1.
Luke Evans, actor carismático donde los haya, rodó con Mick Jagger en 2017 un videoclip, England Lost, lleno de misterio y ambigüedad. Perseguido por gentes silenciosas que se han conjurado, el personaje de Evans corre, por una ciudad enigmática y gris, hacia un mar de poca profundidad tras ser atropellado por un ciclista y un automóvil. Dos tipos lo detienen en la orilla y lo hacen retroceder. Una niña le pregunta: ¿A dónde creíste que ibas? Después el personaje tararea, en un gesto irónico, una melodía enfática de Elgar. El videoclip es, al parecer, una suerte de comentario sombrío, kafkiano y antiutópico de Jagger sobre el BREXIT y la consiguiente vulnerabilidad (posible o probable) del Reino Unido. Unos años antes, dirigido por Gary Shore, Evans encarnó al príncipe Vlad Drakulea en Dracula Untold (2014). Allí es un vampiro a su pesar, un soberano que protege a su pueblo. La historia del aristócrata cruel se revitaliza tras un deus ex machina relacionado con la tradición demoníaca del vampirismo, en la que toda contaminación es el resultado de un pacto donde interviene el deseo de inmortalidad a cambio del alma. Fascinado por esa condición, un gitano (Vlad es, como ese gitano, un personaje de las tinieblas, una criatura queer, de los bordes) le da de beber sangre al moribundo (casi muere en un último combate) y lo hace regresar a la vida. Como el alma es una unidad fija, inmutable, y sólo hay una cantidad limitada de almas (son muchas, pero sin posibilidades de crecer en número), se transforma entonces el alma en un precioso botín de guerra, lo mismo para el Mal que para el Bien. Lo que se busca, al cabo, no es sino la vida material, la posibilidad real de manifestación, y Vlad lo hace por los siglos de los siglos, enamorado de una única mujer y del amor. No hay pasión, por muy sublime que sea, que no necesite cuerpos para acaecer y obrar. El cuerpo es un esplendor grandioso: ser allí, en la carne joven, lo es todo. Los únicos dones que vale la pena perpetuar a toda costa son la juventud y la belleza. Tras ellos aparecen todos los demás.
2.
Luego de la magia irrepetible de La Passion de Jeanne d’ Arc (1928), donde el cine prácticamente inicia y mantiene su condición de arte separado de las palabras,Carl T. Dreyer hizo Vampyr (1932), basándose en los relatos de In a Glass Darkly (1872), de Joseph T. Sheridan Le Fanu. En ese libro se halla “Carmilla”, célebre historia de la primera gran vampira de la literatura. El relato, casi una novela por su extensión y su prolijidad, ha servido de base a varias películas que indagan en el carácter lésbico del vampirismo femenino, y Dreyer inventa, por su parte, un personaje significativamente llamado Allan Gray, un viajero que llega a una tranquila pero extraña localidad. Obsesionado por el culto al Mal y lo demoníaco, Gray es un soñador que ya no reconoce los límites entre la realidad y la imaginación. Numerosas visiones lo acometen, siente la llamada de auxilio de alguien, y explora el entorno y se deja invadir por un universo surreal (Dreyer construye una secuencia extraordinaria: la de un viejo soldado cuya sombra se independiza de él) que sirve de sustento al drama que viene después. Vampyr muestra una mansión gótica y dos mujeres jóvenes y bellas asaltadas por el horror de la pasión y la sangre. El monstruo es, sintomáticamente, una anciana de corpulencia andrógina.
3.
En Modern Vampires (1998), de Richard Elfman, hay un duelo de actores que, en términos de comedia de horror, se diluye bastante: Rod Steiger contra Casper Van Dien. León contra mono (suelto y no amarrado). El primero interpreta a un descendiente de Abraham van Helsing (presidente del Instituto Van Helsing de Viena), y lo hace a la altura de Peter Cushing y Anthony Hopkins. Pero, claro, estamos dentro de una comedia. El segundo es un vampiro llamado Dallas y no está a la altura de nadie. He aquí una narración, visualmente mediocre, sostenida en situaciones simpáticas que giran alrededor de un concepto callejero y mafioso del vampirismo. Drácula es una especie de Al Capone. El mito, por otra parte, se pone al servicio de los “tics de socialización” de los años noventa, donde lo importante es la adscripción a la moda y su emplazamiento con respecto a dilemas como el racismo y la violencia física. La trama, pues, se desenvuelve gracias a diversos conflictos de intereses socio-financieros en un contexto roñoso, sórdido, desparpajoso. El vampirismo es un grupo de pinceladas donde los personajes míticos esenciales son el conde Drácula y su perseguidor, ahora sobre un escenario rocambolesco y sin secretos, según vemos en la mejor secuencia del filme: un club subterráneo donde vampiros y vampiras, luego de cazar, ponen a los humanos, desnudos, a merced de la sed y las dentelladas. Al final, el doctor Van Helsing queda contagiado yel vampirismo triunfa como la zona y el período más interesante de la vida.
4.
Shadow of the Vampire (2000): entrar en el cuadro para que el conde exista. Varios años después de que Francis Ford Coppola estrenara Bram Stoker’s Dracula, un artesano esmeradísimo, Elias Merhige, da a conocer una historia donde se reinventan las peripecias de F. W. Murnau cuando realizó en 1922 su versión de Nosferatu (Nosferatu, eineSymphonie des Grauens). Merhige se sumerge en esa obra maestra inevitable de Murnau, también homenajeada por Werner Herzog en 1979 (Nosferatu: Phantom der Nacht), y relata la “verdadera” historia del legendario rodaje, en la que el vampiro es real y Murnau finge que se trata de un actor misántropo que, siguiendo un método extremo, está todo el tiempo dentro de su papel. Tanto Coppola como Merhige se sirven de la definitiva constitución del vampiro como persona-personaje-imagen en los comienzos del cine, y es entonces cuando un Murnau utilitario, egoísta y calculador sacrifica a prácticamente todo su equipo de realización en favor de su película. De algún modo sabe que está construyendo una obra maestra. Su sangre fría es tal que, en medio de los asesinatos cometidos por el vampiro-actor, le advierte que, si no entra en el cuadro cinematográfico, deja de existir. El cine lo perpetúa, no así la inmortalidad que ya lo agobia. John Malkovich es Murnau, y el prodigioso Willem Dafoe es el vampiro-actor. Shadow of the Vampirees una película rara, sin concesiones, estricta en su manera de ser “cine de terror” sin salirse del experimento que logra desarrollar en tanto indagación gótica, aparte de ser un documento visual, ya de culto, acerca de la personalidad del artista y su ansia irreprimible de hacer su obra más allá de cualquier límite.
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