Imagen tomada del sitio web de la UNEAC
En 1959 Onelio Jorge Cardoso escribió el relato sobre los langosteros del barco Eumelia y la «locura» del hombre, que aseguraba ver cabalgar un corcel debajo del agua. Los primeros no tenían más remedio que llevar esa «vida perra», subsistían con el ardor en los ojos de vigilar las cubetas y meter mariscos a culatazos. El segundo estaba dispuesto a pagar una fortuna, con tal de ver al animal agitar sus crines de algas.
Todo lo nuevo vale el suplicio, todo lo misterioso por venir vale siempre un sacrificio, dijo el individuo a Lucio, uno de los tripulantes de la embarcación. Y Lucio, convencido de no querer ver nada de este ni de otro mundo, aseguró que lo que más importante era el pan y no otra cosa.
La iluminación del langostero ocurrió cuando miró los ojos del desconocido. El caballo rojo como el coral se reflejó en los dos iris, fijos en la costa, y terminó perdiéndose en ellos. Lucio lo supo entonces: «El hombre siempre tiene dos hambres», la del estómago y la de la imaginación.
El Cuentero Mayor padeció ambas. Cuando escribió este relato había en Cuba más de un millón de analfabetos. Estaba obsesionado con los «decidores de mentiras», que abundaban en los campos y los pueblos pesqueros. Onelio descubrió la poesía en sus historias. Los mitómanos tenían poco o nada que comer, pero presumían de una inventiva tremenda. En 1959, sin embargo, ninguno podía leerse…
Aunque sus primeros libros Taita, diga usted cómo, El cuentero y El caballo de Coral se publicaron entre 1945 y 1960, después de La Campaña de Alfabetización, llegaron sus Cuentos Completos (1962), La otra muerte del gato (1964), Iba caminando (1965), El hilo y la cuerda (1974), entre otros textos. Sus protagonistas ya podían entender aquellas páginas e impresionarse con sus propias ocurrencias.
Para ese momento Onelio Jorge Cardoso no era más El hijo del alcalde, como lo llamaban en Calabazar de Sagua, donde nació el 11 de mayo de 1914. Tampoco tenía nueve años, ni leía los capítulos de Los amores de provincia de Xavier de Montepin, que metían debajo de la puerta una vez por semana.
El presidente de la Sección de Literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba ya había superado el odio por la ortografía, a raíz del concurso de la publicación Ninfas, también contaba con el premio de la Revista Social por «el cuento más malo que se ha escrito en este país».
En sus andanzas vistió un traje de harina de castilla, durmió en el Parque de la Fraternidad y vendió medicamentos con propiedades mágicas, que se inventó después de leer prospectos, sin idea alguna de Farmacia. El narrador mantuvo a su mujer y sus dos hijos con novelas «imbéciles» para la radio y aceptó el contrato de una empresa jabonera, que lo llamó un «tipo afeminado», que escribía bien.
Todo eso y mucho más fue la vida de Onelio Jorge Cardoso, que hoy cumpliría 109 años. La escritura para el villaclareño podía ser sumamente útil o canallesca, él siempre aspiró a lo primero. Sus cuentos no son condescendientes, ponen rostro a la represión policial en «Hierro Viejo», la prostitución en «Mi hermana Visia», el racismo de «Teresa», el feminicidio de «Leonela», la muerte«En la ciénaga».
En una entrevista con el periodista Orlando Castellanos Molina sentenció: «El hombre necesita cultura y zapatos». La frase recuerda inevitablemente al Caballo de Coral y esas dos hambres que definieron la literatura de Onelio.
Por un lado, está el hambre física. Esa nunca fue casualidad en casa de Susana, la ladrona de arroz. La sufrió el Zonzo, que rescató de las aguas de Cojímar las tablas para construir su casa y las manzanas que se comía. Estaba en los ojos de Isabelita y su padre, con la cicatriz en el nudillo del índice por cortar caña para masticar algo antes de dormir.
La otra hambruna es diferente. Se manifiesta en el milagro de Memé, que volvió a caminar con el agua del Bélico. Está en la boca de la fallecida que sigue besando a Julián.Huele como las clavellinas de las manos de Graciela. No concibe que la muerte encuentre a Francisca. El hambre, esta y la otra, cierran los ojos azules del difunto con el boniato en el ombligo.
Para quienes no lo conocimos, el Cuentero Mayor parece otro personaje de sus libros, con un poco de angelito y algo de perro jíbaro. Puede que su estómago de pequeño burgués no padeciera el hambre de los tantos campesinos, pescadores, «cuentacuentos» que conoció, pero le sobraba el hambre de otra naturaleza, esa que Lucio vio en los ojos de aquel «loco». Sus lectores somos ese langostero, mirando el caballo rojo como el coral, descubriendo la imaginación cabalgar en dos pupilas.
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Tomado del sitio web de la UNEAC
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