Integrando una delegación para representar a Cuba en el SILA (Salón Internacional del Libro de Argel), partí con destino a Argelia, acompañada de varios colegas, para permanecer allí durante dos semanas. La ciudad capital, hermosa, bañada por el Mediterráneo, con una gran avenida llamada «Che Guevara», nos recibió con amabilidad. El grupo cubano se sintió —nos sentimos— muy bien acogidos, y las actividades propias de la Feria resultaron todo lo fructíferas que cabe imaginarse, teniendo en cuenta la dificultad del idioma. En un momento nos acompañó una traductora argelina. La mujer, tan gentil como todo ese pueblo, nos hizo reír más de una vez: simpática y solícita, se desempeñó estupendamente con nosotros como una especie de cicerone fugaz y fundamental, excepto para asuntos de traducción per se. Si la directora de Arte Antiguo decía, por ejemplo: «Esta pieza es del siglo VIII antes de Cristo», la traductora nos miraba y con total seguridad afirmaba: «Esto es de 1980». Y en otra visita, la guía dijo: «Estamos en presencia de un documento del período otomano», lo que la traductora interpretó como: «Vean el período romano». Entendíamos cifras, fechas, palabras sueltas en francés, y por ello nos percatábamos de los errores.
Los anfitriones nos mostraron palacios, jardines, ruinas romanas, sitios de retiro, y hasta se nos permitió entrar a una mezquita, descalzos y con el cabello cubierto. Impresionante templo de oración, cuyos altavoces llaman a orar cinco veces al día, comenzando a las 5 de la madrugada.
Visitar la Casbah merece más de unas pocas líneas. En apretada síntesis, debo decir que es la parte más antigua de Argel, situada en el lado oeste de la bahía, sobre una colina de unos 120 metros de altura. Ahí se levanta la construcción urbana que tuvo un gran desarrollo en torno al siglo XVI. Básicamente, es una ciudadela islámica donde perviven antiguas mezquitas, palacios otomanos, y un conglomerado de calles estrechas en las que el blanqueado de las paredes permite cierta luminosidad. Por sus méritos culturales fue seleccionada por la Unesco, en 1992, Patrimonio de la Humanidad, no obstante, no se han iniciado todas las reparaciones de rigor, y su estabilidad arquitectónica peligra en estos momentos. Se considera que la actual Casbah de Argel es el resultado de la prosperidad de la ciudad bajo la dominación turca, que siguió a las invasiones de los cartagineses, los bereberes, los romanos, los bizantinos. Su parte más elevada, La Ciudadela, se ubica estratégicamente dominando todo el panorama de escaleras y estrechas vías que constituyen la parte más baja, o Casbah como tal. El término, al parecer, tiene varias acepciones. Indagué por su significado con la responsable de la maqueta del lugar, y su respuesta me satisfizo. «Casbah quiere decir casas que se comunican entre sí». Vista desde lo más alto, se comprueba que todas las moradas se entrelazan, y que los pasillos separadores son mínimos, como vasos comunicantes. Históricamente, es el sitio donde los argelinos organizaron la rebelión contra la dominación francesa, siendo imposible sofocar conspiraciones. A manera de un panal, la Casbah tuvo un papel central durante la lucha por la independencia de Argelia (1954–1962). Fue el epicentro de la insurgencia planeada por el Frente de Liberación Nacional (FLN), que les dio un lugar seguro para planear y ejecutar ataques contra las autoridades opresoras francesas y agentes del orden público en la Argelia del momento. Con el fin de contrarrestar los ataques, los franceses tuvieron que centrarse específicamente en la Casbah. De ahí que la película famosa La batalla de Argel, del director italiano Gillo Pontecorvo, se filmara justamente en dicho lugar.
Una vez concluida nuestra actividad en el SILA durante la primera semana, fui invitada por el Jefe de la Misión Médica Cubana a visitar los hospitales donde galenos nuestros prestan servicio en la zona del Sáhara (dicho así en castellano, y no Sahara, a la manera británica). Confieso mi reticencia inicial: Han transcurrido treinta años desde que formé parte de una brigada médica internacionalista en África, y la posibilidad de que se removieran viejas y mal cicatrizadas heridas me hizo dudar. La obstinación de quien es el representante de los Servicios Médicos Cubanos en Argelia y la insistencia de nuestra Embajadora terminaron por convencerme. Y entonces, cumplida ya la primera parte de la razón de mi presencia en el país más grande del continente africano, comenzó el verdadero periplo por zonas profundas. Un recorrido intenso, apasionante, sin el cual me hubiera perdido las jornadas más fascinantes del viaje.
Considerado el desierto cálido mayor del mundo, y el tercero más grande después de la Antártida y el Ártico, con más de 9 065 000 km² de superficie, el Sáhara abarca la mayor parte de África del Norte, ocupando una extensión casi tan grande como la de China o los Estados Unidos. Sus temperaturas oscilan entre 59 grados y 14 bajo cero. Interrumpida la inabarcable extensión desértica por wilayas o provincias, donde laboran casi novecientos colaboradores cubanos, la travesía resultó tan asombrosa como extenuante, aunque el cansancio físico era fácilmente vencido ante la magnificencia del trato que recibíamos por parte de nuestros colegas y de las autoridades locales, quienes mostraban una hospitalidad digna y, por consiguiente, altamente agradecible. En total, hay cuarenta y ocho wilayas o provincias argelinas. En el viaje que me tocó por fortuna, visitamos seis de ellas en cinco días, quedándonos con deseos de encontrarnos con más compañeros, a quienes, por cuestiones de tiempo y de seguridad, nos fue imposible llegar.
Djelfa, la primera wilaya donde nos detuvimos, bajo temperaturas heladas, tiene uno de los hospitales más grandes diseñados por Cuba. Allí trabajan cerca de ciento treinta colaboradores. Nos acogieron con simpatía, y pernoctamos allí, entre cuentos criollos, risas, fraternidad de hermanos. Supe que el gran escritor Max Aub estuvo allí entre 1941 y 1942, apresado por los nazis y condenado a trabajos forzados en un campo de exterminio, hasta que, ayudado por árabes, logró escapar por Marruecos a través de Casablanca, de donde llegó a México, donde pasaría las tres últimas décadas de su vida, con alguna visita a Cuba. Fue allí, en la wilaya donde pasamos la noche, donde Max Aub vivió la traumática experiencia que evocaría en su libro de poemas Diario de Djelfa (1945).
Luego visitamos Ghardaia y a la brigada de veintisiete trabajadores cubanos de la salud (cuyo almuerzo nos repuso fuerzas, y cuyas risas nos infundieron ánimos para seguir camino), atravesamos Laghouat, más adelante Ouargla, con noventa colaboradores, y detuvimos el convoy en Tougour, que no posee categoría de wilaya, donde repusimos alimentos y agua, para seguir la ruta y llegar a la provincia El Oued. Allí tuve la que quizás sea la mayor conciencia de cuánto nos necesitamos los cubanos unos a otros, unas a otras. La última noche de nuestro viaje la pasamos en dicha hermosísima localidad, cuyo nombre significa «río», y que también es conocida como «La ciudad de las mil cúpulas». Distante de Argel unos 1050 kilómetros, casi la totalidad de la extensión de Cuba de este a oeste (1250 kilómetros), posee la peculiaridad de encontrarse a unos cuarenta metros por debajo del nivel del mar. Entre muchas cosas novedosas, quedé hechizada por las dimensiones que alcanzan las rosas del desierto, que ya habíamos visto en wilayas anteriores. Increíbles formaciones calcáreas de arena, cuyas formas recuerdan rosas, son enormes en El Oued. Las doctoras con quienes más conversé me llenaron de curiosidad: Una cría tres tortugas como si fueran perritos amaestrados; otra, abraza el islamismo; la internista de la brigada declama muy bien, y además tuvo la deferencia de mostrarme páginas escritas por ella, sobre su misión anterior, en Haití. A todos los integrantes de todas las brigadas, les agradezco la bondad, el detalle de recibirme y de apaciguar mis inquietudes ante lo desconocido. En la madrugada del cuarto día emprendimos el retorno a la capital. Nos quedó pendiente (o sea, me queda como deuda) visitar Adrar, Tamanrasset, Taleb-Larbi y el campamento Tinduf. En todos los sitios encontré hostilidad climática y consagración por parte del personal médico cubano. Asombra tener a mano el dato de que en cincuenta y cinco años se han cumplido seiscientas mil misiones internacionalistas en ciento sesenta y cuatro países, en las que han participado más de cuatro cientos mil trabajadores de la salud.
Visitar Argelia, en fin, es un suceso mágico, enigmático y cautivador, a lo que se añade el cierto alivio que representa confraternizar con compatriotas. Es como tomar un respiro entre pasmo y pasmo, entre un «Salam Malecum» y el consiguiente «Malecum Salam». La vida, que suele ser monótona, a veces se convierte en una tormenta de emociones que, aunque se limita a dos semanas, deja huellas para el resto del tiempo que estaremos de este lado de la luna. Luna, por cierto, que es particularmente inmensurable cuando se le contempla desde el desierto. Del Sáhara, por ejemplo.
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