Una de mis tías fue vecina por muchos años de una señora muy humilde llamada Virtudes, quizás una de sus posesiones más valiosas (no por su valor material, sino por lo que para ella representaba) era una estampa firmada por «El Caballero de París».
La mostraba con mucho orgullo, a pesar de que estaba desgastada y casi no podían distinguirse las letras, «me la firmó cuando era una niña», decía Virtudes.
Su historia es muy parecida a la que cuentan los libros, artículos y personas de la época que conocieron a José María López Lledín, y aunque fue español de nacimiento, es hoy una de las figuras más emblemáticas de La Habana.
Llegó a la capital con 15 años, y cuentan que enloqueció tras ser encarcelado por un crimen que no cometió, momento a partir del cual pasó a ser «El Caballero».
Quienes pudieron conocerlo, o al menos verlo por los lugares que frecuentaba –Paseo del Prado, Avenida del Puerto, Iglesia de Paula, Parque Central, la esquina de 23 y 12– recuerdan que era un hombre gentil, que saludaba a su paso y que solo aceptaba dinero de personas conocidas, a las cuales les daba a cambio algún obsequio.
Sus últimos años los pasó en Mazorra, a las afueras de la ciudad, la decisión fue tomada como un acto de caridad, debido a lo deteriorado de su estado de salud físico, allí falleció el 11 de julio de 1985.
Es precisamente uno de los doctores que lo atendió en la institución, Luis Calzadilla, el autor de Yo soy el Caballero de París, libro que permite adentrarnos en la vida de López Lledín. El volumen incluye referencias bibliográficas y testimonios de personas que lo conocieron.
De acuerdo con una reseña del periodista Jesús Dueñas Becerra:
En Yo soy… (…) se funden en cálido abrazo ciencia y poesía, realidad y ficción, historia y leyenda, para ofrecerle al lector una visión panorámica de las aventuras y desventuras del paciente más célebre que el Dr. Calzadilla ha tenido en el exitoso ejercicio de la profesión hipocrática¹.
Los homenajes al «Caballero» no han sido pocos, justo a la entrada del convento de San Francisco de Asís, donde descansan sus restos gracias a la labor de Eusebio Leal, los caminantes pueden ver una estatua suya. Hecha en cobre, la obra es de la autoría de José Villa Soberón, y refleja de manera fiel cómo lucía el personaje: pelo y barba largas, con un traje, y cargando muchos papeles y una bolsa con sus pertenencias. Algunas de las partes de la estatua han perdido su color original, pues dicen que tocarla trae buena suerte.
Canciones, caricaturas y hasta un musical continúan inmortalizando al que por siempre será nuestro habanero «Caballero de París».
Notas:
- Reseña publicada por Jesús Dueñas Becerra en el portal de Cubaliteraria
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