A propósito de la jornada por el Día del Libro Cubano
El trabajo de promoción de lectura resulta crucial en una época en la cual el libro se ha visto eclipsado por los contenidos audiovisuales en algunos sectores de la sociedad a nivel mundial. En este escenario llega a nuestros dispositivos la reedición de La lectura, ese poliedro, una obra de la autoría de Víctor Fowler Calzada, quien ha sido descrito como uno de los intelectuales más orgánicos de las generaciones aparecidas tras el 59. A mi entender, basta una lectura rápida del volumen para vislumbrar el motivo de tal ponderación. Por medio de un análisis interdisciplinario que coloca en su epicentro al acto de promoción de lectura, el poeta y ensayista cubano revisita su antiguo manual sobre esta actividad, de título homónimo, y añade a la reproducción capitular del libro otros textos que nos aterrizan en la época en que vivimos.
Como digo, este volumen es reflejo de la condición de intelectual orgánico atribuida a Fowler. Tras un bosquejo reflexivo del acto de promoción de la lectura, en el cual enumera los intentos realizados desde los albores del decenio de los 60 en Cuba, el autor se sale del inmanentismo y comienza a traspasar fronteras estereotipadas, conectando esta actividad con disciplinas aparentemente ajenas a ella, como son la sicología, el marketing y la pedagogía. Finaliza este primer bloque analizando el posible futuro del libro impreso en el contexto de auge multimedial que se vivía en el período de gestación del manual, los años 90.
Tras ese enjundioso panorama, Fowler introduce una serie de textos que se vuelcan hacia los inicios del nuevo milenio y el replanteo de paradigmas de consumo cultural que este produjo. Son capítulos donde el autor describe los aciertos y falencias de la promoción de la lectura en Cuba, a la vez que enriquece su exposición con un amplio bagaje vivencial que sustenta sus opiniones. Gracias a estos textos sabemos, por ejemplo, que a comienzos de los años 2000 el catálogo del Instituto Cubano del Libro carecía de libros teóricos sobre el acto de promoción de la lectura, una oquedad que se ha visto gradualmente ocupada por obras como la aquí reseñada y otras producciones a cargo del Observatorio Cubano del Libro y la Lectura.
Asimismo, esta sección ahonda en las implicaciones que tiene para el acto de promoción el crecimiento exponencial de las prestaciones de Internet a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XXI. Para muchos, este proceso debía asestar el golpe de gracia al libro impreso, aunque de momento la realidad no ha sido tal, dado que la impresión bajo demanda pervive como complemento a la lectura en formato de libro electrónico.
Si bien se habla de manual casi siempre en alusión a la primera parte del volumen, el segundo bloque no deja de fungir como guía, porque Fowler nos advierte en él sobre las nuevas competencias que, a su juicio, exigen los nuevos tiempos de Internet y aceleración de procesos, entre ellas una agudeza lectora que ha de ser innata, a tono con la velocidad con que surgen y desparecen los contenidos en este escenario de modernidad líquida. El mensaje del autor cristaliza hacia el final: a diferencia de otras actividades humanas que podrían ser reemplazadas por la inteligencia artificial, la del promotor requerirá, si cabe, de un mayor grado de asertividad y competencia si este desea encaminar a los lectores verdaderamente interesados en proveerse de herramientas para una recepción crítica de lo que consumen y avanzar más allá de las sugerencias del algoritmo en función del contenido leído.
A pesar del lapso que media entre la primera edición del manual La lectura, ese poliedro y el contexto de los capítulos de la segunda parte de esta versión ampliada, en ambas secciones gravita una idea que Fowler recalca al final de la primera, acerca del supuesto ocaso del libro impreso, que no citaré por cuestiones de espacio; sin embargo, podríamos sintetizarla en una aseveración bien sustentada en la obra, como comprobarán los lectores: El formato impreso seguirá gozando de especial interés para quienes amen el libro como objeto, del mismo modo en que los antiguos soportes físicos para la reproducción de audio (el disco de vinilo y el CD, por ejemplo) han hallado un nicho entre los melómanos y amantes de lo vintage a contrapelo del avance de Spotify y las plataformas de streaming. A su vez, la obra traza un interesante y retador modelo de bibliotecario y promotor, una persona que debe ir más allá de la mera recomendación y ha de convertirse en un guía capaz de dosificar y participar de cada nueva aventura que él mismo ofrezca a sus usuarios. De ahí que se haga tan necesaria y recomendable la consulta de este material para quienes busquen conocer el mundo de la promoción de la lectura y sus diversas aristas.
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