Nuevamente tengo la satisfacción de que Daniel me haya pedido que presente un nuevo libro suyo. Realmente en los últimos años me he convertido en su presentador oficial, papel que he aceptado con modestia y regocijo, y que espero seguir cumpliendo en el futuro. Así que manos a la obra:
Digámoslo sin ningún preámbulo: La sexta isla es una obra maestra de su género.
Desbrozando el terreno, tratemos de explicar por qué.
Yo no había leído La sexta isla cuando se publicó por primera vez. Me gusta el género negro, aunque no me considero un fanático, y en aquella ocasión el libro quedó en la larga cola de las lecturas pendientes, y esa lectura se fue postergando hasta hoy. Cuando digo hoy, quiero decir precisamente hoy, porque he terminado de leerla esta madrugada. Pero voy a confesarles algo: desde que empecé no he podido soltarla. Y no he podido porque algún extraño y jodido mecanismo ha puesto Daniel en ese libro que comienza a funcionar no bien pones la vista sobre la primera página: un par de poderosas garras te aprisiona el cuello y te obliga a fijar los ojos y a leer, y a leer, y a entusiasmarte paulatinamente hasta que pasadas unas páginas, las garras aflojan la presión y te sueltan, porque ya no son necesarias: ya caíste bajo el mágico influjo de este prodigio de imaginación, sabiduría literaria y técnicas impecablemente usadas. Tres historias principales (enriquecidas con otras anécdotas y episodios colaterales) avanzan paralelamente: una en Nueva York, la otra en Uruguay, aunque se desplazará luego hacia otros lugares, ambas en el siglo XX, y una tercera, que tiene lugar principalmente en el siglo XVII, irán conformando una estructura que va creando expectativas, incertidumbres, el más puro suspense, gracias a la maestría con que se despliegan a manera de contrapunto.
Ahora bien, cada una de esas historias, que poseen una singular riqueza imaginativa, está contada mediante el empleo de casi todas las técnicas narrativas a disposición del escritor moderno: aquí hay puntos de vista espaciales y temporales diversos, mudas del nivel de realidad, cajas chinas, saltos cualitativos, vasos comunicantes, datos escondidos en hipérbaton y en elipsis, técnicas epistolares, de manuscritos encontrados, escenas y resúmenes sabiamente empleados, en fin, todo. El resultado es previsible: la narración es ágil, rica en matices, unas veces más sosegada, otras de un dinamismo explosivo, porque los recursos se combinan magistralmente y provocan el resultado esperado: un interés creciente del lector, un deseo casi desbocado por avanzar y avanzar buscando el desenlace que, advierto, es imprevisible y que, por supuesto, no voy a contar aquí, so pena de que ustedes tomen que asalto esta mesa y me ajusticien con toda razón.
Cada una de las tres historias tiene su encanto particular y sus propios méritos argumentales: en cada una de ellas, el trazado de los personajes es notable. Son personajes vivos, de carne y hueso, seres humanos enfrentados a circunstancias diversas y que reaccionan como lo que somos, ángeles y demonios al mismo tiempo. Pero si tuviera que escoger una de las tres, me quedaría con la que transcurre en el siglo XVII. Esta historia es un tour de force absoluto, una verdadera joya. Está supuestamente escrita en español antiguo, en el supuesto español que se hablaba en el siglo XVII. Ya sabemos que no es así: si Daniel hubiera calcado ese lenguaje, hoy no podríamos leerlo, sería casi ilegible. Lo que ha hecho Chavarría con el lenguaje de esta historia es una verdadera hazaña; no puedo calificarlo de otra manera. Creo que el simple planteamiento de escribir esta historia utilizando ese lenguaje era una tarea ciclópea, monumental, con dificultades y amenazas como para aterrorizar a un elefante (para usar un término ajedrecístico). Se trataba de escoger un vocabulario que, imitando verosímilmente el del siglo XVII, fuera a la vez legible sin grandes esfuerzos para el lector actual. Añádase que con ese lenguaje se narra una cantidad impresionante de peripecias, de aventuras, de crímenes, venganzas, piraterías, combates en el mar, naufragios, tesoros enterrados y desenterrados, donde por no faltar nada, hay hasta un remake del Robinson Crusoe de Defoe. Y esto se logra a la perfección en La sexta isla.
Otro elemento esencial de estas historias es la carga de cultura que las acompaña. No sé, pues no se lo he preguntado, si la novela exigió una minuciosa investigación previa, aunque lo parece. Hay en la novela el despliegue de un conocimiento de culturas y lenguas diversas, de una vasta geografía que abarca varios continentes, de la historia universal, de las costumbres, de lo que Carpentier llamara los «contextos», además de todo el arsenal de conocimientos relacionado con las particularidades del género, que convierten esta novela en una obra de difícil clasificación: es una novela policíaca, de espionaje, histórica, de intriga, de suspense, de aventuras. O tal vez, solamente una extraordinaria novela, sin apellidos.
Esta madrugada, como a las dos, terminé su lectura. Yo quería saber cómo este maestro de nuestra narrativa iba a hacer confluir las tres historias, cómo iba a culminar esta estructura paralela en una sola historia convergente. Me dije: aquí se decide el destino de esta novela. Aquí se la va a jugar Daniel Chavarría. Y decidí, como lector, jugármela por él.
Y no me equivoqué. Ganamos.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, de Eduardo Heras León, publicado en 2018 por Editorial Oriente.
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