Muy temprano en la mañana del día 13 de junio de 2018 y mientras dormía, sonó el teléfono. Esa llamada es una mala noticia, pensé, nadie llama a esta hora para asuntos normales. Y por desgracia no me equivoqué, la voz de mi amiga Lucía Sardiñas me informaba que Miguel Mejides había muerto.
Mejides y yo nos conocimos hace mucho tiempo, y desde entonces fuimos muy amigos. Los incipientes escritores de entonces estábamos organizados en los Talleres Literarios, que jugaron un papel determinante en nuestra formación, establecidos encuentros periódicos entre provincias, y nosotros, los de Las Villas, debíamos encontrarnos con los talleristas de Camagüey. En uno de esos encuentros, en 1974, conozco a un joven, que andaba con uniforme militar, evidentemente del servicio militar, que junto a otro escritor camagüeyano, Enrique Cirules, escribía sobre temas del mar -también mi temática en esta etapa de mi creación- y ello nos unió. Recuerdo que después del encuentro nos sentamos en un parque a discutir qué, cómo y por qué hacíamos ese tipo de literatura, y a partir de ahí surgió una amistad que solo la muerte, esa misteriosa transparencia que significa el fin de la vida, pudo romper.
Mejides nació en 1950 en Nuevitas, Camagüey, donde cursó la enseñanza primaria y secundaria y posteriormente en 1966 se trasladó a La Habana, a estudiar el preuniversitario. Luego regresó a Nuevitas y matriculó para graduarse de Profesor de Historia en la Universidad de Camagüey, y tras ingresar en el Servicio Militar se trasladó al curso para trabajadores. Fue durante tres años profesor de Historia de la Escuela Militar Camilo Cienfuegos. En 1974, mientras se desempeñaba como profesor en la Facultad Obrero Campesina Jesús Menéndez, culminó sus estudios universitarios e ingresó al Taller Literario de Nuevitas. Entre los años 1997 y 1985 fue asesor literario en el Sectorial de Cultura de Nuevitas. Desde 1978 ingresó como miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de cuyo Consejo Nacional formó parte a partir de 1988. En 1985 retornó a La Habana y trabajó en la dirección de la programación dramática de la televisión hasta que en 1988 pasó a ser vicepresidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC.
Entre sus novelas se pueden citar: La habitación terrestre, 1982 y Perversiones en el Prado, 2002. Publicó los siguientes volúmenes de cuentos: Tiempo de hombres, 1978; El jardín de las flores silvestres, 1982; Mi prima Amada, 1988 y Rumba Palace, 1996.
Su obra fue traducida a diferentes idiomas como el inglés, alemán, ruso, checo y portugués. Recibió el Premio de Cuento en el concurso David de 1977, con Tiempo de hombres, y el de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en 1981 con El jardín de las flores silvestres. Obtuvo el Premio Italo Calvino 2006 con La saga del tigre, el Premio Radio Francia Internacional en Cuento,1994, y el Iberoamericano de Cuento en 2009.
Hace ya muchos años, se publicó en La Gaceta de Cuba una larga entrevista que tuve el placer de hacerle sobre su obra, su vida, sus sueños, la muerte y varios asuntos más de interés mutuo. De aquella entrevista tomo una pregunta con su respuesta para ofrecérselas:
Se dice que todo lo que el hombre hace en la vida es para conjurar la muerte y tú definitivamente tienes una ligazón intensa con la muerte, con los muertos, llegas a ser obsesivo en ese aspecto. ¿Es la intención de trascender la muerte lo que te mueve? ¿Es la búsqueda de la inmortalidad en tus obras? ¿Qué piensas?
Nunca seré inmortal por mis obras, conozco demasiado mis limitaciones, lo que me cuesta componer un frágil párrafo. Eso me libra en cierta medida de la vanidad, de esa necesidad de trascender que ha liquidado a no pocos escritores. Por otra parte, soy Tigre en el horóscopo chino, demasiada carga, pero dulcifico mi alma, y al escribir pienso que mis muertos están junto a mí, que me rondan, y todos, hechos ríos y caudales, lluvias y arremolinados vientos, hacen que por arte de la nigromancia intente revivir literariamente a la prima asesinada en Detroit por la brutalidad de las drogas; al primo fusilado por las leyes de los hombres, que en las noches me muestra el tiro de gracia en su frente; o el otro primo, o mi propio padre, que murieron al agotarse la capacidad de sus corazones para la vida. Porque las personas no mueren, quedan sublimadas en imágenes errantes por la tierra, parafraseo a Guimaraes Rosa. Ese es mi compromiso con la muerte.
Y como se debe cumplir su compromiso con la muerte, muchos creadores nos hemos convencido de que “las personas no mueren, quedan sublimadas en imágenes errantes por la tierra”. Y así quedará, para siempre, el recuerdo de este amigo sincero que también nos deja una obra importante, una obra que el tiempo se encargará de mantener viva para los lectores.
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