Un hombre que ayer hablaba maravillas de Antón Chejov ha comentado hoy una novela cuyo título levanta cierta sospecha, La vida tomada de María E. Vida / tomada (Cubaliteraria Ediciones digitales 2023), decía, en el binomio subyace la suspicacia; porque al tratarse de una autora de obra irreverente, Laidi Fernández de Juan (1960), sopesada más en el desenfado y la ruptura de los límites que en lo ortodoxo, no deja de asomar la ironía.
Mientras, el uno y el otro esperaban el pollo de arroz con pollo y conversaban sobre el largo relato, en voz alta, para superar el vocingleo de la «cola» —dígase fila— diversa en contenidos y matices. Aclárese que se trata de una palabra muy usada en la mayor isla de las Antillas Mayores, Cuba, país donde nació la cuentista y del que bebió para construir este texto que propone una visión en la que la mujer es más que su entorno, pero no está desprendida de lo secular, de esos componentes con los que la realidad establece su discurso, una suerte de lenguaje vital desde el que se narra, con precisión, con un estilo coloquial que el los lectores agradecen.
Cuando se avanza en el hilo conductor, dice el segundo, el otro, ¿sabe algo?, no es en realidad una novela, es una trampa. Su autora, la editorial, nos han tendido una trampa. Cuando se publicó en el 2010 no me percaté, pero en esta nueva lectura, gracias a la reedición de Laura Zaragoza, pude darme cuenta. No me explico cómo no lo vi antes. Es un tejido que se construyó sobre la base de cuentos, unos muy breves, una suerte de microhistorias, otros como crónicas, otros como relatos, en toda la extensión de la palabra y la anécdota. Pero usted que es el lector deberá darse cuenta por sí mismo, pues la forma es también un propósito.
Un tercero que escuchaba corrió a descargar el libro y confirmó que en los trece capítulos, todos con sus respectivos títulos, se juega la suerte a los constantes movimientos, a cambios que dinamizan el curso de la narración. Con un punto de vista que sirve de eje trasversal (quizá por ello le llamen novela), la memoria social en el pensamiento de la mujer, la heredad que a través del tiempo y las transformaciones del escenario, se ha ido deshaciendo de ropajes innecesarios y ha sobrepuesto un ser nuevo, capaz de tomar y dejar su condición según su concepción más valerosa. Mujer, amante que poetiza la «Carta de un día», «Viaje de los hijos», «Gata encerrada»,de cuyos gestos se deriva la huella de los antiguos modelos, todo eso es unido a partir de esas variaciones que logran caracterizar personajes diversos, dotados de un dinamismo y una eficiente evolución a lo largo de un corpus narrativo al cual es difícil aplicarles herramientas de análisis comunes, pues se entraría en vicios que no van con el anhelo de testificar, de dejar visos de un tiempo real mediante salidas que no siempre llegan a ser lógicas, lo cual es una ganancia.
Los constantes giros que se van urdiendo entre sí, para que los personajes se muestren a través de acciones pautadas en favor de cada fábula, con una cadena de sucesos que va del umbral de lo conocido a la sorpresa y luego vuelve a ese estado en el que el lector pareciera acomodarse; pero, otra vez viene lo insólito a despertar nuevamente el interés. Así, invariablemente, la llamada novela va componiendo el campo de nudos, madejas, donde todo es colocado para que los personajes, desde sus visos realistas, puedan ofrecer momentos de esplendor, sobre todo cuando se entra y sale de ese universo real, a través de las efectivas soluciones estructurales del relato. Tal esplendor también está en el uso ingenioso y muy cuidadoso del lenguaje, componente del discurso que Fernández de Juan sabe aprovechar y al que le aporta matices excepcionales, ya sea con la reelaboración de las estructuras del habla popular, ya en la mezcla de lengua y realidad para darle sentido a las caracterizaciones de los personajes, en las que hilvana la historia y el ambiente mediante un tiempo narrativo que corre, sin dejar a un lado las reflexiones a veces comedidas, otras tan jocosas que se acercan al choteo, siempre con un ritmo cauteloso.
La vida tomada de María E es un ejercicio técnico que no parece erigirse sobre esa intención, sino mediante un flujo natural, un modo de contar que viene de una actitud ante la vida, una capacidad de ver el mundo y al dejarlo pasar hacia la conciencia; es ese el modo elegido por Fernández de Juan para explorar y mostrar una irrupción de luz que se convierte en lengua viva y, con ella, propone un mosaico de representaciones, dotadas de esa teatralidad que trae consigo lo vital, ese ir y venir en al tapiz de lo cotidiano, como si se tratara de dos lugareños que conversan en la cola del pollo, pero con vuelos, salidas que testifican la presencia de lo imprevisible, justificado con una verosimilitud propia de la ficción bien llevada. Lo que acontece, gracias a su peculiaridad, escapa de la lógica, como se puede apreciar en los diálogos, de los cuales el cuento «De Jue. A dom», es un excelente ejemplo:
—Es aquí, en el edificio que colinda con la Embajada de Marruecos —dijo María E.
—¿Estás segura? —preguntó su madre al tiempo en que apoyaba un pie en la calle.
—Sí, mamá, acaba de salir, que la muchacha tiene prisa.
—No, señora, no se apure, mi trabajo es usted —dijo la taxista muerta de ganas por empujar a la madre de María E fuera del cocotaxi.
—Esto es con calma, mi hijita. Yo no tengo la culpa de que ahora los taxis parezcan sacapuntas y que encima nos cobren como si viajáramos en limosinas. Ayúdame con la cartera, mi hijita, que esto es tan estrecho que no cabe una señora decente como yo, porque además…
—¡Ay, mamá, acaba de bajarte de una vez, …
En el espacio en el que María E se ve sumergida, con su familia y el resto del sistema de personajes que le rodea, están también representados valores propios de grupos etarios diversos, a través de ellos se levantan ideales como el feminismo, por solo citar uno de tantos, más siempre desde una concepción alejada de preceptivas maniqueas.
La pérdida de cuanto rodea al ser humano, el dolor que esas ausencias; en fin, la ardua acción de vivir, definen la línea ascendente de una mujer marcada por hechos en los que la relación del otro, con las normas que están en los bordes de sus pasos cotidianos, su individualidad en el orden social preestablecido, en el que hay espacio para temas como la familia, la feminidad, la necesidad de ser como individuo, más allá de ese colectivismo que a veces apaga lo humano, la religión y lo político como base estructural de una sociedad marcada por acontecimientos generadores de una forma de vida en la que el respeto al otro, a lo otro, predice las relaciones y enaltece la importancia de valores como la amistad.
***
La vida tomada de María E está disponible para su descarga de forma gratuita en nuestro Portal Cubaliteraria.
Visitas: 38
Deja un comentario