
La Semana Literaria, revista cubana del siglo XIX, estuvo dirigida al público femenino habanero y aparece por primera vez en 1845, pero no hay precisión exacta acerca de su cierre, aunque se supone que fue en septiembre de 1848. Todo parece indicar, según Carlos Trelles, que la dirigió Joaquín García de la Huerta, de quien nos dice Francisco Calcagno en su Diccionario biográfico cubano:
Nació por el año 1825. Poeta habanero, en muchas de sus composiciones La hija del presidiario, Los Nortes, La joven ética, etc., no faltaba gusto y sentimiento. Colaboró en muchos periódicos, entre ellos Semanario literario o compañero de las damas, 1848, en Brisas de Cuba y algunos otros: fue con Teodoro Guerrero uno de los importadores de aquel género satírico, iniciado en la Península por La Risa, y en La Habana por el Quita pesares, en el que colaboró. En 1850 escribió su juguete cómico Muchos viejos. Luego que se recibió de abogado, pasó a México y allí murió en 1875.[1]
En la Semana Literaria colaboraron Rafael María de Mendive, Cirilo Villaverde, Antonio Bachiller y Morales y Gertrudis Gómez de Avellaneda, entre otros importantes autores. Lo cierto es que en ella también aparecieron trabajos traducidos de Lord Byron, del abate Constant y las Memorias históricas y críticas de F.T. Palma, sobre el arte de declamar,traducidas por Manuel González y aparecidas en La Habana en 1848. La revista publicó un artículo —inédito, según se indicó en esta publicación (¿?)— de Chateaubriand titulado «Elogio a los médicos». En sus páginas también vieron la luz textos sobre Donizetti, Mendelssohn y una sección titulada «Revista habanera», que apareció por primera vez el 1ero de julio de 1847. En esa sección se hizo una interesante reseña, sin firmar, que llevó como título «Chinos» y que expresaba la curiosidad que sintieron los habaneros de la época ante la presencia de esos asiáticos en Cuba. La noticia, por supuesto, tiene hoy una determinada significación, en tanto los chinos constituyen uno de los componentes de nuestra nacionalidad:
Chinos: todas las tardes va gran número de gente a ver a los colonos asiáticos en el depósito situado en el Cerro. Sus facciones no son desagradables, y su carácter pacífico y complaciente; están raramente vestidos, tocan varios instrumentos, su pelo es tan largo como el de una mujer teniéndole tejido una gruesa trenza y rodeado a la cabeza. Los que concurren a verlos les preguntan por señas, y ellos contestan del mismo modo sonriéndose y así se pasa el rato agradablemente. [2]
Otra de las noticias de esa interesante sección que fue «Revista habanera», en especial para los que se interesan por el urbanismo, la música o la historia local de la vieja Habana, es esta referida a Guanabacoa. Llamo la atención al lector sobre el tono humorístico, más bien sarcástico, de los titulares que acompañan las reseñas:
Puentes Grandes paralítica.- Guanabacoa en robustez envidiable.- Jesús del Monte en el estertor.- El Cerro achacoso.- Marianao como los pajaritos.
Buscando el contraste, se presenta la villa de Guanabacoa, cargada de años, encanecida, con víspera de ataúd, que, gracias a ciertos baños minerales que tomó, llevada a ellos en un cesto de mimbre, empieza a engordar […] como si no peinara treinta y cinco. ¡Y vive Dios que está rozagante esta señora! No contenta con festejar su adquirida salud al eco de una orquesta en el salón de las Ilusiones, se marcha, abanico en mano, a la calle de la Candelaria, amuebla allí una casa espaciosa, e instala en ella a los predilectos de la danza, a los jóvenes del Progreso habanero, que también celebran el retorno a la vida de la peligrosa abuela.[3]
Al estar dedicada a las damas, en las páginas de la revista aparecieron trabajos de diversas temáticas con títulos como «De las cualidades que constituyen el mérito de una mujer» y «De la religión y su influencia sobre las mujeres». Estos textos tenían como firma «Por una señora». El tono de aquellos escritos no era otro que la exaltación de las virtudes femeninas en el hogar, la supuesta vocación de la mujer de ser una buena esposa algo que solo quedaba demostrado a partir de la más absoluta sumisión al esposo y a los hijos varones. Por supuesto, no faltaban los tipos de lecturas que madres, esposas e hijas debían realizar. En un trabajo «Sobre el matrimonio», carente de firma, se refería a cómo debía ser la mujer dentro de la institución matrimonial en lo que a la distribución de los bienes y disciplina hogareña se trataba. Solo a ella le correspondían el orden y el equilibrio de la casa:
Porque un marido tiene derecho a exigir el cumplimiento exacto de esa multitud de obligaciones que el matrimonio impone así al hombre como a la mujer: si esta no se halla precisamente obligada a procurar los medios de adquirir, por lo menos tiene la obligación de conservar y aumentar lo adquirido, por medio de una prudente distribución y una bien entendida economía. A ella es a quien toca velar sobre los intereses comunes, vigilar la conducta de los criados, dirigir sus trabajos y darles ejemplo de un celo desinteresado.[4]
En otro trabajo con el insistente título de «Consideraciones sobre el matrimonio», también anónimo, se expresan estos ideales para los que estuvo concebida dicha revista:
Quiera el cielo bendecir mi trabajo, y ojalá que al trasladar aquí los consejos de una madre, produzcan en mis jóvenes lectoras todo el fruto que aquella deseaba para sus hijas. Si logro hacerles amable mi tarea, si contribuyo con mis débiles esfuerzos a ilustrar su entendimiento y a preservar su corazón del contagio del mal ejemplo; si de este modo contribuyo a la felicidad de su vida, habré conseguido a buen poca costa un premio preferible a la palma del conquistador; y el empleo de estas horas de mi juventud me servirá de consuelo en la vejez.[5]
La importancia de esta publicación es innegable para una amplia gama de estudiosos de temas de historia, relaciones entre los sexos, literatura, entre otros, pero también para aquellos —pocos, por cierto, hasta el presente— que indagan sobre la historia de las publicaciones periódicas en Cuba.
[1] Francisco Calcagno: Diccionario biográfico cubano. Establecimiento Topográfico de Néstor Ponce de León, Nueva York, p. 297.
[2] «Chinos», en: La Semana Literaria. Imprenta de M. Soler, Habana, 1847, t. I, p. 28.
[3] «Guanabacoa», loc. Cit., p. 145.
[4] «Sobre el matrimonio», loc. cit., p. 13.
[5] «Consideraciones sobre el matrimonio», ibíd., p. 40.
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