Carteles, 28 de agosto de 1938. En: Cosme de la Torriente: Cuarenta años de mi vida. 1898-1938. Imprenta El siglo XX, A. Muñiz y Hno. Brasil, 153 al 157. 1939. p. 406.
[2] El documento rezaba: «para que a nombre y en representación de la República se entreviste y conferencie con cualquier persona o personas autorizadas en forma por el gobierno de los Estados Unidos de América (…) y con ellas concierte, termine y suscriba un tratado que modifique temporalmente el Tratado de Reciprocidad Comercial (…) de 1902». Archivo Nacional de Cuba. Fondo: Cosme de la Torriente, No. 100 Folios: 238 expediente: 194 , legajo: 7.
[3] «El convenio de comercio con los Estados Unidos», artículo en Carteles, 28 de agosto de 1938 En: Cosme de la Torriente: Cuarenta años de mi vida. 1898-1938. Imprenta El siglo XX. A. Muñiz y Hno. Brasil, 153 al 157. 1939. p. 407-408.
[4] Según Torriente la delegación estadounidense estuvo conformada por miembros de su embajada en Cuba.
[5] Ibídem.
[6] Oscar Zanetti: Los cautivos de la Reciprocidad. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2003 p. 116-117.
[7] La delegación cubana estuvo conformada, además de Cosme de la Torriente que actuaba como Secretario de Estado, por Ángel Solano, Jefe de la Dirección Comercial de la secretaría de Estado, Gabriel de la Campa, jefe del gabinete particular de Torriente, Pedro Rodríguez Capote, Secretario de Legación y María Luisa de la Torriente, la hija de Cosme. Aunque no estuvo en la delegación, Torriente agradeció grandemente el asesoramiento que le ofreciera el experto Aurelio Portuondo al embajador cubano en Washington, Manuel Márquez Sterling. En: Cosme de la Torriente: Cuarenta años de mi vida. 1898-1938.
[8] Ibídem. Desconocemos hasta el momento los tópicos de esa conversación.
[9] Problemas cubanos, declaraciones publicadas en los principales periódicos de La Habana, el 11 de septiembre de 1934. En: Cosme de la Torriente: Cuarenta años de mi vida. 1898-1938. Imprenta El siglo XX. A. Muñiz y Hno. Brasil, 153 al 157. 1939. p. 286-287.
[10] Oscar Zanetti: Ob. Cit. p. 118-119.
[11] República de Cuba, Secretaria de Estado, Dirección Comercial: Informe confidencial. «Consideraciones relativas a las negociaciones del Tratado de Reciprocidad Comercial firmado entre Cuba y los Estados Unidos de América el 24 de agosto de 1937 y conclusiones deducidas de sus efectos hasta el año de 1937». Abril de 1938. Nota: La cláusula octava del informe refería: «Que mientras la letra del presente Tratado, garantiza a los Estados Unidos la parte del mercado de importación del que disfrutan actualmente, (70 %) constituido por miles de distintos artículos, a precios remunerativos, la propia letra de ese mismo tratado, No garantiza a Cuba:
- Los actuales derechos arancelarios al azúcar.
- Una cuota de importación fija para nuestro azúcar.
- Un precio, para nosotros remunerativo, para dicho azúcar.
- Los beneficios al tabaco y sus derivados, que fueron estipulados en la época de su firma.
- El que no se cambien los impuestos internos a que puede ser sometidas nuestras importaciones en aquel país, por los gobiernos de los distintos Estados, anulándose así los beneficios que representan los adeudos que se encuentran consolidados.
- Los beneficios arancelarios que necesiten no solo todas nuestras exportaciones efectivas y en potencia ni incluidas en el Tratado, sino también muchas de las en él específicamente mencionados.
[12] República de Cuba. Secretaria de Estado, Dirección Comercial. Informe confidencial, «Consideraciones relativas a las negociaciones del Tratado de Reciprocidad Comercial firmado entre Cuba y los Estados Unidos de América el 24 de agosto de 1937 y conclusiones deducidas de sus efectos hasta el año de 1937».
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