En La naturaleza del estío, de Luis Manuel Pérez Boitel —obra que primero premié como integrante del jurado del Premio Nicolás Guillén 2020 y después edité—, se vislumbra una continuidad en la composición del libro respecto a varias de sus obras anteriores y a nivel poético hay rupturas. No en el tema, donde hay variaciones, aunque se conservan una parte significativa de sus motivos: el padre, el país, la muerte. Estas rupturas se evidencian en algunos de los textos como «Conversación con Hördelin sobre los puntos», donde la transformación espacial, cinética y ontológica nos conduce por distintos estados espirituales del ser, mediante el dibujo matemático que sirve de apoyatura a este poema de indudable belleza, logros formales y rigor expresivo.
Lo insular, lo caribeño, la raíz ontológica que atraviesa como un núcleo toda su poesía y el diálogo con personajes históricos de la cultura toda y sus contemporáneos, se manifiesta mediante muchas fuentes que determinan esta poética: José Lezama Lima, Dereck Walcott, Ezra Pound, Aime Césaire, Saint-John Perse, Eliot, entre otros.
En la gran mayoría de sus libros alterna breves poemas en prosa con poemas en versículos de largo aliento discursivo. De hecho, esta es una de las características respecto a la concepción filosófica y dramatúrgica de sus volúmenes. Obras que poseen una fuerte trabazón espiritual y en donde se sitúan con eficacia y maestría textos que enuncian en un primer momento la voz o el personaje que asumirá el sujeto lírico (me refiero a piezas breves llenas de atmósferas e imágenes visuales, cinéticas, táctiles, olfativas) y poemas de profundidad conceptual que en muchos casos están constituidos por varias partes y que se pueden apreciar a todo lo largo del conjunto como si estuviéramos viendo una película donde hay progresiones, revelaciones y cambios de escenarios del sujeto lírico, y que, por supuesto, llegan a ser elementos cohesivos en el plano compositivo que atraen la atención del lector.
Otra característica hacia donde tiende su poética es la de ciertos rasgos de expresión neobarroca donde la línea fina y la espesa se funden en un lenguaje coloquial y geométrico, a la vez que con diálogos bien delineados con voces de la poesía tradicional latinoamericana y que incluye particularidades de la vanguardia ya incorporadas por las generaciones más contemporáneas. Boitel ha asimilado no los obstáculos en la construcción semántica del neobarroco sino la propagación dentro del texto, donde hay puntos de quiebre, la textura que se expande y vuelve sobre sí cuando utiliza la reiteración de un mismo término, la reduplicación y lo inesperado en el cierre. Pudiera pensarse que habita en un marco dado, pero su capacidad intelectiva y su noción del espacio y el ritmo se desplazan desde una aparente lógica discursiva hacia la creación de una segunda naturaleza de la imagen, donde el dolor, la pérdida física de su padre, la soledad, son los protagonistas de muchos de sus poemas que no son líquidos ni sólidos, sino cámara de resonancias que llegan a emocionarnos, trasponiéndolo todo, porque cada significado es a la vez otro significado, explorando el lenguaje y la expresión del sujeto lírico, expandiéndose.
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