En época de Feria Internacional del Libro, parece más bien que un artículo de la especie de los que prefiero escribir, se aligere y expanda mediante noticias variadas y simpáticas, o que me parecen que lo sean. Siempre he deseado escribir un conjunto que llamaría «Anécdotas con jugo», sobre asuntos que me sucedieron a lo largo de mi vida en las esferas creativas o en encuentros de escritores, cuyos protagonistas dejan diversas estelas en ellas. Algunas las he leído en diversas fuentes, y como primer ejemplo me gustaría destacar a la diva-filósofa Marlene Dietrich (1901-1992), quien dejó claramente dicho que: «No hay nada, morir y se acabó», porque: «No puede ser que estén todos flotando por allá arriba», y culmina sus diamantinas ideas con un juicio filosófico religiosamente escandaloso: «No puede ser que haya alguien que organice todo eso, y si lo hay, está loco». Otros, desde Nietzsche hasta la actualidad, han repetido de diversas formas ideas similares y hasta más fuertemente dichas, pero Dietrich, diva bellísima, murió ya muy anciana, e impuso casi un récord de brevedad definidora sobre el Más Allá desde el Más Acá.
Uno se siente tentado de hacer un lúcido listado de errores y extravagancias de filmes famosos, como aquel, y valga de dedal de muestra, del famoso filme 2001. La Odisea del Espacio, en que los simios proyectan sus sombras en sentido frontal a la luz solar: con el sol de espalda la sombra se extiende precisamente hacia el sol. Era 1968, faltaban treinta y dos años para que llegase el 2001, llegó, pasó y el filme es ahora una reliquia que vale la pena volver a ver.
En mi libro Complexidad de la poesía (La Luz, Holguín, 2019) di noticia de algunas canciones cubanas famosas con notables antecedentes en poemas de diversos poetas, a veces más allá del mero «antecedente». Ahora entre las noticias curiosas me gustaría recordar el parecido entre la famosa canción «El yerbero», popularizada sobre todo en la década de 1950 por Celia Cruz y La Sonora Matancera: «Traigo yerba-santa / pa´ la garganta, / traigo el vetiver / para el que no ve… […] traigo la ruda / p´al que estornuda […] también traigo albahaca / pa´ la gente flaca…». En «Las huertas de Valencia», de Lope de Vega, el Hortelano dice, y cita larga pero vale la pena:
El trébol para las niñas
pone al lado de la huerta
porque la fruta de amor
de las tres hojas aprenda
albahacas amarillas,
a partes verdes y secas,
transplanta para casadas
que pasan ya de los treinta
y para la viuda pone
muchos lirios y verbenas
porque lo verde del alma
encubre la saya negra.
Toronjil para muchachas
de aquellas que ya comienzan
a deletrear mentiras
que hay poca verdad en ellas.
El apio a las apiladas
y a las preñadas almendras,
para melindrosas cardos
y ortigas para las viejas.
Lechugas para briosas
que cuando llueve se queman,
mastuerzo para las frías
y ajenjos para las feas.
No hay coincidencia exacta con la canción, sí con el tema y la manera de repartir las hierbas. Al menos pudo ser una inspiración o una casualidad.
Ligero es el contacto, pero contacto al fin, entre un texto del colombiano José Asunción Silva (1865-1896) y los muy conocidos Versos sencillos de José Martí, en particular «La niña de Guatemala». En las «Notas perdidas» fragmentos «IX» y «XI» de Silva el acercamiento es muy claro, quizás atribuible al espíritu de época, en «IX» se lee:
Bajad a la pobre niña,
Bajadla con mano trémula
Y con cuidadoso esmero
Entre la fosa ponedla
Y arrojad sobre su tumba
Fríos puñados de tierra.
Claro que no es lo mismo, pero ese sentido de la niña muerta circunda a los dos poemas. El de Silva es cronológicamente anterior al martiano. Sirva la comparación para tornarla imagen: la realidad encadenada pareciera una tupida red en que las cosas y las ideas se repiten de diversas formas, en diversos cuerpos: puro anecdotario del vivir.
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