La poesía de Ismael González Castañer (La Habana, 1961) inaugura una nueva época en relación al ascenso de elementos del habla popular al lenguaje poético con una gran carga de metaforización, ambigüedad y elipsis que ha venido a sumarse al cambio de norma ocurrido en la poesía cubana en la década de 1990.
Unos poemas que ya están levantados conforman el cimiento. Unos, vuelven nuevamente original el traspaso de una norma. Ismael González Castañer con la publicación de su primer libro Mercados Verdaderos (Premio David 1997, Ediciones Unión) viene a cumplir el rótulo aquel de la voluntad de la suerte o la suerte de la voluntad. Muy distendida la víspera editorial para el autor, no ha evitado —pese a algunos epígonos secretos que le han nacido— la conmoción de la familia poética insular. El poeta integra el sentido común en una sensibilidad inusual, al tiempo que recurre desde la ingenuidad. Recurre en «la mirada de la memoria» y en «la concienzuda inconsistencia». Sabiamente coloca el azar de bruces contra los sistemas. Va de la mirada ingenua a la contemplación forzosa, y de ahí al hierático desdén. En el sustento cifradas frustraciones. Y tu orgullo es tu orgullo porque no es importante. Humilde y objetivo está el desdén. ¿Pueden fundirse ironía e ingenuidad? Ismael al recorrer el tramo de lo irónico a lo impersonal consolida el pensamiento por el hecho, y solo al describir cifra la sensibilidad.
Con cinismo pisar el descalabro. Con tino degustarlo. Con paciencia intuirlo. «La tibieza del gesto impenitente del escriba apura su obsesión contra los aires». Descabezar con lo común libertades ególatras, ponzoñas económicas. En prisma congelado se contempla al mezquino. Al traspasar el libro nos hallamos allí, en los espacios del intercambio puro. Ismael al zigzaguear se acomoda a un estigma, a un punto fijo: lo que atrae le distiende. En la urdimbre textual resaltan las elipsis y los agenciamientos, la dosis de entramados ajenos y la sabia ubicación de su identidad. ¿Experimento? Escritura inusual. Ismael va a nutrir la metáfora a otros lares, a veces, seduce hasta en los títulos. La escritura se fecunda de una metáfora coloquial sabiamente hilvanada que sitúa allí donde rompa el sistema. En ciertos casos aparece la anarquía sintáctica: el poeta adjetiva sustantivando, crea adverbios con sustantivos, resemantiza palabras o las inventa, dotándolas de cierto halo imprescindible. En varios casos el desgarramiento se troquela con humor.
El poema… se afirma en el borde de sí mismo; se llama y busca incesantemente para poder mantenerse suspendido entre su «ya-no-más» y su «todavía». El poeta como sustrato ético no cataliza el bien. Es un inquisidor que se contesta. No conecta su cuerpo con la aureola. Percibe vallas en el entramado social: la filosofía popular es igual al juicio, el juicio a la costumbre, la costumbre a la aspiración y esta se limita al submundo económico. Así se convierte en metáfora el traspiés, el giro oblicuo en la ciudad, la celada. El discurso no atraviesa la metafísica. La alcanza. Solo el arco del signo mediatiza al argot. La abstracción se posee por inmersión a fondo —elíptica— en lo concreto. El artífice en la fijeza del juicio se debate: el mercader que (se) es barajando el engaño muerde el fardo económico. El mercader que mata o intenta matar al artesano. El citadino que sale a degustar sin franjas. A degustar —incluso la cierta compañía—. No a apropiarse de nada. En fin, la trascendencia dentro del tránsito económico.
Ismael entreteje el refrán, un nuevo refrán por poesía. Y dice: «Yo soy la imagen de la imagen. Yo invierto. Yo reboto hacia mí —conciencia de los estados dobles—. Creaba porque juego, y en eso creo así sin protegerme». Inusual es también en estas páginas la conciencia del eros. El amor cobra su parte en las emanaciones —algo que pasa y va de viento a una atmósfera—. El amor es una iluminación. Quien escribe estas líneas recomienda, amén de todo el libro, dos poemas rotundos: «El de las amigas», por alcanzar singularidad al conectarse a la tradición, y «Régimen de Asturias», donde la escritura además de ser fuerte y pertinaz es de sello escobare año. El poeta en su función de ciudadano, el ciudadano en su función de poeta se aplica a su verdad, le oprime sus aristas mezquinas —predecir lo real es enquistarse— / traspasar una franja «aunque uno inconscientemente se ha dejado controlar» / confesiones del libro. Por lo pronto se dice sí a la contaminación. El citadino a salvo traspasa merodeando con todo. Se salva al discernir.
Siempre pensé estudiar y organizar algo sobre La Misión,[i] el segundo poemario del autor, pero hubo dos incidentes, dos comentarios que me llevaron a leerlo de inmediato: un lector, por cierto, poeta, me decía que Ismael bien pudo escribir los dos libros y agruparlos bajo el nombre de Mercados Verdaderos. Creo que se repite. Otro lector, también del gremio y algo mayor que nosotros, apuntaba que hay demasiada experimentación en esa literatura, demasiado rompimiento.
Examino el texto pórtico donde asistimos a una señal de teatralización: «A la Persona del discurso (no al autor) le encomiendan ser feliz, pero nadie le advierte ¡lo tremendo! que será».[ii] El autor se entiende y se desentiende con duda. ¿Es inevitable la intromisión del autor? La nota de contracubierta, «inspirada» seguramente en este pórtico, delata demasiado el contenido del libro y le quita intensidad y misterio a este enunciado bien concebido, pruebas del papel activo que el editor y otros afines involucrados deben jugar en el éxito de la propuesta literaria. Por lo pronto, después de haber estudiado sus dos libros: Mercados Verdaderos (Ediciones Unión, 1997) y el que aquí se comenta., La misión, (Editorial Letras Cubanas, 2005), hay dos elementos que en mi opinión se amplifican: recurrir a la concienzuda inconsistencia, hincar —extraer— el hondo pensamiento del momento más trivial que nos recorre, y el hecho de que la abstracción se posee por inmersión —elíptica— en lo concreto. Creo que, contrario a otros escritores, el discurso se ha vuelto más compacto o quizá más metafórico. Ha pronunciado el gesto experimental del primer cuaderno sin temor y con logros. Y vamos a uno de los centros emanadores de la poesía de Ismael: al asunto de la ruptura del sistema que muchas veces se materializa mediante la elipsis. Nos entrega sucesos de base común clandestina, fragmentos de sabiduría popular que enhebra con tensión distendida o tensión hedonista. El fluir de los extremos ampara la propuesta de este libro: detención, punto muerto, parálisis ocasionan todos los intentos. Una amiga crítica ha calificado al autor de delirante. Y lo es en todo sentido. Con posibilidad de ascenso en cuanto a lo literario se refiere. Es una psiquis que va por el delirio, el encanto. Se perfila el delirio, y uno que trashuma a ética. El escritor es él en esos momentos de abstracción, magia, suspensión:
Entonces, a la vista de todos, por un instante, el Puente
Incalculado, hermoso, que no podía ser...
[...]
No estaba precisamente apoyado en el agua y el
extremo superior se perdía un tanto entre las nubes;
pero los más cercanos habían comenzado ya el ascenso
—la valiente ascensión— sin que pareciera haber peligro.[iii]
Conceptuar el delirio o testificarlo y hacerlo a partir de los axiomas cotidianos; así logra el escamoteo de lo que particulariza o fija el significado sobre el significante. Me seduce en este libro lo que dice por cómo lo logra, y hacia ahí se encamina mi develamiento. La originalidad del mismo debe no poco a sus metáforas, recurso principal en el imaginario ismaeliano, que son en su mayoría táctiles, tangibles, hechos o momentos de la vida que el poeta escoge, aísla, trascendentaliza. Tropos con acciones reales directas que pueden ser, que son cargados de simbolismo:
No pudisteis leer en las sombras», concluía una Voz colocada por encima; una que no necesita moral... Es verdad —respondí / pero puse primero La maleta de tela a mojarse con lluvia, polvorearla después, cepillar...[iv]
El poeta logra la opacidad por metáforas que se conectan por debajo con el cuerpo del poema, de ahí el (¿)aparente(?) contraste y la íntima complementariedad. El punto justo es la ambigüedad, parece decirnos el escritor. Allí donde la mente se detiene entre varias incertidumbres —Djuna Barnes—. Verbigracia: el poeta avanza mediante imágenes. Existen también en el libro las metáforas totalizadoras con las que gusta a veces terminar un poema:
Y si vuelvo o me detengo en algo parecido a un Cenit
recuerdo
cómo pensé en Ella conmigo clavando
«con el envés del hacha»
las estacas de un Camp un campamento.[v]
Al quedar el texto con tales tropos en una especie de tensión —distensión—, el lector arma su tejido por debajo y conecta esta especie de medallón de una acción potencial —y cotidiana— con el discurso anterior en el que hay al menos tres niveles o rupturas del sistema, construidos con hechos cotidianos muy bien —por decirlo de algún modo— podados y tallados para figurar allí sobre la hoja inquietante de un poema de desamor del autor. Estas metáforas totales también constituyen en sí mismas otra ruptura del sistema. Tales tropos son enunciados como no queriendo decir, con pretendida inocencia, esos infinitos que ciegan:
Y entonces, caminando levemente hacia el regreso
están unas listas de la gente sobre el mar
en diversas balsas / barcazas,
y unas muchachas en un barco griego
hasta el Peloponeso.[vi]
Y contradictoriamente, con la novedad o con el difícil acceso de las metáforas el discurso avanzará, se ensanchará. Entonces así los temas pueden ser todos y ninguno. La misión puede ser la agonía meditada o, la meditación, responsabilidad insustituible del poeta. Experimentar para hacer ver. Pero también cuando hay un dominio de lo que se dice, cualquier tema puede circundarse, incluso los insulsos pueden dar la sensación de recibir algo lleno.[vii] Frecuentemente se echa mano a la frase coloquial y se la coloca en sitios estratégicos donde desata líneas de fulgor o extrañamientos que coadyuvan a la ruptura. A veces son axiomas de corte analógico o alegórico. Fijémonos en este poema donde se nos viene hablando de nuestra Lengua como el obstáculo al cual el misionero-poeta debe enfrentarse, e introduce dicho axioma que, si no leemos bien, pudiera ser visto como un delirio más del «delirante», sin conexión evidente, donde se compara a la Lengua con la luna, y a sus hablantes-gestantes con las estrellas:
Ahora que podría ir alguna Otra
incluso: La Montaña, lenta, me desplaza...
pero en cuanto a casas
que en su manzana formaran, un área
donde sin quererlo sus lugareños
por ejemplo se encontraran
en el límite de Su Propiedad
«Tontos que fuimos: Dejamos / débiles / la casa»
qué
¡si la luna no es así; estrellas, ninguna
de manera que no puedes argüir, siquiera
«Hechas / de noche»
Mira como todavía miran sin saber cómo enterarse.
Y podían enterarse bien!
Otra manera de arribar a la metáfora. Para el logro de lo singular, para el escamoteo de lo que particulariza, utiliza variedad de recursos. Uno de ellos la manipulación del absurdo. Son poemas que tienen un centro de emanación y unos diques de ajenidad que contradictoriamente complementan dicho centro, o que contienen finales que no son finales, que quedan en un anticlímax en un éxtasis de tensión:
No hay ideas frescas
Solamente el mover
de las mujeres diversas en el filo
[...] Y si en el PARK ya ves
a unos hijos abrazados,
a otro con su mente solo, y también ves colectivos
es que la vida
palpitando ciega
pudo ser verde
e incluso, puede saludarte
Pero: nada quitará la sensación
Aquí están esos muebles que la dan
Como en los pálidos trompos
Y las figuras planas largas blancas.[viii]
A veces los finales son como una amplificación del enunciado del principio, solo con sutiles, perspicaces precisiones.[ix] El ascenso de la opacidad en ocasiones se consigue a través de la secuencia de elementos de la vida diaria en oposición o acumulación. ¿Se consigue una búsqueda o exploración de la pureza como cliché literario?[x] Las rupturas del sistema conducen a un descentramiento o fragmentación del tema, o a la concepción del poema como una boutade, o una progresión que termina en una boutade. Así elipsis y ruptura marcan el tempo del poema. Aunque él —la persona del discurso o quizá el mismo autor— nos confiesa algo de su poética: «Bueno: No sigo en asociaciones, y el mundo gira / giran las campanas».[xi] Y muchas veces el artista se convierte irreversiblemente en su obra, o el paratexto se encuentra en el texto. Véase el enunciado «Entrevista» donde encontramos la explicación de por qué usa neologismos y de qué es para él la poesía.[xii]
[i] Ismael González Castañer. La misión. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005.
[ii] Ob. Cit., p. 7.
[iii] Esto recuerda el absoluto nervaliano: «Estaba en una torre tan profunda del lado de la tierra, y tan alta del lado del cielo, que toda mi existencia debía resumirse en subir y bajar». Aurelia (El sueño y la vida). México, Editorial Novaro, 1950, p. 140.
[iv] «Tres o Cuatro». El destaque es mío, p. 43.
[v] Poema «Lontananza», p. 46.
[vi] Ver poema «Una parte significativa de la Historia», p. 61. «Cansado ya del cítrico en las manos me las voy a lavar». (Metáfora total, final del poema «Reino») Véase cómo se va del símil a la metáfora total final y también curiosamente a la de corte analógico o alegórico en el poema «Novela»:
Llega una canción / y me siento posesor / de unos cuadros blancos:
Y después muy solo como algunos perros. Como algunos
perros
a los que por cierto
no le faltan unos huesos / Unos huesos enterrados por doquier. (P. 30).
[vii] Véanse los poemas «Hoy es día de algo abierto» y «En verano».
[viii] «Raya», p. 31.
[ix] Véase el poema «Siempre existe una canción». p. 32.
[x] Cuando bastante contentos
y satisfechos
salimos y vimos,
solo tuve que pensar que sólo quedan
caminos frente al Viento
(ignoto como es, y tan tremebundo).
«40 días». p 36.
[xi] Poema «Círculo», p. 14. Existen algunas líneas que sombreo para mí como una obsesión específica: «Quiero destruirme sin imitación», «¿Por qué no sale música del piano que no sé tocar?», «Lo primero pensado y creído era el solo raquídeo», «No existe forma ¿no te has fijado? de controlar al que actúa y al que especta». Que curiosamente encierran elementos claves de la poética del libro.
[xii] En Mercados Verdaderos hace algo de esto también. Es evidente el diálogo con el poemario anterior. Léanse estos versos del libro que comentamos: «Al final, sin embargo, nunca veo la Imagen: / Una casa es mayor que cualquier inventiva finalmente». «Tres o cuatro», p. 43. Recordar el poema de Mercados Verdaderos «Casa mayor que la imagen», p. 20.
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Leer también: La poesía de Ismael González Castañer ¿Cultura, coloquialismo o marginalidad? (II)
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