Parece tímida y con una luz especial en su voz y la mirada. Está enamorada de Julio Cortázar desde que conoció su literatura. Cree en el poder del agua de tinajón en su Camagüey, y se refugia en las letras como espacio de libertad plena.
Lourdes María Mazorra da, poco a poco, pasos importantes en el panorama de las letras. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz y graduada del Centro Nacional de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, esta periodista de profesión obtuvo en 2019 el premio de cuentos Celestino, por su obra Las fauces, y hace poco recibió también el Pinos Nuevos de narrativa por Versiones de la sed.
La noticia la sorprendió una mañana en su casa, y su voz parecía muy tranquila, sin sobresaltos; pero se mantuvo algo nerviosa durante varios días, otra muestra de la importancia de la literatura en su mundo más interno.
Es fácil imaginarla sentada frente a la computadora en casa tecleando desahogos, fantasías, historias con cierto espíritu poético, algo que suelen resaltar los jurados de sus textos. Tal vez toma un sorbo de café, y continúa. Nos parece escuchar su voz suave, verla conducir algún programa de televisión, pedirle una foto a cierto intelectual o trasladarse en su motocicleta por las calles de la bella Camagüey.
Del otro lado del teléfono habla de manera suave. Nos dice que Versiones… es un cuaderno de seis cuentos sobre algún tipo de «sed» del ser humano: de amor, aceptación, poder, de liberación, de sanación, de compañía… pero «son mis versiones de la sed, cada lector tendrá las suyas; el libro por sí solo tiene sus propias versiones. Creo que la literatura es siempre una proposición, una incitación…», expresa esta joven que escribe también versos, pero todavía no se atreve a enviarlos a concursos ni intentar su publicación.
Según asegura, no le gusta adelantar de qué van sus obras.«Siempre uso una metáfora para referirme a este proceso: yo le hago una ofrenda al lector, desde ese momento el libro deja de ser mío. En ese camino, entre la soledad de la escritura y la publicación de la obra, hay un acto de valentía y amor», manifiesta quien aprovechó los días de aislamiento social para escribir y también para releer obras de otros autores.
«Fueron tres meses casi sin salir. He leído bastante, casi todo novelas, algunas las he releído, porque poco a poco una aprende que hay un placer secreto en la lectura atenta y calmada de la soledad, muy diferente a ese apetito voraz para engullir libros uno detrás del otro.
»Así que giro mi mirada a textos que ya estuvieron en mis manos. He descubierto también nuevos autores, he saldado deudas con libros pendientes, he leído un poco de teoría, periodismo también. Pero nunca será suficiente. La lectura es nuestro alimento. He escrito también, tengo avanzado un nuevo proyecto; pero no como un reto, sino como una salvación. Yo no sé hacer otra cosa para salvarme que escribir. Me siento en paz, yo necesitaba esta desintoxicación. Así, la cotidianidad, la vida, que no se detiene».
En cuanto a las posibles diferencias entre los cuadernos premiados en el Celestino y el Pinos Nuevos tampoco nos da pistas. Solo expresa que «los temas universales del arte son el amor, la muerte, el tiempo y el destino, esos son los misterios que siempre han atormentado a un artista… esperemos a que salgan publicados», me dice mediante el chat, y me parece verla sonreír de forma leve.
Lourdes María Mazorra se descubre como una apasionada que necesita escribir para vivir, y tiene plena conciencia de eso. «Para mí la literatura es un modo de existencia, no puedo respirar sin ella, aun cuando no sea la vida. Y es complicado, porque cuando una intenta asumirla de verdad, tener responsabilidad, ser consecuente, dedicar tiempo, esforzarse… una se da cuenta de que va en serio consigo misma.
»Entonces inicias el camino, pero no sabes cuál es el rumbo definitivo, si es que puede hablarse de uno, por eso lo único claro para mí es que cuando pasen los años y mire atrás, quiero estar satisfecha porque no traicioné mis sueños».
Resulta inevitable sentir curiosidad por sus personajes e historias, los conflictos en las páginas, los desenlaces…, y descubrirla a ella en la piel de esos seres de su mundo creativo, pero debemos esperar a que pasen a la vida de papel. Respecto a eso tampoco nos da muchos avances.
«Mis personajes se parecen a cualquiera, por supuesto que tienen de mí, pero también tienen de esas historias cotidianas que escucho, de mis amigos, de gente que conozco. La literatura no es la vida real, si así fuera serían muy malas historias», aclara quien se siente atada de una manera especial a su Camagüey, donde ahora mismo reside una generación interesante de jóvenes narradoras con varios premios a nivel nacional.
Ella sonríe, y manifiesta que no sabe a qué se debe, pero «me gusta pensar que la nuestra es una estirpe literaria. Defiendo a Camagüey como cuna de la literatura cubana. Creo en el poder de las mujeres, y me gusta alentarnos. Soy feminista y tengo muy claro que la tenemos más difícil en este mundo literario. ¿Por qué las camagüeyanas ganamos premios? Vamos a decir que es porque tomamos agua de tinajón».
Casi al final del diálogo, expresa que quiere ser siempre una escritora sincera, «fiel a mis principios, y eso me vale como mujer, como persona, como autora, eso lo intento cada día y me vale toda la vida».
Tal vez ahora mismo Lourdes María Mazorra teclea en su computadora, se sumerge en las páginas de un libro, camina por su ciudad o toma agua que la dota de cierta magia. Pronto nos adentraremos en sus historias. Ahora solo esperamos.
Foto: Cortesía de la entrevistada
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