Resulta sumamente curiosa la sociedad cubana y una serie de componentes que se mantienen en su contexto a lo largo de la historia. Sucede que somos una isla, pero los cubanos no somos isleños; isleños son los nacidos en Islas Canarias. Estamos rodeados de mar y para muchos, muchísimos, “el arroyo de la sierra les complace más que el mar”; pero muchos no saben ni nadar. Los pescados y mariscos no constituyen la dieta principal del cubano.
El choteo se mantiene como un mecanismo de defensa ante las adversidades que propicia a veces la vida. Cuando no tenemos de quien burlarnos nos burlamos de nosotros mismos, y por lo tanto, la tragedia no tiene cabida en Cuba.
Siempre recordaré que en el barrio en que nací, Puerto Arturo, humilde barrio de los pescadores en Caibarién, si nacía un niño, tomábamos ron y festejábamos, si se casaba una pareja, tomábamos ron y festejábamos, y se moría un amigo, tomábamos ron y llorábamos. Y así somos, una mezcla de gente que no se preocupa demasiado por los inconvenientes de la vida, y trata de vivir cada día como si fuera el último. Sin embargo, esas características peculiares del cubano aparecen poco en nuestra literatura.
Si mi memoria no me falla, cosa que puede ya pasar a mi edad, solo recuerdo seis títulos y tres autores que lograron obras brillantes al respecto, o por lo menos, las que personalmente me impresionaron más: Francisco Chofre con La odilea; Luis Felipe Bernaza con Buscavidas y Buscaguerra y Gustavo Eguren con Las aventuras de Gaspar Pérez de Muelas Quietas, Pepe, y Los papelillos de San Amiplín. Creo que olvido una obra, pero de otra época, que de la autoría de Samuel Feijoo se titula Juan Quinquín en Pueblo Mocho. Seguramente, lo estoy haciendo a la memoria ya gastada, y olvido algún otro título importante, pero siempre serán pocos para mi gusto.
Francisco Chofre, a quien conocí personalmente y recuerdo haber visitado varias veces su casa en 17 y G en el Vedado, muy cerca de la UNEAC, es un escritor nacido en Valencia, España, que emigró a Cuba en 1949. La novela, publicada en 1968, es una parodia muy cubana de la Odisea de Homero, y fue mención en el Concurso Casa de las Américas en 1964.
Sobre esta obra, Mario Benedetti, que dirigiera entonces la Colección Esta América de CASA, dijo lo siguiente:
No se da con frecuencia, en términos literarios, una aventura artística semejante a esta Odilea de Francisco Chofre, en la que un viejo mito, cargado de prestigio y a la vez de la consiguiente retórica acumulada por los siglos, se revitaliza al pasar por el humor y el lenguaje populares. Uno de los escasos modelos latinoamericanos es el Fausto criollo de Estanislao del Campo, pero aun allí el acceso al mito se realiza por vía indirecta, y sobre todo extraliteraria, ya que lo que parodia el argentino no es el mito de pureza, ni una u otra de sus clásicas trasposiciones literarias, sino lisa y llanamente la ópera de Gounod. Después de todo, el riesgo que corre el parodista de lo clásico es inmenso, ya que constantemente se ve obligado a transitar por la indecisa frontera que separa la gracia de la blasfemia: la devoción del irrespeto. Hay que poseer un sentido y un estilo de humor decididamente agudo y bien asentado para que la aventura se convierta en ventura. Este puede ser el caso de Chofre, cuya imaginación de raíz legítimamente popular, así como su osadía verbal, su concisión epigramática, rescatan incansablemente el tema de las limitaciones de la mera parodia, para convertirla en una desopilante apoteosis de la mejor gracia dialectal cubana. Este Hornero pasado por Chofre resultará para el lector una saludable ráfaga de aire fresco.
Luis Felipe Bernaza fue mi buen amigo. Disfruté mucho con su Buscavidas y Buscaguerra y aún hoy conservo dos originales inéditos de su autoría, uno titulado Los tigres de Detroit aman a Tosca y Buscamundo, las dos de corte también picaresco, que quizás algún día puedan convertirse en lectura de nuestra gente.
Sobre Bernaza alguna vez escribí:
Buscavidas y Buscaguerra se desarrollan en los tiempos antes del golpe de estado de Batista, de la lucha insurreccional en Santiago de Cuba después de consumado el golpe y hasta el momento del asalto al cuartel Moncada. Estos dos textos también le dan a la narración la idea de un molde clásico, pero actualizándose en su aspecto temático.
La novela Buscavidas, primera novela de Luis Felipe Bernaza, publicada por la colección Contemporáneos de Ediciones UNION, es realmente un libro de la vida. Mucho se ha escrito acerca de lo necesario que resulta, para poder trabajar literariamente la realidad y recrearla, el haber vivido a plenitud esa realidad o llegar a ella luego de devorar abundante literatura de información.
Luis Felipe Bernaza pertenece al grupo de los primeros. Es decir, escribe sobre la vida que vivió, o que murió, según se mire; y lo hace armado de una parcialidad desgarrante a favor de los pobres que no se conforman callada y resignadamente con su pobreza.
Luego, en el 1988, Bernaza publica su segunda novela: Buscaguerra, que al decir del propio autor en una suerte de prólogo: “Buscaguerra es un libro gemelo de Buscavidas y en él –como en aquel– presento legiones de nuevos personajes y testimonios novelados de una época non sancta, por no decir de hacha y machete…”
Buscaguerra comienza narrando los acontecimientos que sucedieron posterior al Golpe de Estado de Batista y la lucha del pueblo santiaguero contra la dictadura hasta el día del asalto al cuartel Moncada, y posee el mismo grado de realismo mágico de Buscavidas, con frases explosivas y coloreadas que me han arrancado carcajadas en mis lecturas de madrugada. Mantiene la garra narrativa y el gracejo del idioma que la convierte en otra fiesta del lenguaje. La otra novela inédita, Buscamundo, completa la trilogía picaresca.
Luis Felipe escribió una cuarta novela, Los tigres de Detroit, de la cual leí un capítulo, entusiasta y bien escrito.
Pero para terminar este ensayo quiero referirme a la última novela escrita y publicada todavía en vida de Gustavo Eguren. Se titula De sombras y apariencias y sobre la misma, en ocasión de haberla presentado en la UNEAC dije:
Este libro es para mi criterio la mejor obra de ese gran narrador cubano que es Gustavo Eguren, que desde 1969 a 1998 tiene publicados doce títulos, entre ellos algunos tan fundamentales para la cultura cubana como La fidelísima Habana y Aventuras de Gaspar Pérez de Muela Quieta, uno de los textos fundadores de la literatura picaresca cubana y Premio de la Crítica en su tiempo.
Cuando el inspector Falcón, detective que uno enseguida y por razones de comodidad lo compara con Sherlock Holmes o con Poirot, dice que “la gran mayoría de los hombres viven de sombras y apariencias” está dando una pista al lector, que si la avizora a tiempo, le va a ayudar en el transcurso de esta lectura. Es algo así a como se decía en Caibarién de que “en La Habana todo el mundo vive del figurao”. Es más o menos la misma idea.
Y en el original de este texto, el que me dio Gustavo para que me fuera “preparando” antes de que salieran de la imprenta los dos tomos, se puede leer, con esa letra de escolar de sexto grado que Gustavo tiene, lo que quizás haya sido el primer intento de título: “De furias y penas, sombras y apariencias”, y debajo y entre paréntesis dice: “Más que novela, scherzo, divertimento”. Todo ello me permite valorar como reflexión concluyente que esta novela, que al principio me asustó un poco y que la consideré a priori como que no era para el gran público, que era bien culterana y que se necesitaban referencias librescas abundantes para mantener el hilo conductor y apreciar el ritmo; es realmente como dice Gustavo, un scherzo, un divertimento, quizás unas nuevas aventuras de Gaspar Pérez de Muela Quieta, solo que escritas de otra manera.
La novela comienza con una larga disquisición de 20 cuartillas sobre la vida, la muerte, el gobierno y el poder. Se hace un análisis del poder sereno y aséptico, sin dejarse llevar por apasionamiento alguno.
El manejo de reflexiones y puntos de vistas y el uso de un lenguaje culto por un narrador culto y bien informado, está dado sin aspavientos, sin pedantería ni posiciones impresionistas, y muy lejano del deseo de epatar. Es un texto de un hombre sabio e inteligente, que se apoya en su sabiduría para reflexionar y lógicamente llegar a conclusiones propias y a veces íntimas, discretas; nunca para demostrar sapiencia ni para apabullar al lector como un aburrido “citólogo” al decir chispeante de Samuel Feijoo.
Hay luego una larga disquisición sobre el suicidio, sus causas y consecuencias. Valora la palabra escrita como la gran enemiga del mundo, la que provoca el miedo absoluto y horrendo, y cómo es la suerte que al final determina el tipo de vida que cada cual padece.
Hay referencias a multitud de autores y textos, todo concatenado con el discurso y la intención. Nada es superfluo, traído por los pelos o impuesto para demostrar erudición. Y como colofón tiene la sorprendente capacidad de información de una biografía bien escrita, en el manejo de las vidas de sus personajes protagónicos.
El inspector Falcón que es un policía lleno de sabiduría y de cultura general, trata de entender y explicarse el comportamiento humano (hay el caso de un supuesto asesinato que sirve de endeble argumento para todo lo demás), a partir de las reflexiones, puntos de vista y confesiones de personajes tan cruciales en la historia de la cultura universal como son Goethe, Rosseau, Nietzsche y Frederic Amiel. Sus secretos, sus misterios, sus enigmas, sus más ocultas intimidades y una suerte de complejo de Edipo colectivo, que están dadas no como “chismes de alcoba”, sino como profundas introspecciones de la conciencia y el alma humana.
Conoceremos de una extraña relación existente entre Juan Jacobo Rosseau, Frederic Amiel y Mme. Warens y la “búsqueda del equilibrio en esta triada”.
De otro “triángulo” que se forma con Amiel, Egeria y Philinne (su Mme. Warens), siendo Egeria “la retaguardia segura” y Philinne “el campo de batalla”.
Nietszche tiene también su triángulo con Elizabeth su hermana y Lou Salomé, la femme fatal, la de la libertad a toda costa. Otro trío está compuesto por Goethe, Faustina y Christiane.
Todo ello pone de manifiesto el papel del sexo y el erotismo en muchos movimientos políticos, y en el propio movimiento del pensamiento artístico. El erotismo como motor impulsor o retardador de la vida.
El lector podrá conocer de las “vidas paralelas” que tuvieron Goethe y Frederic Amiel. Conocer a Goethe en las dos etapas de su vida, o leer un análisis exhaustivo de la personalidad de Amiel, lo que pensaban de él sus contemporáneos, el puritanismo y la pacatería de la Ginebra de entonces, el amor “espiritual” y totalmente asexuado de Fanny y Amiel, y donde se cumple aquella sentencia de Freud de que hay hombres que donde aman no desean y si desean no pueden amar.
De Goethe hay un excelente estudio y una introspección de la influencia que sobre él tuvo Roseau, un amplio análisis de la personalidad del propio Roseau, y las intimidades de Wagner, sus dotes musicales y la influencia que tanto él como Schopenhauer tuvieron en Nietzsche.
No quiero entrar en detalles sobre la intertextualidad de la novela. Ella está ahí, viva, y le dejo a ustedes las otras lecturas necesarias.
Por último quiero volver sobre el inspector Falcón y su supuesto “caso” de asesinato ¿o suicidio?, que como ya dije antes sirve de pretexto para la gran sinfonía de ideas y situaciones que significa esta obra. Hombre pragmático, de gran capacidad analítica y poder reflexivo y con inclinación casi enfermiza a relacionar ideas, nociones o simples sucesos, es sorprendido casi al final de la obra cuando aparece el pequeño Rafael, Rosaura su madre, la confusión con Andrés el antiguo inquilino y la ganancia, gracias a su sagaz inteligencia y suspicacia y por supuesto a la suerte, de una familia real y objetiva para él, “lobo estepario” convicto de soledad y subterfugio que verdaderamente son introversiones para seguir viviendo y defendiéndose, y le permiten expresar llanamente que “había encontrado hijo y esposa”.
De sombras y apariencias asombra al público lector cubano y de otras latitudes, y también lo hace reír por el fino sentido del humor que resume y porque toda la madeja de pensamiento que mueve tiene como apoyatura el gracejo popular contemporáneo y sus concepciones filosóficas y éticas. Quiero terminar con una frase de la novela que es como una sentencia china, como un dictado del Gran Khan, como la espada de Damocles, como las trompetas de Jericó y que para mí constituye el superobjetivo de esta obra: “Se piensa en palabras, por eso los pensamientos son tan engañosos como ellas mismas. La verdad es el acto”.
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