Remite: un lucero
Destino: una estrella
Le cuenta que quiere que de nuevo vuelva. Que la extraña mucho y que siente pena que su luz no alcance si ese amor empieza. Que ya está muy solo. Que la noche inmensa no termina nunca cuando de él la sueña. Que la Vía Láctea tiene un manto perla que sirve de traje (si ella lo quisiera) para regalarle en una gran fiesta, por si un día deciden bajar a la tierra. Que escriba una carta (unas cuantas letras). Que él respondería tan rápido pueda.
Un beso de Sirio para Casiopea
En el año 2002, un singular poemario se alzó con el Premio Abril de Poesía que otorga anualmente la editorial homónima a la mejor obra presentada a este concurso, dedicado a la creación para la infancia y la juventud cubanas. Se trataba de Cartas celestes, una delicada propuesta de la escritora Mildre Hernández Barrios (Jatibonico, 1972) que involucra, no sólo rimas en formato de prosa poética, formalmente hablando, sino a todo el cielo nocturno, en cuanto a contenido; pues se trata de poner a dialogar amorosamente a las constelaciones a manera de poéticas cartas, como ocurre en la misiva que inicia el volumen, la cual aparece al comienzo de este comentario.
El género epistolar y el lírico se dan la mano en la original aventura literaria, donde la autora hace gala de su talento y, además, de su sorprendente conocimiento del cosmos y de cada silueta que los humanos de hace milenios decidieron conforman aleatoriamente, enlazando las estrellas que percibían en la oscuridad de la noche; un procedimiento que remite al entrenamiento —utilizado por pedagogos y padres en edades muy tempranas para desarrollar la actividad motora fina de los infantes— de unir puntos para revelar contornos de figuras y objetos sobre un papel. Toda esta intencionalidad está presente en el cuaderno de Mildre, cuya sutileza se exhibe a través de cada misiva, dieciséis en total.
El libro se completa con un Pequeño Glosario Astronómico y Mitológico que desmiente su tamaño y une estas dos especialidades para un fin común, conduciéndonos por la senda de una vasta cultura que enriquece nuestro acervo sin mediar fronteras entre artes, historia, ciencias (fundamentalmente astronomía), literatura, lenguas antiguas (pues nos hace saber significados de los nombres de las estrellas en griego, por ejemplo) y revela secretos y curiosidades que pueden interesar a personas de cualquier edad, con una gran creatividad e imaginación, sin resultar aburrido o abrumador en ningún momento.
Entre los personajes-constelaciones que se cartean, mencionaremos Cefeida, el Cochero, Pegasus o el Caballo alado, Capela o La Cabra, los Lebreles, la Copa, el Centauro, el Lince, Cefeo, el Cisne, el Pez Volador, los gemelos Cástor y Pólux. Igualmente se hace referencia al Triángulo, Taurus o el Toro, las Osas Mayor y Menor, Orión, y muchos más personajes que desfilan y participan de celos, encuentros y agravios amorosos de toda índole, así como relaciones de pareja muy variadas en número y formato, sin que por ello disminuya la pasión, la ternura, la desesperación o el dolor de las letras que inspiran. La autora se permite emplear términos técnicos de la ciencia para bromear o metaforizar a costa de ellos, por ejemplo, el concepto de estrellas variables para ilustrar las veleidades de algunos amantes. Es sano anotar que, a pesar del lenguaje figurado y de la gran cantidad de recursos literarios y comunicativos que emplea (personificación, exaltación poética, hipérboles, apelaciones sensitivas variadas -a sabores, olores, sonidos, texturas-, humor inteligente, contrastes), la redacción es limpia y directa, sin peligros de percibirse como recargada o ampulosa, lo cual apunta hacia la maestría propia de la autora en la persecución y logro de sus objetivos a través de la síntesis y la comunicación clara, concisa y precisa del mensaje.
El jurado que premió la obra estuvo integrado por el destacado editor, ya fallecido, Esteban Llorach Ramos; la investigadora, escritora y traductora Julia Calzadilla; y la también investigadora, ensayista, escritora y poeta Mercedes Melo. La edición del texto, que salió a la luz en 2004, correspondió a Jacqueline Teillagorry Criado; la cubierta y las ilustraciones corrieron a cargo de la probada inspiración de Hanna G. Chomenko; el diseño es de Eloy Barrios Alayón y la realización de Bárbara Dorta Alfonso.
Mildre Hernández Barrios posee una extensa labor narrativa y poética; la cual, aunque se reconoce dedicada a las más jóvenes edades, es disfrutable por todos los lectores, sin límites precisos. Ha obtenido un sinnúmero de prestigiosos premios nacionales como Pinos Nuevos, Casa de las Américas, Ciudad de Santa Clara, Mercedes Matamoros, entre otros. Muy conocidas son sus entregas sobre las aventuras de Cuasi Negrín Blanco, ese personaje femenino y pequeño que identifica los reclamos de la niñez ante un mundo adulto contradictorio y subyugador; y su poesía sutil y poderosa a la vez, que hace gala de todo tipo de recurso estilístico y literario, y mezcla sanamente, como ahora, las herencias de Safo y Constantín Kavafis, entre muchos otros que le antecedieron y le provocan dividir en tres partes su obra, para una mejor distribución temática, marcadas con versos de estos autores para iniciarlas.
Cartas celestes es una opción realmente divina para conocer asombrosos detalles de este mundo que nos rodea y supera, para sorprendernos de la inmensidad del universo y respetar amores disímiles, que las estrellas y constelaciones, con la pureza de su existencia y de su evocación, sacralizan y amparan en esta pequeña y magnifica obra.
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