Mis vínculos con La Gaceta de Cuba se remiten a casi veinte años atrás. Debo decir que cuando fue circulada la convocatoria para escribir por su 55 aniversario, fui una de las primeras en recibirla, pero no entendía el cometido de las preguntas: «¿Qué número llamó más tu atención o te fue más útil?» Dije que no participaría. Pero es que entiendo mi lazo de otra manera.
Cuando era aún una joven escritora e investigadora en el Centro de Estudios Martianos, sitio en el que trabajo hace 27 años, se me propuso, en mi condición de «bisoña», escribir una reseña sobre trece revistas literarias que habían dedicado números al centenario del natalicio de José Martí. Quien lo encargaba era un viejo investigador que le encantaba poner zancadillas y obstáculos insuperables a los jóvenes, pero yo escribí con tino y elegancia mi reseña, que fue publicada en el Anuario del Centro de Estudios Martianos. Como respuesta a esta osadía vencida, el señor intelectual me hizo una encomienda aún más difícil: Cintio Vitier estaba enfermo y no podía hacer la reseña de la edición de Polvo de alas de mariposa, publicada en 1994 por Ediciones Artex, cuyo mérito consistía en que era la primera vez que veía la luz dicho libro de manera independiente. Me propuso escribirla yo. Dudé y temblé ante semejante reto, pero lo asumí.
Ese momento coincidió con la época en que La Gaceta de Cuba había abierto su sección de Crítica Literaria, la que se estrenaba en un formato más pequeño y manuable de la revista. Esa sección la dirigía Omar Valiño, contemporáneo nuestro. Con mucho temor la entregué, y mi alegría fue inmensa cuando la vi publicada.
Así comencé a colaborar con esta revista, sobre todo, para su sección de Crítica, en la medida que iba perfeccionando mi estilo al escribir reseñas, de las que siempre he dicho que son como ensayos en miniatura que deben de tener la misma intensidad y novedad que aquellos. Mis amigos escritores también comenzaron a escribirlas, y a darse a conocer en este prestigioso magazine a donde las enviábamos cada vez que se publicaba un poemario de puntería.
Muchos de ellos ya no hacen reseñas, y están más concentrados en la escritura de su poesía. Pero yo sigo escribiéndolas, perfeccionando las maneras de ellas. Y las envío a La Gaceta cuando veo que me han quedado muy bien hechas, cuando sé que son otro hecho artístico que quiero compartir con la masa intelectual cubana. Siempre han sido bien recibidas, bien acogidas, es bueno decirlo.
Años después cuando gané prestigio y perdí el temor, envié mis ensayos, los que han tenido allí una fuente segura y singular para su difusión, pues en la investigación literaria se pasa mucho trabajo y tiempo para ver, coronada con la publicación, tu libro o tu ensayo. También he publicado poesía con más temor aún en el principio, hasta que gané el Premio de Poesía de esta revista, y todo fue más diáfano.
Este último hecho merece memoria y anécdota. Para decirlo con economía: estuve enviando a este concurso durante diez años ininterrumpidos, y algunas veces fui finalista que no se mencionaba en el acta del jurado, porque así me lo hicieron saber, y una vez fui mención, justo un año antes de ser el premio —única mujer hasta ahora y haciendo votos porque haya más. Y cuando se publicó el premio y la mención la gente decía: «Tú pareces el premio, y el premio la mención». Así las cosas… Al otro año de obtener el lauro, lo ganó Rito Ramón Aroche, mi compañero, que también llevaba largos años enviando, y cuando lo supe me eché a llorar, lo que no hice cuando lo obtuve yo, y al siguiente lo obtuvo Antonio Armenteros, hermano de nuestro grupo El Palenque. Además, cinco o seis años antes lo había obtenido Ismael González Castañer, otro importante poeta de nuestro grupo. Las bromas fueron tantas con este suceso que ya los poetas decían: «no vamos a mandar al Concurso el año próximo porque seguro que ahora premian a tu hija».
Todas estas alegrías y lances de maduración nos ha regalado La Gaceta de Cuba, coetánea, cubana e intelectual como pocas, y por tanto fiel a su nombre. Promotora del talento —más allá de dimes y diretes gastados de nuestros cenáculos literarios y rancios círculos académicos—, del arte, que es lo que embellece y define el sentido de nuestras vidas.
Visitas: 27
Deja un comentario