Ingresé en la UNEAC en 1990. Transcurrían jornadas en que apostar por el futuro se visualizó, con más fuerza que nunca, como única opción para la sobrevivencia. Todo en el país pospuso su cotidianeidad; solo nos identificaba la decisión de no abandonar las esencias que, provenientes de un pasado de búsqueda y lucha, sostenían aquel presente de renuncias y replanteos inéditos. Nuestra Unión de Escritores y Artistas de Cuba fue entonces, como lo es hoy, contingente de avanzada en esa apuesta.
Nunca antes la vanguardia intelectual revolucionaria tuvo reto mayor, pese a que las tensiones en los momentos fundacionales de nuestra organización no fueron pequeñas. Pero en aquellos días de 1961 brilló la claridad estratégica del estadista Fidel Castro con sus imprescindibles «Palabras a los intelectuales». Sus razonamientos disolvieron las diferencias en el caldo común de una justicia social largamente añorada. Se concretó, con el bregar colectivo, un sano clima de consenso gracias al cual la infraestructura y las bases de funcionamiento del gremio ganaron pauta visible y eficaz.
En los setenta, con los desafueros y demoliciones del «Caso Padilla» y el llamado «Quinquenio Gris» se vivieron nuevas angustias y desmontajes. Pero tanto en un lance como en el otro, se trató de crisis a lo interno de la organización devenidas confrontación absurda. El país marchaba, esperanzado, hacia un futuro socialista colmado de plenitudes. Fueron cruentos algunos ajustes, pero los rebasamos diálogo mediante, como ha sido norma en nuestras dinámicas de discusión. No siempre los debates discurrieron de manera armónica o complaciente, pero casi nunca les fueron negadas la sal y el agua a nuestras miradas, por momentos visionarias y más objetivas que algunos enfoques oficiales. La UNEAC —de manera especialmente intensa en sus congresos— se instituyó tribuna ideal para hablarle al país con la profundidad de un lenguaje auténticamente revolucionario y revolucionariamente crítico.
En aquellos ya míticos y retadores años noventa en que ingresé a la UNEAC, pertenecer a ella solo nos proporcionaba el privilegio de acceder al diálogo cercano con figuras paradigmáticas en el pensamiento político y cultural de la nación. Y saber que éramos escuchados y tomados en cuenta nunca fue poca cosa. Ningún aliciente material nos animaba, porque la responsabilidad con la historia pesa más que cualquier óbolo. Sabernos parte de esa avanzada, que supo asumir como carta de navegación la propuesta del líder —en el casi numantino 1993— de que «la cultura es lo primero que hay que salvar», reenergiza aún nuestra sensibilidad. Y a la tarea nos dimos; ayer como hoy.
El contexto actual es quizás más complejo que los arriba evocados: el pragmatismo, inevitablemente asociado a las nuevas prácticas de funcionamiento del país, cobra factura en la espiritualidad. Hará unos dos años le propuse a un creador destacado que hiciera su solicitud de ingreso a la organización. Solo me preguntó: —¿Y qué me va a dar la UNEAC? –Confirmé entonces cuánto debíamos trabajar, desde el rigor de la cultura y el pensamiento, para que tanto ese como otros artistas comprendieran que la nuestra no es una organización para recibir sino para entregar en beneficio de la mayoría, desde lo más pulido del corazón, toda la grandeza humana con que nos ha nutrido la cultura universal. Contribuir, con el cultivo de las artes, a nuestro crecimiento como especie, es la recompensa.
Ante la preocupante emergencia de egos desmedidos, incoherencias históricas y conatos de aspiraciones neoliberales —y hasta neocoloniales— siempre podremos recordar al Martí que en «Nuestra América» nos avisó:
Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso (…). La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos (…) con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica(…)[1]
Por fortuna somos más los que tenemos conciencia de lo que significa pertenecer a la UNEAC. Dadores alegres, sabemos bien lo que nos corresponde aportar, porque nos alimenta la certeza de que en la entrega va implícito, como retribución trascendente: «un amor de millones».
Finalmente, a este ser vivo de decenas de miles de cuerpos que es la UNEAC de nuestros días —qué importa si en ella los desasosiegos y las epifanías comparten aguas— solo me queda reafirmarle, como testimonio de fidelidad y en sintonía con el conocido bolero:—«Hoy como ayer, yo te sigo queriendo, mi bien».
(Santa Clara, 5 de enero de 2023)
[1] José Martí: Nuestra América, publicado en La Revista Ilustrada, 10 de enero de 1891 [en línea, disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/osal/osal27/14Marti.pdf]. Fecha de consulta: 5 de enero de 2023.
Visitas: 120
Deja un comentario