
El ángel negro en la nieve…
Osip Mandelshtam
Reza un añejo proverbio de los campesinos-labradores de las tierras negras cosacas del centro, en Rusia: «La casualidad y la amistad se dan siempre las manos, pues constituyen dos aspectos invaluables de estas tierras». Varias casualidades se aunaron para que en el mismo tiempo-espacio se enredaran ambas. El poeta, narrador oral, guionista radial camagüeyano y, para cerrar el peso de las circunstancias favorables, doctor en medicina Jesús Lozada Guevara (1963), me obsequió su libro de versos Canciones eslavas (Ediciones Matanzas, colección Puentes, 2024) –va siendo una agradable costumbre entre nosotros–.
Al mismo instante de recibir su presente leía del investigador y poeta ruso Vitali Chentalisnki (1939), La palabra arrestada (2018), en formato digital. Precisamente el capítulo que se refiere al Gólgota de la poeta acmeista de San Petersburgo, Anna Ajmátova, detrás de las huellas de su único hijo Lev Gumiliov (1912-?) arrestado y condenado a prisión en Siberia, para después de su liberación y exoneración de sus apócrifos delitos convertirse en el estudioso más acucioso de este periodo eslavo, según opinión del investigador y lingüista judío-letón-inglés Isaiah Berlin (1909-1997). Hechos que la diva de la edad de plata eslava reflejaría en Réquiem, su poemario consagratorio escrito entre 1935 y 1940, para ser más tarde publicado en Múnich en el año de nacimiento de Jesús Lozada y el mío propio: 1963.
Lozada inicia su volumen colocándonos al modo de la tradición griega en el inframundo, en una de sus subdivisiones del Hades. Por eso me refugié también, y no puedo negarlo, en el espectacular Poemas sin héroes (1940-1965), de la aeda eslava-tártara, o sea la fusión del oriente con el occidente, o de Europa con Asia, mala lección para los puristas.
Conviven tantas remembranzas en el mínimo espacio de este libro que me obliga a corregir el rumbo, relegando a un segundo plano las vicisitudes ya conocidas de La palabra…, para irme adentrando por extensas/extremas alegorías de interpretación en el escenario lirico-metafórico de Las canciones eslavas, y fue como traspasar el pórtico –cual si fuera un adepto de la religión ortodoxa eslava– en una de sus catedrales de cúpulas doradas bizantinas, por ejemplo la de San Basilio (Siglo XVI), en la Plaza Roja, no la escojo por gusto, es que tal lugar de la liturgia rusa en los pasados años 80, del siglo XX constituía mi sitio preferido para comenzar mi deambular por las calles y edificaciones de mi Moscú estudiantil.
Allí, en la psiquis poética, me cercioro de la presencia a escasos pasos de las murallas del Kremlin moscovita, de sus vecinos arquitectónicos: La llama eterna en la tumba al soldado soviético desconocido, y un poco más allá, un tanto más allá el imponente Mausoleo erigido a la memoria del camarada Lenin (1870-1924), con su vistosa ceremonia del cambio de guardia a cada hora que, asemeja algo en su perfección/percepción no terrenal, para esos tiempos –me disculpan– hasta medio absurdo, en su longeva marcialidad heredera directa de los padres fundadores, los despiadados Streltsí. A nivel psicológico enrumbo el viaje relegando a un segundo plano los hechos narrados en Las palabras arrestadas afiliándome con la vox populis que, desde tiempos inmemoriales, sabia, asegura: «La verdad y la memoria son relativas, pero ambas nunca prescriben». Creo que con esa magia pueblerina azotándome adentro en el cuaderno, colocándome cual creyente fascinado frente al kivot, dictándome y a su vez escuchando la plegaria entusiasta/indagadora de la jornada: «Quién escanciará las horas mientras el alción parte el espejo».
Ejemplar sui generis donde el rapsoda, signado por las palabras, edifica en el mismo espacio-tiempo poético dos universos imaginativos superpuestos, o mejor fluyentes cual afluentes de un único río sapiencial –que se inmiscuyen unos en otros constantemente–. Como nos referimos a un arte literario –en mi opinión el género más arduo y alto–, resulta la inmersión de un sentimiento en otro y así hasta apropiarse de raras dimensiones. ¿Serán matriushkas, o acaso tentempiés, siempre vivos?
Inicié el escrito tocando o enunciando los modestos actos/efemérides místicos eslavos, sus iconos, rituales, simbologías e imágenes, sin restarle ni un ápice de significación, porque si explico ciertas interconexiones, intertextualidades, o asociaciones que el bardo refleja perderían su lozanía, su imantación, su natural gracia apoyadas en el conocimiento. Los textos juegan en su exacta relojería compositiva: «Los pinceles / la eternidad / tan sola […] / sola y ciega […] /De los puentes y los ríos».
Que horrible esa soledad descrita por el aeda, o acaso el griot africano, funcionando de préstamo ancestral de saberes relegados por los centros de hegemonía de poderes que, de texto en texto, sumergen al lector caótico que soy, en una especie/especiales maneras de flashback cinematográficos seguidos.
Surgiendo/sugiriendo la amplia gama pictórica eslava con gran simpatía del pueblo ruso que también los considera sus propios arquetipos. Viene a mi mente el pintor y escultor ambulante Iliá Yefímovich Repin (1844-1930), realista y anti academicista. Escribo y pienso en sus renovadores cuadros piadosos como Job y sus amigos (1869) y San Nicolás de Myra salva a tres inocentes (1889).
Un panóptico completo de asociaciones cerebrales que me hacen enlazarme con su colega de generación e ideas pictórico-visuales en la gama de los temas más variopintos de la sociología y la historiografía eslava. Vasili Ivànovich Súrikov (1848-1916), tal vez uno de los óleos que más me ha impresionado en mi vida La boyarda Morósova (1877) que, realiza con sus dedos en alto la antigua señal de la cruz.
De ahí retorno al asunto religioso por sentimientos contrarios a la imagen de La boyarda Morósova, todo ira, toda rencor e incitación a la violencia casi no terrenal, aunque en muchos sitios sea venerada cual mártir. Me refiero a la tradición de los iconos de La virgen de Kazán, ejemplo supremo de la bondad y el perdón mariano divino. Lozada acota: «El óleo es manantial / nacido del dolor / Marca que puede presentir / Cuando aspira / Los olores más densos […] / ¡He aquí el aullido! / Y el amor entrando / Y el amor entrando / Y el amor entrando hasta enmudecer».
La intensidad de lo narrado justifica la enumeración que quiebra su discurso económico, sintético, que desde este momento coquetea con el recurso literario de la hipérbole, donde la cohesión de algunas emociones le solicita o insinúan una repetición fructífera. Dante Alighieri (1265-1321), –su obra, -mediante el efecto/afecto de un hierro candente en el corazón–, se halla tatuada en el alma y el espíritu de la Intelligencia eslava; no sé si Lozada lo conoce, pero al menos lo resalta sin prejuicio alguno. Préstamos dúctiles de una cultura a otra. Reconocimientos cognitivos de lo mejor de la creación universal.
Ahora me reconecto con otra legendaria tradición eslava, su literatura religiosa, o litúrgica que en la poesía posee una vigorosa fuerza, y pienso en poemas de Mijaíl Lérmontov (1814-1841) y en especial su poema muy popular «El Ángel» cuando el cantor camagüeyano nos confiesa: «Un niño / sostiene el cetro y la corona», proporcionándonos un goce estético innombrable. Me he explayado tan solo en la rama eslava oriental, pero no nos equivoquemos, ni erremos el rumbo, pues estas Canciones eslavas entonan y representan el alma profunda de nuestra nación.
Ya la nación ha sido creada, ojalá no nos falte, o sobrepase el verbo desde este productivo enmascaramiento lingüístico y lírico hermenéutico. El hecho de que me hayan encausado por el sendero de las bylinas, las poesías épicas y heroicas de los lejanos pueblos eslavos orientales, de la portentosa Rus de Kiev, como si fueran acompañados por un Guslis, tan solo muestra la cosmología del trovador, o cantador Lozada. ¿Cómo un poemario de apenas 53 folios y además editado en la modesta Risograph de una provincia, puede (de)mostrar tal énfasis histórico-geo-literario? Pero que no se lo cuenten, descúbralo por usted mismo, atento lector y además no pierda la oportunidad única de vocalizarlas a viva voz.
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