Por otro lado, manifestaciones más cercanas al sentir de la burguesía cubana que apoyaba la alternativa reformista de los partidos electoralistas las pudimos encontrar en algunos políticos que a su vez eran grandes propietarios en renombrados miembros de esa clase social. Entre los primeros destacaba Eugenio Sosa Chabau, hacendado, ganadero y candidato a senador por el Partido Unión Cubana quien señaló: «Y si la forma correcta y legal de producir cambios en la gobernación de un país es la fórmula política, creo que a ella debemos ir todos los que pensamos detenidamente en cuanto sufren los verdaderos intereses permanentes del país».[i]
Pero aquellos que cifraban sus esperanzas de solución de la crisis cubana en las elecciones sufrieron otro fuerte golpe de parte de la tiranía. Muy pronto quedaron al desnudo los verdaderos propósitos continuistas del gobierno, a la demanda de la oposición de reclamar la presencia de observadores internacionales la dictadura respondió dilatando la gestión encaminada a facilitar su traslado a Cuba. A la semana de que Emilio Núñez Portuondo dirigiese la solicitud formal a la ONU para que designase veedores para las elecciones cubanas, todo parecía indicar que no se podría contar con ellos lo que motivó la reclamación formal de Grau al Tribunal Superior Electoral para que: «con las facultades extraordinarias que le confiere la constitución, dicte medidas necesarias para que vengan esos observadores, tal como lo desea todo el pueblo cubano».[ii]
Pero la protesta de Grau no lo llevó, como en 1954, a retirarse de las elecciones en el último momento. La demanda no constituyó ni con mucho un ultimátum, esta vez los electoralistas estaban compulsados a participar en los comicios por el temor a un posible triunfo revolucionario. Pensaban que así podrían desviar el curso de los acontecimientos que tenían lugar, al decir del expresidente auténtico: «Intentamos en las urnas (…) transformar el estado de arbitrariedad y atropello en que vivimos por uno de Ley y de dignidad humana». [iii]
¿Cómo enfrentar la arbitrariedad y el atropello si al propio tiempo eran víctimas de una farsa convocada por la tiranía? Pero de cualquier manera tenían que agotar el último de los recursos. Grau entendía que sin la presencia de los observadores internacionales los propios militantes auténticos fiscalizarían los colegios electorales aunque no precisaba cómo podrían lograrlo. No obstante preferían cargar con los denuestos del gobierno que retirar la última carta que jugaban para facilitarle alternativas a la República neocolonial. Estaban entre la espada y la pared pero preferían someterse a las maniobras de la dictadura que dejarle la vía libre a las organizaciones revolucionarias.
Ante la demanda de Grau al Tribunal Supremo Electoral para que garantizase la presencia de observadores internacionales, el régimen castrense demostró una vez más su cinismo e irrespeto por la opinión pública nacional. Quedaron en evidencia los verdaderos objetivos continuistas de la casta político-militar batistiana, el Tribunal Superior Electoral respondió al expresidente desestimando su solicitud en acuerdo tomado por mayoría. Los magistrados señalaron: «Pero dejando a salvo la dignidad nacional en cuanto a la presencia de observadores extranjeros para fiscalizar los comicios que rechazaron (…) sin reserva alguna, considerando que ello merma la soberanía cubana y significa injerencia extraña en nuestros asuntos internos».[iv]
Otra vez la tiranía se socorría del argumento de la defensa a la soberanía nacional para salvaguardar sus intereses. Y también tomaban distancia de las peticiones del Departamento de Estado. De esta manera obligaban a Washington a tener que contar con la dictadura por encima de cualquier circunstancia y de cualquier arbitrariedad. ¿Cómo hablar de ese respeto a la soberanía que proclamaban si apenas unos días antes ellos mismos, a instancias de Estados Unidos, se habían dirigido a las Naciones Unidas a solicitar observadores internacionales? La inconsecuencia del régimen del 10 de marzo no tenía límites, puestos al desnudo eran capaces de utilizar las más burdas justificaciones a sus posiciones.
Pero la credulidad de los electoralistas no tenía límites. Aún y cuando indirectamente admitían que la tiranía aplicaba procedimientos espurios en el proceso electoral que tenía lugar, querían apelar al recurso último de asistir a las elecciones. ¿Acaso aspiraban a que la dictadura rindiese sus armas a los electoralistas en las urnas antes que a los rebeldes en la Sierra Maestra? Veamos las reflexiones de Márquez Sterling:
Si el gobierno ejerce fuerza o astucia, para ganar los comicios el destino de Cuba será catastrófico. Queremos declarar que no nos retiramos de la contienda electoral bajo ningún concepto (…) Las responsabilidades serán de aquellos que fuercen los comicios o de los que se retraigan y permitan ante la urna abandonada que los que han hecho escarnio del derecho y de la ley se apoderen nuevamente de los mandatos públicos.[v]
Vanas ilusiones que se irían a pique, los políticos y los militares serviles a Batista eran parte de una casta única que se supervisaba mutuamente. El régimen castrense pretendía ganar las elecciones y presentarse ante Washington como la única alternativa posible para sus intereses en Cuba. Los Estados Unidos estaban esperando por los resultados de las elecciones como el único medio legal efectivo para solucionar la crisis cubana, la dictadura aguardaba para presentarse victoriosa ante el imperio y de esa manera negociar la compra de nuevos cargamentos de armas.
No por gusto en vísperas de las elecciones el Secretario de Estado norteamericano, John Foster Dulles, fue invitado a una cena por la embajada cubana en Washington. En esferas diplomáticas se interpretó este hecho como una reafirmación de la posición norteamericana de mantener vinculaciones con el gobierno establecido en Cuba, Dulles propuso un brindis por Emilio Núñez Portuondo y por Batista.[vi]
Sin descartar otras alternativas a su alcance, Estados Unidos no dejaba de considerar las posibles opciones que le podía ofrecer la dictadura una vez que se efectuasen las elecciones.
Pero si las cosas no marchaban bien en el plano técnico electoral, en el plano político las incongruencias y paradojas se manifestaban de la forma más grotesca y cínica. En ese sentido, los candidatos gubernamentales marchaban a la vanguardia. Para Guás Inclán era preferible no ofrecer garantías porque así no se violaba una especie de pacto secreto entre el régimen y los partidos electoralistas:
Cosa curiosísima ha resultado esto de la suspensión de las garantías, porque ello constituye la suprema garantía del electorado, porque aquí no hay que ofrecerle garantías a la oposición por parte del gobierno. Lo que ocurre es que oposición y gobierno, a la vez, están recibiendo el ataque de la insurrección que no quiere que haya elecciones. De manera que el restablecimiento de las garantías sería una suspensión de garantías a todos los cubanos que quieren el proceso comicial. [vii]
El candidato presidencial del gobierno, en su impotencia por contener la justa rebeldía de los sectores juveniles contra la dictadura, apelaba a los descalificativos más hirientes. Sus palabras encerraban un contrasentido evidente:
Hay que salvar a esa juventud cubana, piense como piense, porque son las víctimas de las pasiones desatadas. No pueden representar ningún ideal. Por el contrario, son enemigos de la Patria, del orden, de la ley, del derecho, de la libertad, de la vida y de los sentimientos cristianos (…) Son los padres, los maestros, los profesionales, los obreros, los industriales, las asociaciones cívicas, la prensa, las instituciones de todos los órdenes, la ciudadanía en pleno la que tiene que movilizarse inmediatamente para dar la batalla de la paz.[viii]
¿Con qué moral la dictadura, por boca de Rivero Agüero, iba a convocar a la ciudadanía, a la sociedad civil para contener los arrestos de una juventud que había rescatado la vergüenza nacional? ¿Acaso contaron con esa ciudadanía cuando dieron el golpe de estado? ¿Acaso respetaron a la sociedad civil cuando reprimieron las actividades de las Instituciones Cívicas? ¿A qué aspiraba la dictadura, a la paz de los sepulcros? No contentos con haber burlado en varias oportunidades la voluntad de diálogo de los partidos tradicionales, pretendían reeditar la fórmula mezquina propuesta en el Diálogo Cívico que convocó la SAR en 1956:
La tesis correcta y responsable es plantear la posibilidad de una Asamblea Constituyente, como vía para arribar a un acuerdo que traiga la paz. Pero esta posibilidad exige un requisito previo, que los que quieren llegar al poder por las armas las depongan. [ix]
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Leer también: «Las elecciones de 1958. Última farsa republicana (I)» y «Las elecciones de 1958. Última farsa republicana (II)».
[i] Diario de La Marina, 12 de octubre de 1958, p. 10-A, col. 1-2.
[ii] Diario de La Marina, 30 de octubre de 1958.p.10-A, col. 7-8.
[iii] Ibídem.
[iv] Diario de la Marina, 31 de octubre de 1958, p. 10-A, col. 1.
[v] Ibídem, p. 1, col. 6 y p. 6-B, col. 8.
[vi] Diario de La Marina, 1 de noviembre de 1958, p. 1, col. 6.
[vii] Ibídem, p. 10-A, col. 3.
[viii]Gente de la Semana, 2 de noviembre de 1958, p. 84.
[ix] Diario de la Marina, 2 de noviembre de 1958, p. 12-A, col. 5.
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