Durante 31 edición de la Feria Internacional del Libro Cuba 2023, como novedad de Cubaliteraria, invitamos a la lectura de Mirada de reojo, de la escritora cubano-rusa Anna Lidia Vega Serova. Para beneplácito de los seguidores de la creación de esta autora, nacida en San Petersburgo (Leningrado en aquel tiempo) en 1968, ganadora de premios como el David de cuento en 1997 y la beca Dador del 2000 y poseedora, además, de publicaciones en Cuba, España e Italia en los géneros de novela, relato y poesía.
Desde su mismo título, la escritora —consciente y satíricamente— nos enfrenta a través del recurso de la ironía con una minuciosa descripción de cada elemento de su entorno: no habrá nada pasado por alto, al contrario de lo que indica aquella frase que nombra el volumen, todo merecerá una mirada directa y escrupulosa, plena de asociaciones, valoraciones y recuerdos en una atmósfera evocativa que recrea para quien lee, su vida toda.
El libro puede interpretarse como una especie de diario; aunque también podría enmarcarse en el género epistolar, pues está dedicado a cierto ente que no se describe con certeza, pero que, se asegura, está muy pendiente de la conducta y acciones diarias del personaje protagónico: esta mujer cuya voz narrativa en primera persona del singular nos traslada sobre cada rincón y mueble de su hogar para referirnos los más profundos vericuetos de su vida, bajo el pretexto de servir de muestra/objeto de estudio a otra civilización. La entidad en cuestión se le aparece cuando ella menos lo espera a manera de sueños, visiones, animales varios (calamar, cucaracha…) incluso a través de documentales de televisión. Pareciera que la protagonista padece cierta manía persecutoria o le falta una buena dosis de cordura. Sin embargo, en su transcurso, la obra se manifiesta como un ejemplo del más delicado arte de la escritura femenina contemporánea. Como tal, observamos desde las primeras líneas la necesidad de esta personalidad que diseña la autora, de ocultarse o de pasar inadvertida; de mantener, digamos, un perfil bajo mediante la presentación de excusas ante la realización de su arte y la evasión de todo compromiso con un colectivo humano. Para ello, ofrece su propia individualidad como única responsable de su testimonio, que insiste en definir como exclusivamente personal:
Quiero disculparme por mis torpes dibujos, la mala letra y las faltas de ortografía. Necesito que tengas presente que jamás, en ningún momento, escribiré en nombre de la Humanidad. Haré referencia única y exclusivamente a mis propias experiencias, basándome en mis gustos, recuerdos y asociaciones particulares, por lo que este informe será subjetivo y arbitrario.
Hay una historia de vida que se narra en este volumen aparentemente marcado con recursos descriptivos, con la cual y sobre la cual estarían identificadas más de una lectora en el mundo. No es solo lo que sucede, que es bien poco, sino cómo sucede. Y es que se trata, básicamente, de una descripción de un estado de cosas en la vida de una mujer que puede ser cualquier mujer en el mundo, a pesar de su intento de personalizar/individualizar cada descripción de los objetos de su mundo/hogar, los cuales cobran un significado especial para ella. Todo a su alrededor tiene una huella, un pasado que lo imbrica en su transcurrir vital como mujer: parejas, familiares, sucesos, experiencias positivas o negativas, pensamientos y todo cuanto puede albergar en su existencia:
EL ESTANTE (…) ¿Qué hacer con el pastor y la pastora de loza, obsequio de una señora conmovida a la que hice un favor? ¿Qué hacer con las frutas de caucho traídas por una amiga en su envoltura de celofán junto a la tarjeta navideña? ¿Botarlos? ¿Sin la menor piedad, sin sentimientos de culpa? (…) Intento vislumbrar mis habitaciones vacías, impersonales, limpias y me espanto. ¿Hasta qué punto yo soy yo por mí misma y no la suma de pasado, sueños, esperanzas, recuerdos apiñados sobre una tabla?
Como excusa para su misión, la protagonista se confiesa algo trastornada o influida por voces que escucha, esperanzas que tiene en seres de otro mundo —extraterrestres, ángeles, fantasmas— que le permitan ser escuchada y, en caso de ser afirmativa esta comunicación, mantener una relación real, de mutuo provecho, de comprensión, entre el misterioso ente y su persona. Plantea este objetivo literal desde la primera página, lo reitera en pocas ocasiones y, sin embargo, lo maneja como leit motiv a través de todo el relato. Y he aquí otro rasgo de la escritura femenina: la evocación —a partir de una voz interior— de esperanzas y fantasías alusivas a la carencia de oportunidades de poder ser percibidas, incluidas, tenidas en cuenta. No obstante, no se plasma esta intención como ruego o petición, sino como un profundo microdeseo que se proyecta como el macrodeseo de cualquier ser humano femenino del planeta. Constantemente se percibe este enfoque peculiar en la representación de esencias objetuales en el texto, que conforma pares duales entre lo que expresa y lo que se interpreta en diferentes niveles semánticos:
LA BAÑERA. De vuelta al útero tibio y húmedo, a los sueños primitivos, a la tranquila aceptación del ser. Cada cual debería tener su bañera para regar las raíces que le conectan con su yo. (…) Me invento otras vías de relajación, ninguna tan efectiva y placentera.
No solo la bañera es un útero que la tranquiliza y devuelve a sus raíces/esencias femeninas: las cortinas son sitios ideales para esconderse/protegerse, los colchones y las camas para soñar/amar, las gavetas para guardar/ocultar sus propiedades/intimidades… Cada objeto es definido como espacio donde busca sus honduras humanas, por supuesto, femeninas. Incluso el teléfono es interpretado como cordón umbilical con el mundo que ratifica su necesidad de comunicarse, siempre nublada por una imposibilidad personal/imposición social, y lo llena de sensaciones y actitudes instintivas, ambas muy típicas en su descripción:
Oírlo sonar de vez en cuando. Mirarlo entonces estupefacta. (…) Acercarme, tocarlo, sentir las vibraciones bajo la piel. (¿Y si es alguien importante?). Esperar a que vuelva a enmudecer y justo en ese momento cogerlo. (¿Quién pudo haber sido?). Escuchar el tono por unos instantes. Colgar con cuidado.
Hay una intención de volver a los orígenes, partir desde el principio, destacar el conocimiento primigenio de todo, con alusiones a la infancia, a sus historias tradicionales. Se alude a la literatura clásica universal como subterfugio de esta intención: la Alicia de Lewis Carroll la inspira en su paso a través del espejo, le ofrece razones para retar fronteras impuestas, ir en busca de conocimientos vedados, fundamentalmente sobre sí misma, pero no solamente; la alfombra para acostarse y volar alimenta, así, su metafórica quimera tomada de Las mil y una noches; y hasta la escritura más reciente, dedicada a público adulto, pero que cuenta con un notable bagaje de fantasía, tiene su cabida en detalles como esta mascota que le perteneció: «un gato blanco con ojos desiguales (azul y verde) al que nombré Azazello en homenaje a Bulgakov».
Como signo inequívoco de la singular escritura, el personaje de Vega Serova resta importancia y minimiza o niega explícita y claramente su talento para las letras y su propia definición como creadora de las mismas; y ampara su deseo desenfrenado de escribir en un capricho intrascendente como lo es el medio físico para ejecutar la supuestamente desdeñada acción, hallado en un simple bolígrafo…
No me considero lo que se dice escritora, pero cuando tengo un bolígrafo de esos que me gustan, es como si lo fuera. Enmaraño páginas y páginas con mi letra microscópica, con relatos de todo lo que pienso, lo que me sucede, lo que me gustaría que sucediera y hasta de lo que me invento.
De la misma manera, reprueba/repudia su notable producción poética, incluida en parte en el presente texto, con excusas vanas, buscando la complacencia y atención exclusiva del lector/personaje misterioso a través de la confianza/necesidad de comunicación que precisa:
También hago poesía, es algo que no puedo evitar. No la estimo buena, de hecho, no se la enseño a nadie y si he incluido alguna en este trabajo, ha sido sólo para ilustrar o complementar lo dicho. Y también por la confianza que te tengo. Hasta ahora he botado casi todas mis obras (…).
Sin embargo, no puede negar su pasional vocación al expresar más adelante:
Escribo con lágrimas en las paredes y con saliva sobre mis muslos, en la nata oscura de la noche, en las telas de araña de la esquina, en las manchas de sol. Escribo, escribo, no tengo para cuándo acabar.
En igual sentido, no pierde oportunidad para hablar a través de palabras ajenas —y, además, selecciona una voz masculina en su cita— sobre asuntos escabrosos que tradicionalmente no deberían importar a las mujeres, como el dinero. En este acápite, lisa y llanamente se limita a citar la meditación que al respecto escribe William Somerset Maugham sobre el tema, donde abunda sobre la hipocresía que rodea el asunto y lo necesario que es para la subsistencia real de cualquier persona, así como la difícil situación financiera de los escritores y artistas que sueñan con vivir del fruto de su trabajo.
Entre los creadores literarios e incluso de canciones que menciona e incluye con sus obras —o fragmentos de ellas— se encuentran Damaris Calderón, Laura Ruiz Montes, Liliana Vitae, Anna Ajmátova, Roberto Juarroz, Fernando Pessoa, Osvaldo Soriano, Safo, Arthur Rimbaud, Rafael Arraiz Lucca, Charles Bukowski, Sylvia Plath, Paulo Coelho, Héctor Rojas Herazo, además de otros que lista como los preferidos, antes de disculparse nuevamente por excederse en ellos. En su afán por mostrar al extraño interlocutor su esencia humana, sus gustos en literatura y en otras ramas artísticas, hace sospechar por momentos una veta lejanamente didáctica, donde ocupa un lugar especial la promoción de lectura y de arte en general a través de estas variopintas menciones.
El texto se complementa con ilustraciones propias basadas en el dibujo de línea gruesa, marcada y continua, de impecable diseño. Cada una de estas obras, aparentemente sencillas, pero conceptualmente consistentes, completan el texto al que se refiere, de manera orgánica. En ellas se aprecia la habilidad de la autora (identificada inequívocamente en este rol con su protagonista) para las artes plásticas que sin dudas estudió; no solo por el buen pulso y la pulcra armonía que exhibe, el equilibrio y la delicadeza de las formas en su resultado, sino por su propia confesión en tanto voz narrativa que nos revela su más preciosa intimidad. Hay en estos trazos rasgos naif, ingenuos, y así describe ella el arte que realizó en determinada época, con un fin utilitario, el cual consumaba con contrastantes matices. A este quehacer dedica su epígrafe titulado «El pincel», el cual, por supuesto, se acompaña de una expresiva imagen. Por momentos la prosa y el trazo plástico semejan poesía, en una alternancia y simbiosis de géneros y manifestaciones.
Invitamos a disfrutar de Mirada de reojo, prestando, al revés de lo indicado por su título, una muy centrada atención a cada elemento de esta sugerente obra de Anna Lidia Vega Serova.
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