
Pasar por «especialista» de la poesía árabe clásica es un pecado que no cometeré. Algo he podido ver de la poesía sufí, maravillado por sus vertientes místicas y sus líneas líricas esenciales. He de referirme aquí someramente a las épocas preislámica, Omeya, Abasí, y un poco a la poesía árabe andaluza. Pero más como el diletante que busca el placer lector, no la erudición. Claro que debo referirme a poetas que no son de conocimiento corriente en el llamado mundo occidental, eso será con ojo avisado para la lectura de algunos de sus textos que nos ofrezcan la gracia de la poesía. Como creo que la poesía es un don de la especie humana, ella brota en cada contexto según el medio en que se escribe (territorio, cultura y época) y también según esa fuerza expresiva de nuestra especie.
Sin rodeos, tomo como modelo Poesía árabe clásica, breve antología de las ediciones Mondadori, de 1998, preparada por Alfonso Bolado, y como traductores Federico Corriente, Teresa Garulo, Jaime Sánchez Ratia y Josefina Veglison Elías de Molins, junto al propio selector. Se divide en Época preislámica, con siete poetas; Época omeya, con cinco poetas; Época abasí, con seis poetas, y la Poesía andalusí, con siete poetas. Es evidente que se basa en lo que estos traductores trabajaron, por lo que quedan fuera de la compilación poetas muy distinguidos del mundo árabe de las etapas seleccionadas. De todos modos, es una mirada rápida y de gusto de lectura. Como solo se muestran uno o dos poemas, es muy difícil llegar a definiciones sobre lo que ellos representan en la evolución poética, de modo que hay que buscar fuentes fuera de la antología. Eso hago, y de los veinticinco poetas antologados, me detendré solo en los que me llaman más la atención.
Tarafa, quien vivió en la mitad el siglo VI, fue un lírico de vida disoluta en su juventud, lo que lo convirtió en un hombre nómada que vivía de su labor: el robo. Tuvo una etapa de vida en la corte de Baréin, a la larga su sátira contra el rey le provocó una condena de muerte, le dieron a escoger cómo morir, y pidió hacerlo bebiendo hasta el final. En uno de sus poemas había expresado: «¿puedes tú hacerme inmortal? Si no puedes evitar mi muerte, / déjame abordarla con lo que poseo». Parece que Tarafa tenía abundante vino.
Antara Ibn Shaddad vivió prolongadamente entre los siglos VI y VII, fue otro poeta aventurero, nacido en la actual Arabia Saudita. Mestizo de árabe y etíope, fue esclavo y guerrero, oficio por el que conquistó su libertad, ya con fama de poeta, y también su asesinato cuando tenía unos ochenta y cinco años. Su poesía es caballeresca, con temas de amor, y sobre batallas. En uno de sus poemas se define de este modo: «Ella amanece y anochece sobre un lecho / mientras yo paso la noche sobre negra montura embridada».
Zuhayr ibn Abi Sulma vivió también más de ochenta años y era perfecto coetáneo de Tarafa y Antara, pero Zuhayr era un hombre muy culto y rico, con padre e hijo también poetas. Como Antara, sus poemas se colgaron en la Kaaba de La Meca, y pasó a la posteridad por una poesía lírico-reflexiva, sobre la vida nómada en el desierto, y algunas sátiras. Es uno de los mayores cultores de la casida (qasida) preislámica, es famosa su obra Mu´allaqa, vertida al español. Es muy bello este fragmento de ese poema: «La persona que calla es admirada; / es al hablar cuando merma o se engrandece», y termina por aconsejar: «Pedimos y pedimos, / se nos da y se nos vuelve a dar; / pero quien mucho pide, un día no recibirá».
Kaab ibn Zuhayr es ya del siglo VII, autor de bellas casidas ya dedicadas al profeta Mahoma, del que fue contemporáneo y al que al principio no aceptó, para luego abondonar el credo en la diosa Uzza y aceptar a Alá.
Al-Ajtal vivió la segunda mitad del siglo VII, ya dentro del califato Omeya, también se le conoce como Ghiyath ibn Ghawth al-Taghlibi al Akhtal y fue cristiano, aunque aficionado al vino. Cultivó la poesía heroica, pero su lirismo fue muy destacado, con poemas como «Muerte pagana», en el que afirma acerca del vino: «Trajo el vino, y fue como si en una vasija / refulgiera y espumajease el mismo planeta Marte». Fue colega y contraparte de los poetas coetáneos suyos Al-Farazdaq y Jarir, el primero bastante satírico, pero dado al poema de amor y fue enconado rival de Jarir, otro poeta satírico.
La época abasí trajo poetas notables del siglo VIII, entre ellos el gran Abu Nuwas, quien vivió hasta los primeros años del siglo IX. Oriundo de la persa-iraní, se le consideró un hombre disoluto, quizás por escribir una poesía homoerótica muy destacada. Se le menciona bastante en Las mil y una noches. Su influjo ha llegado hasta la poesía del siglo XX, quizás por el desenfado y libertad con que trató los temas de la alegría nocturna en las tabernas de su tiempo. Pero ello también le trajo problemas en su posteridad, pues, por ejemplo, en 2001 el Ministerio Egipcio de Cultura quemó unos seis mil libros de su poesía, lo que evidencia que sigue siendo un poeta discutido en el mundo árabe. En «El veredicto de alfaquí» recomienda: «Beneficiarte debes a la vecina, / y también sodomizar al vecinito». Es célebre su breve texto «¿Me amas?», en que la recomendación dialogada a un joven amante es otra: «—Teme entonces a Dios, y olvídame. / —Si mi corazón quisiera obedecerme…».
El poeta del siglo IX Al-Buhturi nació en la Siria islámica, fue autor de una poesía cortesana en Bagdad y se inclinó al tema de amor. En el siglo siguiente vivió Abul Tayib al-Mutanabbi, de la región iraquí de Kufa, uno de los mayores poetas árabes de todos los tiempos. Basó su poesía en su gran cultura, en el conocimiento del árabe clásico, cultor del panegírico y la sátira, se distinguió en la corte de Alepo en la mitad del siglo, luego anduvo por Egipto, donde se enemistó con su visir, un hombre negro al que propinó sátiras racistas. Una partida de beduinos le dio muerte en 965, de modo que el poeta viviría unos cincuenta años de edad. Dijo de sí mismo en un poema que había escrito «entre la poesía y el conjuro», como «escarnio del género humano», pues lo poseyó cierto grado de pesimismo en su vida cambiante de domicilios y de ciudades: son famoso sus versos: «Morir y sufrir son para mí preferibles a la inacción: / anchísima es la tierra y el mundo es quien vence».
La poesía árabe de los siglos VI al X cuenta con una métrica definida, con formas de escritura precisas rimadas o no, de la «era de la ignorancia» (preislámica), y de la «era de la revelación», ya posterior al Profeta. En ambos «mundos» la poesía desempeñó un especial papel, ya fuese en la oralidad, luego en los colgados en las paredes de la Kaaba, y más tarde en el mundo árabe musulmán. Poetas y recitadores tuvieron su esplendor hasta y durante el advenimiento del Corán, de la poesía coránica, desde Tarafa hasta Zuhayr y luego hasta Awu Nubas y Al-Buhturi, que van desde el nomadismo hasta la cultura del islam. Ya en la era musulmana no se olvidó la poesía anterior, pero se criticaron tus temáticas báquicas, que contrataban con la nueva ideología. El complejo mundo de la poesía del islam merece otra reseña. Ligera y a saltos, la presente solo es un homenaje a esa gran poesía del mundo árabe, que tanto ha de influir sobre las jarchas y la poesía ya de derrotero hispánico de los siglos anteriores a la Reconquista.
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