Reconocido por sus relatos de terror y por ser uno de los llamados «escritores malditos», la obra del estadounidense Edgar Allan Poe guarda la intención de encontrar las condiciones para ser feliz.
El escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849) pertenece a la nómina de lo que llamamos los escritores malditos. Conocido fundamentalmente por sus relatos de terror y de detectives (fue, de hecho, uno de los precursores del género), al adentrarnos en la obra de Poe nos encontramos con un escritor mucho más poliédrico de lo que imaginamos, colorido incluso. Con una biografía marcada por los intentos de prosperar, el poeta mostró en varios de sus escritos destellos de belleza y, sobre todo, intención de ser feliz.
Si leemos con detenimiento, encontramos algunos rastros de felicidad en sus poemas, como es el caso de «To Helen», una oda al ideal de belleza grecolatino que encontró en la madre de uno de sus mejores amigos, de la que se enamoró. También hay felicidad, aunque interrumpida, en el célebre «Annabel Lee», en el que describe el enamoramiento adolescente de dos jóvenes cuyo amor perdura más allá de la muerte temprana de ella.
Y quizás el texto en el que más ahonda en este sentimiento es el relato «El dominio de Arnheim o el paisaje del jardín», publicado por Poe en 1846. En él, el narrador nos habla de la vida próspera y satisfactoria de un tal Ellison, quien, al recibir una cuantiosa herencia, busca cómo cumplir los principios que, según él, le han de llevar a la felicidad más pura.
Exponía en él Poe cuatro principios básicos para llegar a alcanzar la dicha:
Admitía tan solo […] cuatro condiciones elementales de felicidad. La principal para él era […] la simple y puramente física del ejercicio al aire libre. […]. La segunda condición era el amor de la mujer. La tercera, la más difícil de realizar, era el desprecio de la ambición. La cuarta era la persecución incesante de un objeto; y sostenía que, siendo iguales las otras condiciones, la vastedad de la dicha alcanzable era proporcionada a la espiritualidad de este objeto.
¿Cumplió el propio Edgar Allan Poe estos principios? Su biografía nos dice que, aunque lo intentó, nunca lo consiguió del todo. Sin duda pudo gozar de la vida al aire libre y también del noble objeto de la escritura, por lo que cumplió el primero y el último de los preceptos que él mismo dictaminó para ser dichoso. Pero, en lo que respecta a los otros dos, no podemos decir lo mismo.
Las mujeres fueron una parte fundamental de la vida y la obra del escritor norteamericano. Su madre murió a los 24 años, cuando él aún era muy niño, tras lo cual fue adoptado por la familia Allan. Frances Allan, su madre adoptiva, le tomó especial cariño al muchacho, con el que tuvo una estrechísima relación. Años más tarde, Allan Poe se casó con su prima Virginia cuando esta tenía 13 años y él 26. La temprana muerte de ella por tuberculosis, unida a la pérdida también de su madre biológica y a la de otras mujeres de su vida, infesta los escritos de Poe, en los que a menudo se refiere a la muerte temprana de una amada. Hubo otras mujeres posteriores, incluso algunos intentos de volver a casarse, pero todos fracasaron.
En cuanto a la ambición, al escritor no le faltaba; y es que Poe fue el primer estadounidense que intentó vivir de su escritura. Centrado al principio en la poesía, acabó decantándose por el periodismo y el relato, géneros con mayor aceptación comercial. Con estos obtuvo resultados desiguales, debido en gran parte a su alcoholismo, que frustró varias de sus oportunidades. Conoció un breve éxito en vida, pero murió en la miseria.
Así, Poe no fue un hombre feliz, o al menos no según sus propias normas. Sin embargo, el protagonista de su relato sí consigue serlo: teniendo las dos primeras necesidades satisfechas por un matrimonio feliz y la posesión de tierras, cumple la cuarta cláusula persiguiendo la belleza poética a través no de la escritura o la pintura, ambiciones que chocarían con la tercera cláusula, sino a través del cultivo de un jardín perfecto, que define como «una naturaleza que no es Dios ni una emanación de Dios, pero que sigue siendo naturaleza, en el sentido de una obra salida de manos de los ángeles que se ciernen entre el hombre y Dios». Una empresa, pues, de alta dignidad espiritual, lo que le permitirá llegar a la tan ansiada felicidad plena.
¿Y qué es un jardín, más que un depositario de felicidad, una obra ingrata y a la vez agradecida que depende únicamente del propio esfuerzo? La conclusión de Poe en su relato bien pudiera ser que cultivar (y por ende cultivarse a sí mismo en cuerpo y alma) es el fin último de la vida, lo único que nos ayudará a ser felices más allá de ambiciones y pretensiones superfluas.
* * *
Tomado de ethic
Visitas: 24
Deja un comentario