Por los pasos que se han dado este 10 de octubre para el otorgamiento del Nobel me he enterado de algunas interioridades curiosas que me apresuro a trasladar a mis compatriotas cubanos. La Academia Sueca no solía anunciar previa y oficialmente los candidatos ni los nominados a su galardón. El ganador se daba a conocer el día de la entrega. La identidad de la totalidad de concursantes había permanecido oculta en una base de datos durante más de medio siglo; en lo adelante será pública. La institución ha querido en esta ocasión reconocer una imaginación narrativa que representa con pasión enciclopédica, el cruce de fronteras como una forma de vida ya que la autora laureada construye sus novelas sobre la tensión entre opuestos culturales: naturaleza frente a cultura, razón frente a locura, hombre frente a mujer, hogar frente a alienación. En la edición 2018 donde figuraba Olga, las favoritas eran 5 mujeres: las canadienses Anne Carson y Margaret Atwood, la franco/caribeña Maryse Condé, la rusa Ludmila Ulitskaya y nuestra polaca. Olga Tokarczuk es Licenciada en Psicología y debutó con su primer libro en los años 90. A sus 57 años ya tiene en su haber ocho novelas y tres colecciones de relatos; ha sido traducida a una treintena de idiomas y merecido —aparte del Nobel— los más prestigiosos premios y reconocimientos internacionales.
2018 fue a no dudarlo un gran año para la escritora. Ganó el Premio Jan Michalski de Literatura dotado de 50 000 francos suizos, con su novela Księgi Jakubowe, traducida al francés por Maryla Laurent con el título Les livres de Jakób (Los libros de Jacob). Sobre los huesos de los muertos (2009) fue llevada a la gran pantalla en 2017 con el título de Spoor por la realizadora Agnieszka Holland, obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Berlín de 2017. Cuando ganó el premio Man Booker Internacional 2018 con su multipremiada novela Bieguni (Flights en inglés y Vuelos en español), se trataba de una obra publicada originalmente en 2007 que ya había recibido los premios Bruecke, y Nike, este último el más alto lauro literario otorgado en Varsovia, que sin embargo, tardó una década en ser distinguida y editada en Reino Unido, pese a ser en opinión de su autora un libro constelación, de muchos pequeños fragmentos que el lector tiene que recopilar. Construida sobre dos líneas argumentales, los viajes y la anatomía humana, en él la autora experimenta con un nuevo realismo narrativo porque considera que se vive en un mundo fragmentado, en el que saltamos de una realidad a otra. En definitiva el premio le fue entregado en el museo Victoria & Albert de Londres.
Otra información para anotar; la Fundación Man Booker tiene como norma dividir la cuantía de los premios a parte iguales entre el autor y el traductor. Con esa propia obra fue finalista del National Book Award 2018 de Estados Unidos en la categoría de los mejores libros traducidos del año. Jennifer Croft ha sido la encargada de llevar magníficamente Flights del polaco al inglés con la calidad íntima y dispersa de un diario personal puesto que su magia está ligada a su singularidad. Es un viaje inesperado y divertido al lugar más difícil de alcanzar: la condición humana
Para nuestra satisfacción la obra Vuelos será asimismo próximamente volcada al español, ya que hasta el presente el acceso de los lectores hispanohablantes a la obra de Olga ha sido no obstante limitado. Sus ediciones han estado a cargo originalmente de Lumen y después de Siruela. Próximamente, también Anagrama publicará Los Errantes. Por cortesía de dicha editorial, ofrecemos para terminar, fragmentos de la traducción al español de dicha obra que ha estado a cargo de Agatha Orzeszek:
Aquí estoy. Tengo pocos años. Estoy sentada en el alféizar, a mi alrededor hay juguetes esparcidos por el suelo, torres de cubos derrumbadas, muñecas de ojos saltones. La casa está a oscuras, en las estancias el aire, poco a poco, se enfría, se debilita. No hay nadie; se han marchado, han desaparecido, cada vez más tenues se pueden oír todavía sus voces, su arrastrar de pies, el eco de sus pasos y alguna risa lejana. Al otro lado de la ventana el patio aparece desierto. La oscuridad se desliza suavemente desde el cielo. Se posa sobre todas las cosas como un negro rocío. Lo más molesto es la quietud: espesa, visible; el frío crepúsculo y la luz mortecina de las lámparas de vapor de sodio que se sumerge en la penumbra apenas a un metro de su fuente (…) No ocurre nada, el avance de la oscuridad se detiene ante la puerta de casa, el vocerío del eclipse se desvanece. Se forma una espesa tela, como la de la leche al enfriarse. Los contornos de las casas, con el cielo como telón de fondo, se alargan hasta el infinito, perdiendo sus ángulos agudos, bordes y aristas. La luz que se apaga se lleva el aire: no hay nada que respirar. La oscuridad penetra en la piel. Los sonidos se han enroscado y han echado para atrás sus ojos de caracol; la orquesta del mundo se ha ido alejando hasta desaparecer en el parque. Esta tarde es un confín del mundo, lo he tocado por casualidad, mientras jugaba, sin querer. Lo he descubierto porque me han dejado un rato sola en casa, sin vigilar. Sin duda he caído en una trampa. Tengo pocos años, estoy sentada en el alféizar mirando el frío patio. Han apagado las luces de la cocina del colegio, todo el mundo se ha marchado. Las losas de cemento del patio han empapado la oscuridad y desaparecido. Puertas cerradas, celosías y persianas bajadas. Me gustaría salir, pero no tengo adónde ir. Solo mi presencia adopta contornos nítidos que tiemblan, ondean, y eso duele. Enseguida descubro la verdad: ya no hay nada que hacer, existo, aquí estoy…
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