
La pupila negra, del narrador y dramaturgo Alberto Curbelo, es el título del libro, publicado por la Editorial Letras Cubanas, y dirigido a quienes amamos el teatro insular contemporáneo, y en particular, la vida y la obra del multilaureado dramaturgo y escritor Eugenio Hernández Espinosa, Premio Nacional de Teatro 2005 y Premio Nacional de Literatura 2020.
Dicho volumen registra —con lujo de detalles— los momentos más significativos: infancia, adolescencia, adultez y senescencia; períodos que configuran el ciclo vital de ese gigante de la dramaturgia y las letras cubanas y de mucho más allá de nuestras fronteras geográficas.
El escritor y etnólogo Rogelio Martínez Furé, Premio Nacional de Literatura 2015, estima que el director de la agrupación Teatro Caribeño es «el dramaturgo más importante de la lengua española», basado en el hecho indiscutible de que «[…] a partir de la obra María Antonia, el teatro de Eugenio Hernández Espinosa [ha ido] ganando en una dimensión verdaderamente extraordinaria», con apoyo —fundamentalmente— en el «uso del lenguaje, de la oralidad, de la poesía africana y del origen hispano; todo mezclado en un discurso [coherente y exuberante a la vez]», que evoca en la memoria poética del lector el delicioso ajiaco multiétnico-cultural, en que —según el sabio, don Fernando Ortiz (1881-1969)— se sustenta la identidad de ese mestizo único e irrepetible, que vive, ama, crea y sueña en la mayor isla de las Antillas. Ajiacoque, por otra parte, nutre — ¡y de qué forma!— la personalidad básica (concepto antropogénico) de la población insular.
El principal protagonista de La pupila negra está muy consciente de quién es, qué objetivos persigue en la vida y hacia dónde encamina los muchos pasos que aún le quedan por dar, porque, a través de sus 85 años de fecunda existencia terrenal, ha podido —con la ayuda de la inteligencia global y emocional que lo caracteriza, así como de los valores éticos, patrióticos, humanos y espirituales que ha descubierto en los progenitores, y en quienes —de una u otra forma— han influido en la formación integral que recibiera, no solo como eminente profesional de la cultura, sino también como excelente ser humano, el escalón ético más elevado al que debe aspirar todo hombre genérico.
Por último, y no por ello menos importante, el ilustre autor de Mi socio Manolo —en fluido diálogo con Alberto Curbelo— habla de la obra dramatúrgico-literaria que ha llevado a los escenarios nacionales o ha dado a la estampa, y lo hace —al igual que los personajes creados por su fértil imaginación— «[…] en su lengua [y de acuerdo con] su modo de pensar, sentir y actuar»: con otras palabras, la unidad indivisible no solo del binomio pensamiento-lenguaje, sino también de las tres grandes esferas: cognitiva, afectivo-espiritual y conativa, en que se estructura la personalidad del homo sapiens; carta de presentación que distingue al Negro Grande del Teatro, calificativo que lo dignifica y enaltece.
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