Me pongo a leer la poesía de William Blake y me doy cuenta de que todo (esto) es apariencias, que lo esencial escapa de los sentidos y que ellos solo ayudan a la intuición para captar las esencias. Para él debe haber sido parecido, pues se mantuvo en discreto apartamiento toda su vida, dejó una notable obra escrita y pintada detrás de ella, y es muchos años después de su muerte física que se le ha considerado incluso como el mayor artista que Gran Bretaña haya producido. Pues la verdad es que tal reconocimiento no significó nada para el hombre que hizo de su vida un acto místico: el misticismo de lo poético.
Blake fue un visionario, un poeta visionario, pero veía visiones, tenía una imaginación tan radical, que podía ver lo que soñaba. En la historia de la poesía resulta el suyo un «caso» casi único, quizás secundado por un Allan Poe. No es que él fuera un luchador contra el materialismo, sino que fue un imaginativo esencial. Plasmó en un cuadro su idea de la creación de Adán desde la materia terrestre para hacer surgir lo sublime: un ser vivo e inteligente. Su La escalera de Jacob fulge de belleza.
Leyendo los poemas de Blake se concibe entre letras el fuego que irradiaba este creador-estrella. Como él, se siente deseos de conversar con los ángeles, pero he aquí que sobre los árboles solo vemos palomas, aves diversas, hojas, no los seres que él podía vislumbrar con sus propios ojos, o con los ojos de la poesía. Canciones de experiencia, de 1794, cumple con lo que algunos consideran propio de la poesía metafísica, aunque Blake va más allá, hacia cierto misticismo que ya habría de experimentar con «Milton». Un poema, escrito sobre 1780.
Qué rara su vida. Fue un rebelde moderado, pues su rebeldía parece haber sido sobre todo ideológica, religiosa. Fue un místico pero más bien «de la poesía», o sea, vivió en una suerte de misticismo poético inclinado por su condición de vidente, y esto de vidente no era al modo de Arthur Rimbaud, sino que en verdad «vio», desde la infancia, a otros seres que no andaban entre los vivos, que la mayoría absoluta no podía ver. Se casó, pero no tuvo hijos, lo cual tampoco sería algo extraño o anormal, si no fuera porque deseó tenerlos (incluso quiso sostener una relación extramatrimonial pero con permiso de la esposa, que no se lo dio), y que ella, su cónyuge, le profesaba una devoción extraordinaria y era su brazo energético para la creación sobre todo pictórica. Pero Blake es (sigue siéndolo en su obra) un poeta de cuerpo entero, y lo fue en lo que pintaba y en su estilo de vida, y en sus videncias y diálogos con sujetos del «más allá» y del más o menos acá.
Otra razón de la extrañeza de este poeta fue su falta de éxito en vida, su mediocre existencia económica hogareña y social, mientras que su talento sobrepasaba no ya a la media, sino a lo más alto de la pléyade creativa inglesa de su tiempo. Tenía que preguntarse: « ¿A dónde vas, pensamiento? ¿Hacia qué lejano país vuelas?» («Visiones de las hijas de Albión»), porque Blake no estaba tranquilo en su dorada mediocritas. Volaba alto: «Jamás se convertirá en estrella aquel cuyo rostro no irradie luz», y «Ningún pájaro se eleva demasiado alto, si vuela con sus propias alas» («Proverbios infernales»). Aconsejaba en el mismo texto: «Espera veneno del agua estancada», y sentenciaba: «Nunca sabrás lo que es suficiente, si antes no conociste el exceso». Y como un sabio, como un científico del alma, expresó: «Reprime el deseo solo quienes lo tienen tan débil como para poderlo ahogar» («El matrimonio del cielo y del infierno»). Podría dejar incluso frases que se convertirían en refrán: «Verdad que se vuelve ofensiva / Vale lo que cualquier Mentira» («Augurios de inocencia»).
Pero cuidado con reducir a Blake en la figura de un pensador (o de solo un pintor o grabador), porque él fue un poeta en la extensión de la palabra, o sea, no solo un hombre que escribe (capta, traduce, expresa poesía), sino un artista integralmente dotado y fecundo. Recordemos solo uno de los más bellos poemas de la lengua inglesa: «El tigre», que está lleno de preguntas para mejor definir, para mejor captar: «Tigre, tigre, que flameas / En las selvas de la noche, / ¿Qué mano, qué ojo inmortal / Se atrevió a plasmar tu aterradora simetría?». Y esto resulta visto desde el perfil creacionista: « ¿Quién dio vida al cordero te creó a ti?». Por supuesto que las significaciones de este poema, su resonancia y su vibración contextual van mucho más allá que un asunto de zoología.
Blake es uno de los pocos hombres que pasaron por su siglo bajo la gracia total, la gracia poético-creativa e imaginativa. Por eso su nombre se borró por cien años tras su muerte, pero cuando resurgió, lo hizo para perdurar como una bandera humana en el ámbito de «El hombre esencial» (título de uno de sus poemas). Él logró como pocos «Tener el infinito en la palma de la mano» («Augurios de inocencia»). No sé si será verdad objetiva su observación final en «El matrimonio del cielo y del infierno»: «…porque era un auténtico poeta y, sin saberlo, pertenecía al partido del Diablo», hondo sentido que deja a la poesía del lado creativo de Satanás.
¿De qué lado puso Blake el mundo de la creación?, Lo dijo claramente en «Visión memorable»: «…el Genio Poético (como lo llamáis ahora) fue el verdadero principio inicial, y todos los demás no eran sino simples derivaciones, y de ahí nuestro desprecio por los Sacerdotes y Filósofos de otros países. Por ello profetizamos que, finalmente, sería reconocido que todos los dioses se originaron en nosotros y son tributarios del Genio Poético». Es verdad que, como se ha dicho, Federico Nietzsche se anuncia en enunciados como este. Poesía, profecía. Poesía, videncia. Poesía, sentencia y belleza de ideas. Poesía y emoción del pensamiento imaginativo. La poesía anuncia el reino de la virtud y de la belleza entre los seres humanos, es una utopía que radica en el triunfo de una libertad alcanzada por la especie inteligente antes de salir por completo a dominar la parte del cosmos que le sea posible. Con Rainer Maria Rilke, William Blake es uno de esos poetas que vienen al mundo para que los seres humanos veamos con ojos líricos los campos espléndidos de la plenitud humana.
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