El traductor no está en una burbuja frente al texto que traduce, ni es omnipotente, ni sabe exactamente lo que quiere hacer, sino que opera en el marco de uno o varios universos discursivos, un campo cultural, un sistema literario, un aparato importador específico, etcçetera. Por eso, el cotejo de textos me conduce una y otra vez al cotejo de contextos.
(Andrea Pagni)[1]
Mínima introducción
Tal vez fue en alguna calurosa tarde de tertulia de 1790, cuando el capitán general don Luis de las Casas y Arragorri, acabado de llegar a la Isla en julio de ese año, se puso de acuerdo con algunas cultas personalidades criollas como Francisco de Arango y Parreño (1765-1837), Tomás Romay (1764-1849), José Agustín Caballero (1762-1835), Manuel de Zequeira y Arango (1764-1846) y Diego de la Barrera (1762-1835), para redactar y publicar el Papel Periódico de La Habana entre 1790 y 1805. Estos hombres tenían una cultura sólida, eran viajeros y leían en francés y en inglés. En esta revista cuajaría y se expresaría en letra impresa la andadura de una isla conquistada en 1492, lenta y dolorosamente colonizada por España durante cinco siglos. Los españoles se convertían en «indianos» y retornaban luego a su país ricos y con títulos de nobleza, pero detrás quedaban y se aclimataban otros cuyos hijos se arraigarían en la tierra en que habían nacido y, poco a poco, naciendo de sí mismos y de la Isla en que vivían y morían naturalmente, se convertían en criollos mientras se les oscurecía la tez, adquirían otras costumbres, transformaban sus sentimientos y saberes y conformaban una comunidad inédita y claramente diferenciada; algunos de ellos integraron un poderoso segmento de la sociedad isleña que también ostentaba títulos de nobleza e intereses concretos y diferentes porque «el patio de su casa era muy particular».
Este capitán general, que vino a hacer lo mismo que sus antecesores, gobernar con mano recia, hacerse lo más rico posible y retornar a España, no dejó de cumplir con su programa y hasta se casó con una criolla de familia riquísima y recibió ingenios de regalo; pero venía con una novedosa formación y su accionar como promotor de la cultura de la isla fue excepcional. La Ilustración había llegado a España con los Borbones, y don Luis se había educado con afanes reformadores y nuevas luces de pensamiento, dentro del marco metropolitano español. Al llegar a La Habana tan atrasada y sucia, llevó a cabo cambios notables y le dio un insólito empujón a la letra impresa y a la sociedad habanera. El 24 de octubre de 1890 apareció el primer número de la revista, que leída desde hoy resulta el laboratorio complejísimo donde germinaron tímidos, pero incontenibles, la conciencia nacional de los cubanos y los primeros aportes de la literatura cubana. Su sola voluntad no habría bastado. Las Casas contó con la alianza del sector criollo más poderoso, rico y urgentemente necesitado de las luces del progreso burgués: los productores de azúcar. No fue empresa menuda la que se emprendió en el cruzamiento de contextos que acompañaron este alumbramiento. Unos meses después de fundado el periódico, en enero de 1793, se realizó la primera sesión de lo que se llamó entonces Sociedad Patriótica de La Habana, institución de ideales iluministas donde estos mismos criollos crearon un sistema de instituciones, recomendaron traducciones, promovieron la ciencia y la técnica, reformaron la educación y realizaron proyectos de modernización imprescindibles para el desarrollo de la sociedad isleña en su momento.
El Papel Periódico se concibió como una publicación periódica orientada sobre todo a la economía y después a la reforma de las costumbres y la educación, intereses principales de la sacarocracia criolla, que comenzaba a navegar a toda vela, expandiendo la producción, importando miles de esclavos, construyendo lujosos palacios, y aspirando a una capital ostentosa. Hijos suyos o patricios educados en el ambiente del Seminario San Carlos y San Ambrosio fueron sus redactores, y junto con una masa híbrida de anuncios comerciales como la venta de esclavos, asuntos económicos, tecnológicos y temas científicos, aparecieron lo que llamaron ellos «retazos de literatura», que al cabo resultaron fundamentos literarios de la cultura cubana.[2]
Entre nuestros redactores y autores se encontraron entonces, Manuel de Zequeira Arango, nuestro primer gran poeta; Francisco de Arango y Parreño, el mayor exponente del reformismo económico de la época; Tomás Romay, el iniciador del movimiento científico en Cuba y José Agustín Caballero, el padre de la pedagogía cubana. Todos ellos eran hombres nacidos en Cuba y formados en las aulas del Seminario, y contaban con una cultura marcada por el iluminismo que leyeron y estudiaron sobre todo en sus fuentes francesas e inglesas. En 1790 contaban entre 25 y 30 años. Tanto el periódico como las obras de estos hombres se entrelazan con diversas formas de traducción e interpretación de textos extranjeros, y se pueden rastrear los inicios en letra impresa del trabajo de traspaso imprescindible que acompaña la construcción de una lengua nacional. Como ha escrito Marc de Launay: «La traducción se inscribe en la dinámica de las culturas, donde contribuye a aumentar la tensión entre tradición e innovación, es decir, a que se agudice la urgencia de nuevas síntesis culturales».[3]
Esa urgencia de una nueva síntesis cultural se puede comprobar en la confusa hibridez genérica, las marcas criollas, los tanteos lingüísticos y las expectativas agudamente reformistas y hasta, algunas veces, de belleza formal de los textos publicados en el Papel…, si los leemos como un intenso conflicto entre lenguas, culturas y traducción. Al hacer una lectura orientada de este modo, me parece distinguir tres niveles relacionables cuyo comentario es el tema central del presente trabajo, que aspira también a ser un pequeño homenaje a La Habana en su 500 aniversario.
Circulación de la traducción alrededor de El papel Periódico de La Habana
Sus redactores fueron hombres cultos que en primer lugar manejaban el latín, asignatura obligada de la que aprenden a traducir en las aulas.
Tres de ellos se involucraron, de algún modo, con el traspaso de textos: Francisco de Arango y Parreño, Agustín Caballero y Tomás Romay. Los tres se empeñaron en importar libros científicos y filosóficos europeos, y además, en promoverlos. El primero para modernizar la agricultura y hacerla más productiva; el segundo, para reformar la enseñanza y combatir el escolasticismo en busca de una educación científica, y el tercero, como médico, para fomentar la higiene, difundir la vacunación y actualizar la medicina.
La revista que estos hombres dirigían y administraban y en la que también escribían con numerosos seudónimos, es órgano del reformismo de los criollos sacarócratas de la isla de Cuba, criollos ilustrados, que con una mezcla de ideales claramente burgueses, eran dependientes de la metrópoli y carecían de afanes independentistas, sin embargo, llevaron a cabo una tremenda labor de actualización y de importación de nociones europeas, fundamentalmente inglesas y francesas, porque necesitaban mejorar de modo sustantivo las tecnologías de la explotación azucarera, y acceder a formas de control y recursos que les garantizaran sus enormes riquezas.
La figura representativa de los intereses económicos de este poderoso segmento de la sociedad colonial es Francisco de Arango y Parreño, Marqués de la Gratitud, quien puso en acción en su ingenio La Ninfa los más modernos métodos de organización de la producción aprendidos en Précis sur la canne et sur les moyens d`en extraire le sel essentiel (Paris, 1790), de Jacques-François Dutrône de La Couture (1749-1814). Este libro fue el socorrido manual de los esclavistas franceses del Caribe para organizar la producción de un ingenio azucarero. El marqués criollo recomienda la traducción de este libro en la recién creada Sociedad Económica, primero se le da la encomienda a Nicolás Calvo de la Puerta, cultísimo en letras e idiomas, pero las dificultades técnicas del libro no se lo permiten y se lo dan al Conde de Mopox, que tampoco lleva a cabo el proyecto y termina uniéndose a todos los ilustrados en el proyecto de crear una Escuela de Química en la Isla, institución imprescindible para el conocimiento de la elaboración del azúcar. Traducción, viajes y expediciones están enlazados en la génesis de las cartillas criollas para cultivar caña y procesarla en el ingenio. Los artículos del Papel Periódico… nos ofrecen los testimonios periodísticos de estos productores y sus inquietudes, que no querían depender enteramente de «maestros de azúcar» franceses contratados para trabajar en sus ingenios sino actualizar la educación y la tecnología.[4] Arango y Parreño realiza viajes, recomienda bibliografía y encarga traducciones apoyado en la Sociedad Patriótica. El Papel… por su lado publica artículos extractados de la prensa extranjera o de libros especializados sobre los más diversos temas y es, en sí mismo, un aparato importador de nociones modernas en variados campos.
En el campo de la medicina y la higiene de la ciudad de La Habana, batallaba el médico criollo ilustradísimo Tomás Romay. Desde 1802, recomienda en la Sociedad Patriótica la impresión en Cuba del folleto del médico español Pedro Hernández traducido del francés sobre la vacuna.[5] Sin duda, la bibliografía que informaba a Romay es sobre todo francesa por lo que sabemos. Tan temprano como ese mismo año de 1802, el médico cubano está perfectamente familiarizado con el libro La médecine clinique rendue plus précise et plus exacte par l’application de l’analyse ou Recueil et resultat d’observations sur les maladies aiguës, faites à la Salpêtrière, que ese mismo año había publicado en París el doctor Philipe Pinel con los resultados de su enorme trabajo durante siete años en la enfermería del Hospital Salpêtrière. Quien siga la campaña que llevó a cabo Romay en el Papel Periódico… para convencer acerca de las ventajas y la necesidad de la vacuna contra la viruela podrá comprobar ese continuo recurso de extractar o traducir los textos de los doctores franceses para apoyar su exposición. Tan temprano como en 1793, publica su «Artículo en el que se hace una crítica doctrinal de la medicina y en el que se desarrolla un concepción iluminista de la misma», donde acude a las ideas de «Bacon intimando que la naturaleza no debía abstraerse, sino escudriñarse y analizarse».[6] Pero sobre todo se puede ver cómo argumenta a partir del clásico libro de Philipe Pinel, la necesidad de una medicina moderna a través de la fundación de la cátedra de medicina clínica en el Hospital Militar de San Ambrosio, a favor de las tesis iluministas de experimentación y observación de la ciencia, dejando los anticuados métodos de enseñanza del peripato. Declara que:
Aunque tan convencido de la importancia del estudio de la Medicina Práctica como de la necesidad de ejecutarlo bajo un plan metódico, su organización me ha presentado dificultades que juzgué insuperables. No encontrando un modelo que imitar, ni un solo profesor que haya cursado en Europa esa aula, no podía instruirme en su régimen económico para proponer a Vuestra Señoría lo que debe aquí observarse, teniendo en consideración el clima y demás causas locales. Meditando muy detenidamente sobre la medicina clínica de Pinel, he comprendido lo que él ejecutaba en la escuela establecida en el Hospital de Salpétrière, y de aquí he deducido lo que podrá adoptarse en la que Vuestra Señoría pretende instalar.[7]
Y con toda la autoridad de estos ilustrados criollos que se leyeron las tesis de la filosofía moderna para concluir que tenían que usar una filosofía electiva, o sea utilizar de toda ella lo que fuera necesario en nuestra isla patria, convirtió el libro de Pinel en un compendio pedagógico para utilizar en la cátedra de medicina de San Carlos y enseñarles a practicar la medicina clínica a partir de la observación y el seguimiento de casos individuales. Es un caso notable de traspaso intercultural. Y podemos leerlo en su «Plan para el establecimiento de una escuela de Medicina Clínica en el Real Hospital de San Ambrosio de esta ciudad».
Sin embargo, debemos decir que el más notable profesional de la traducción en este grupo de ilustrados cubanos es José Agustín Caballero. Es un latinista brillante, y escribe sus textos docentes en latín y los traduce al español, dando cuenta de su educación y apego a las leyes del escolasticismo por un lado, sin dejar de argumentar en su práctica docente a favor de la razón y la experimentación como había aprendido ya en los textos de los filósofos ilustrados. En esta tensión entre escolasticismo y educación moderna se produce la obra y la reforma por la que luchó denodadamente el padre Caballero. Tradujo, por ejemplo, al parecer dentro del marco docente y del latín la Historia del Nuevo Mundo y en especial de México, de Sepúlveda y Refutación al libro de Thomas Paine La Edad de la Razón, 2da. parte, o investigación de la verdadera y fabulosa teología, por D. Leví, Mile y Newton (manuscrito de 1796), y del francés—es de suponer que se trata de retraducción de un texto escrito en latín—, la Correspondencia de Sepúlveda con Melchor Cano.
En 1794, recién creada la Sociedad Patriótica, le encargan traducir «Las lecciones preliminares de Filosofía» de Condillac, necesarias para la reforma educativa del pensamiento en el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio y para el conocimiento de todos estos ilustrados empeñados en reformar la educación y en hacer suyas las tesis de observación y experimentación como únicos métodos de progreso del conocimiento en general. Aquí se observan los eslabones claros de la cooperación entre La Sociedad Patriótica, el Seminario de San Carlos y San Ambrosio y el Papel Periódico de la Habana, que a su manera, entre polémicas, tanteos y cavilaciones divulgaba las nuevas luces imprescindibles e inevitables.
Según su biografía, Caballero tradujo del inglés la novela rococó originalmente publicada y escrita en francés en 1759, Cartas de Milady Julieta Castelvi a su amiga Milady Henriqueta Campley, cuya autora es Marie-Jeanne Riccoboni (1713-1792), novela muy leída en su época, y traducida a otros idiomas, escrita en el estilo epistolar que hará furor en el siglo.
El padre Agustín llevará a cabo una ingente tarea de divulgación y promoción en el Papel y para él traducirá, extractará y citará fuentes ilustradas a su manera electiva para reformar la educación y las costumbres de la sociedad habanera.
La traducción literaria en el Papel Periódico de La Habana
El hecho de que los autores publicaran casi siempre bajo seudónimo, y de que no había por esa época mucho rigor en la declaración de las fuentes en publicaciones periódicas, hacen imposible descubrir hasta qué punto algunos escritos publicados eran traducciones o reformulaciones de textos extranjeros y a qué autores o traductores pertenecían. Muchas veces los artículos de temas científicos o económicos siguen de cerca obras clásicas extranjeras o permiten suponer una traducción implícita. En algunos casos se citaba y se declaraba la fuente de la traducción. Sobretodo en los raros casos de traducción literaria. Pueden citarse dos traducciones ya reconocidas por la crítica. Las dos son de poesía. La primera está acreditada por el padre Caballero. Aparece publicada el 22 de abril de 1795, y está encabezada por la nota que sigue: «Al día de la Consagración del Ilmo. Señor Doctor Don Luis Peñalvery Cárdenas, Dignísimo Obispo de la Luisiana; sacado del libro 1º de los Fastos de P. Ovidio Nasón, libremente traducido por el Doctor D. Joseph Agustín Caballero». Fastos es un largo poema estructurado en cantos dedicado a celebrar los días festivos del calendario romano. El autor se aparta totalmente del texto de partida para escribir una alabanza breve y ampulosa a la consagración del obispo criollo, habanero por más señas, don Luis Peñalver y Cárdenas, Dignísimo Obispo de la Luisiana. La neoclásica y mediana composición de Caballero nos hace sin embargo el regalo de una marca lingüística insólita de la cultura habanera, cuando escribe, al dirigirse a Apolo para que lo inspire, en la primera tirada de versos que sí se atiene a la invocación clásica del original, con la cual Ovidio inicia sus versos:
Músico numen, que en el Sacro Coro
Hiciste resonar tu lira de oro;
Señor del monte Pierio, y del Parnaso,
Del Pindo, de Hipocrene y de Pegaso;
Dueño de Elisia en fin, Divino Apolo,
A ti te invoco solo,
No porque amores cante ni los celos
Que allá tuviste en Delfos, Claros, Delos;
Sí porque vengas a cantar la gloria
De aqueste día de inmortal memoria.
Toma del el alto asiento,
Inspira desde allí, danos tu aliento,
Y todos a porfía
Buenas cosas dirán en tan buen día.
Califica de Pierio Havano a un sitio elevado, algo así como «Monte habanero de las Musas», trasladado desde Tesalia, en la Macedonia antigua, al mar Caribe. Todavía, al intentar la poesía, el poeta está entrampado en la neoclásica evocación de las musas y las deidades mitológicas, y coloca a Apolo en alguna de las lomas criollas de esta ciudad, pero este Apolo de lo extranjero ahora está localizado en un lugar de Cuba con su nombre, nunca será el otro sino este, con lo cual establece en lengua escrita una zona híbrida de resistencia de nuestra expresión escrita.
Otra traducción de poesía aparece en sus páginas, pero no se declara al traductor, o a los traductores, porque hay dos versiones. Y parece que aquí comienza este ejercicio que van a practicar los delmontinos, que se nos aparecen en los años veinte y treinta haciendo traducciones y enviándoselas por correo para revisárselas unos a otros, cuyos testimonios leemos en el Centón epistolario de Domingo del Monte. Hay dos versiones de «Odeon Solitud» [«Oda a la soledad»] de Alexander Pope, escrita por el poeta a los doce años y una de sus obras más leídas donde nos ofrece la tesis clásica de la serenidad, el equilibrio, y la vida retirada, el tópico común entre los neoclásicos del beatusille. No es extraña esta traducción dentro de un contexto que es abundante en el tema heredado de la poesía de Horacio. Ambos traspasos escogen formas rimadas y pueden haber sido traducciones tomadas de publicaciones españolas, como es el caso de algunas de las poesías publicadas.
Considero, además, que hay un proceso de traducción muy importante en toda esta primera publicación periódica de la cultura cubana que se da al interior de la lengua castellana misma. Como ha escrito Paul Ricoeur:
Je partirai de ce fait massif caractéristique de l’usage de nos langues: il est toujours posible de dire la même chose autrement. C’est ce que nous faisons quand nous définissons un mot par un autre du meme lexique, comme Font tous les dictionnaires. Peirce, dans sas cience sémiotique, place ce phénomène aun centre de la réflexivité du langage sur lui-mëme. Mais c’est aussi ce que nous faisons quand nous reformulons un argument quin’apasé té compris. Nous disons que nous l’expliquons, c’est-à-dire que nous deployons les plis. Or, dire la même chose autrement –autrement dit–, c’est ce que faisait tout à l’heure le traducteur de langue étrangère.[8]
[Voy a partir del sólido hecho característico del uso de nuestras lenguas: siempre es posible decir lo mismo de otra manera. Es eso lo que hacemos cuando definimos una palabra por otra del mismo léxico, como hacen todos los diccionarios. Peirce, en su ciencia semiótica, coloca este fenómeno en el centro de la reflexividad del lenguaje sobre sí mismo. Pero es también eso lo que hacemos cuando reformulamos un argumento que no ha sido bien comprendido. Nosotros decimos que lo explicamos, es decir, que desmenuzamos el texto. Ahora bien, decir la misma cosa de otro modo —dicho de otra manera—, eso es lo que hacía el traductor antes mencionado de lengua extranjera.]
Todo un proceso de traducción interna se puede seguir en las páginas del Papel…, por tramos asoma un español de Cuba, que brota sobre todo de la lengua popular, del día a día interactuando con una realidad y una naturaleza diversas donde se cruzan lenguas y culturas que se encuentran aquí y no en España y donde todo se comienza a decir de otra manera y con otro acento, aunque se refieran en última instancia a los mismos fenómenos que enfrenta cualquier comunidad humana en su convivencia, pero siempre de modo diferente, efectuando una nueva síntesis cultural. De la lengua popular irá pasando a la lengua culta, y los patrones cultos cambian también por sí mismos enfrentados a expresar un universo otro. Es el delicado proceso por el que los hijos de la isla, ya no de España, se apropiaban de la lengua del colonizador para hacerla suya.
Una comprobación inmediata se realiza al leer las fábulas de marcado carácter popular, donde el poeta se explaya, casi improvisando y en una de ellas nos dice, de otra manera, nos traduce en términos cubanísimos, la vieja fábula de Lafontaine titulada «El cuervo y la zorra», que a su vez fue reformulada por otros autores a lo largo del tiempo. Cito:
Alegres una mañana
se iban paso entre paso
Guacamaya y Carpintero
por un guayabar (sic) paseando.
Divisó la guacamaya
por entre los verdes ramos
una guayaba madura,
de nunca visto tamaño:
Se la enseña al Carpintero,
el que se parte volando
y antes que su compañera
á la fruta le echa mano.
La tal dixo al Carpintero:
justo será que partamos,
esta frutilla por ser
de mi noble vista hallazgo.
Pónenla sobre una peña,
y el Carpintero taimado
le dice: Señora mía,
á mí me costó el trabajo;
Mía sola es la guayaba.
Y estando así disputando,
un Cao escuchaba oculto
el pleito que habían trabado.
Se valió de la ocasión,
y con un vuelo muy rápido
la guayaba se llevó
dexando a los dos burlados.
Quiso el Cao chocarrero
a los pleitantes zumbarlos,
y al decir: ustedes riñan,
que yo comeré entre tanto;
se le cayó del piquillo
la guayaba ¡Fuerte fiasco!
y un Cerdo se la engulló
sin esperar más preámbulos.
Claramente nos previene,
que cuando altercando
están en igual derecho,
partan los bienes entrambos;
Porque en tanto que litigan,
otros están disfrutando
lo que ellos tal vez no gozan
después de disgusto tantos.
También nos está advirtiendo
el genio zumbón del Cao,
que muchos por charlatanes
la ocasión han malogrado.[9]
Solo la entrada de este romancillo octosílabo: «Alegres una mañana/ se iban paso entre paso/ Guacamaya y Carpintero/ por un guayabar (sic) paseando (…)», nos deja la vibración del punto cubano en las décimas de los guajiros repentistas en esta «Fábula moral de la Guacamaya, el carpintero y el cao». Otras dos aparecen como «Fábula literaria del tabaco verde y el gusano» y «Fábula literaria de la víbora y el majá», que tratan en el primer caso de la vanidad de los escritores o la envidia de los críticos, y que son sin duda traspasos criollos de las Fábulas literarias (1782), de Tomás Iriarte (1750-1791). Se trata de una poesía de intención educativa que está en la línea de la reforma pedagógica por la que batalla el padre Caballero, y del adecentamiento de las costumbres que predica la publicación. El Papel Periódico de La Habana funciona como un gran mural de su momento histórico en el que comienza a cuajar la conciencia nacional de los cubanos y en la que se puede medir la apropiación ya efectuada de la lengua que impuso el conquistador. Por eso en el documento programático que encabeza la publicación se escribe: «Prefiera el amor de nuestra Patria a nuestro reposo: Habana tú eres nuestro amor, tú eres nuestro Ático: esto te escribimos no por sobra de ocio, mas por un exceso de patriotismo» (Papel Periódico de La Habana, no. 1, 24 de octubre 1790).
Como hemos anotado, los redactores y sus historias de vida forman parte protagónica de la publicación y con ellos se enlazan la Sociedad Patriótica de La Habana, el Seminario San Carlos y San Ambrosio y la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo y en los textos impresos en sus páginas aparecen, se discute, se crítica y asoman todos los elementos de esa sociedad, desde el esclavo hasta el rico dueño de ingenio. Y es la voz dominante de la sacarocracia criolla, pero también un reflejo claro de una comunidad que comenzaba a identificarse a sí misma en toda su complejidad.
Los entramados culturales que comentamos en esta lectura del proceso de traducción en los albores de la conciencia nacional y de la cultura cubana nos permiten reconstruir el campo de tensiones lingüístico-culturales e históricas que han intervenido en esa síntesis específica que se lleva cabo en un territorio colonizado en busca de su ser primero y más tarde de su emancipación. Además y ya en una línea de tiempo de larga duración, estos procesos traslativos de la cultura son constantes y reflejan en cada momento de la historia de una nación mucho más que un estado lingüístico o de literatura artística: arrojan luz sobre los hombres y la historia de toda una época.
[1] En: https://cerac.unlpam.edu.ar/index.php/anclajes/article/view/2635/3320. «La traducción literaria, “un laboratorio de escritura” revistas culturales, género y plurilingüismo». [Entrevista de María Carolina Domínguez a Andrea Pagni consultada el 3 de septiembre de 2019.]
[2] Cf. Saínz Enrique: La Literatura cubana de 1700 a 1790, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1983.
[3] Marc Delaunay: «Préface». En: Paul Ricoeur. Sur la traduction, Traductologiques, Les Belles Lettres, Paris, 2018, p. XXX.
[4] Ver. Moreno Fraginals: El ingenio, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1978, t. I, pp. 75-76, y t. II, pp. pp. 18 y 19.
[5] Origen y descubrimiento de la Vaccina, traducido del francés con arreglo a las últimas observaciones hechas hasta el mes de mayo de 1801, y enriquecido con varias notas, Madrid, Benito García.
[6] Papel periódico de La Habana, lro de septiembre de 1793.
[7] Oficio dirigido a Alejandro Ramíres, intendente de ejército y superintendente general de la Real Armada, en el que acepta y aplaude el proyecto de establecer una clase de clínica y acompaña un plan para el establecimiento de una Escuela de Medicina Clínica en el Real Hospital Militar de San Ambrosio, 18 de agosto de 1818. En: Obras Escogidas del Dr. D. Tomás Romay, t. 4, pp. 231-237.
[8] «El paradigma de la traducción», Ob. cit., p. 31.
[9] Papel Periódico de La Habana, núm. 59, 24 de julio de 1791.
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