En la serie de lecturas de los hermosos libros antiguos, nos enfrentamos de nuevo con el Sumer, con la literatura sumeria escrita sobre tablillas, primer registro escrito de la humanidad. Ellos dejaron obras de todo tipo, sobre todo sagas, leyendas sobre dioses, himnos de loor o funerarios, toda una gala de la vida de la antigua Mesopotamia, desde la lejana ciudad de Tuttul a orillas de Éufrates hasta la mucho más al sur Eridu, cercana a la famosa Ur. Dentro del óvalo entre el Tigris y el Éufrates tuvieron esplendor las ciudades de Uruk, Nippur, Akkada, Uruk, Kish y Babilonia, entre muchas otras. En todas ella fluyó una vida rica y cambiante, que dejó testimonios orales y escritos en abundancia.
El dios supremo se llamó An, poderoso señor de los espacios estelares, del cielo, desde donde dominaba la vida. Numerosos himnos de loor, ofrenda y solicitud se conservan como parte del fervor religioso de ese pueblo. Existe una mitopoética sumeria riquísima, con sagas sobre sus héroes, en las que intervienen los dioses, pero los himnos son un tipo de creación poética aparte, quizás antecedentes de los Salmos bíblicos, e incluyen lamentaciones, conjuros, presagios, loores, ruegos, que crecieron junto a obras de otro tipo, sapienciales, llenas de la vida cotidiana de ese primer imperio humano reconocido.
Como los sumerios tenían numerosos dioses (incluso más de mil), junto a ángeles y demonios, los himnos son también muy variados y dedicados a las deidades principales, como Enlil, señor del viento y la tempestad; Ki o Urash, señora de la tierra; Enki, del agua, y una diosa que dejaría larga huella en la historia de la humanidad: Innana, señora del cielo, que parece haber estado referida al planeta Venus. Crearon un panteón principal de siete divinidades (además con Nanna y Utu, deidades infernales, símbolos de la luna y el sol), y a ellos se refieren los himnos, que hacen muchas referencias al me, suerte de “destino”, regla o norma vital, que regía toda la existencia. Hay que conocer estos asuntos mínimos para adentrarnos con placer en los himnos, de lo contrario, la lectura no tiene el efecto mágico que originalmente alcanzaron.
El profesor y erudito Federico Álvarez Peinado, sumeriólogo y uno de los mejores estudiosos españoles de los arcano del Sumer, ha explicado: “Los himnos sumerios, cuyo concepto etimológico coindice en casi su totalidad con el ímnos griego, tenía por finalidad básica cantar la gloria de la divinidad a la cual estaban destinados y en los que se enumeraban sus títulos, calificativos elogiosos, así como los altos hechos y beneficios que habían dispensado”. (Himnos sumerios, Tecnos, Madrid, 1988, pág. XXXVIII.)
Para mejor comprenderlos, los subdivide en diferentes clases, 1) Adab o himnos directamente dedicados a los dioses; 2) Tigi, canto con instrumentos musicales a dioses y soberanos; 3) Shirgidda, cantos sencillos de la cotidianidad; 4) Shirnamursanga o canto heroico, extenso; 5) Shirnamshubba, o himno a la suerte, al destino; 6) Balbale, cantos a dioses y monarcas, al amor y a la festividad del año nuevo; 7) Ershemma o lamentación; 8) Ershahunga o canto para clamar el corazón, muy lírico y personal; 9) Shirsud, suerte de coda o resumen al final de himnos largos; 10) Kishubgu, letanías o rezos.
Al enfrentarnos a la lectura directa de los himnos sumerios, podríamos alejarnos de la finalidad de canto, o adaptarlo a nuestros credos y maneras de ver la vida. Es lógico que la transtemporalidad no nos permita una lectura fiel al origen hímnico, no somos sumerios y estamos a más de cinco mil años de distancia de sus conceptos vitales y credos. De modo que la lectura de los himnos implica el mundo de referencias que conocemos, la historia posterior, los hallazgos de cómo ellos influyeron sobre otros libros posteriores, pero también un goce per se, un deseo de leer sin otro objetivo que el deleite de la lectura. De este modo, los himnos cobran un valor vivencial significativo.
Sobre la selección y traducción del señor Lara Peinado, entró a nuestro idioma un conjunto refinado entre millares de textos posibles, el primero de ellos el “Himno a An”, en cuyo loor al dios supremo se dan citas los dioses: “Enlil te dio fielmente, te consolidó su fundamento, / Zu-en [Nanna] te colocó la corona firmemente, que la lleves para siempre! / Enki te revistió de las “fuerzas divinas” del principado, / Innana te acompaña en su vestido de princesa…”. Uno de los bellos y largos cantos a Enlil lo señala como fundamento de la vida, celebra sus culto en las ciudades que no pueden existir sin él: “Cuando desde su aterrador promontorio, él decreta los destinos, / ningún dios se atreve a mirarle”, y se le celebra con Ninlil, la Santa Esposa, porque para los sumerios es divina y motivo de loor la unión de lo masculino con lo femenino, relación hierogámica que sustenta la vida.
Los himnos a Innana poseen doble loor, a ella y a la fecundidad, a su valor procreativo, a veces el cantor solo quiere saludarla: “A la grandeza de la hieródula del cielo, / a Innana por medio de cánticos yo quiero dirigirme”, y llena de gloria a la Señora del cielo, la virgen Venus que entre ellos se llama Innana, sublime y propiciadora de la abundancia, a la que se consagran festividades y cuida el amor de las parejas, ante ella se inclinan las “tierras extranjeras”, pues es una “diosa dadora de vida”. Su amor con Dumuzi tiene varias sagas y loas de todo tipo.
Hay que advertir el fuerte sentido de saberse pobladores de ciudades, así como la constante alusión a labores agrestes y a los animales de corral; la fuerza de la vida en torno aparece divinizada en los cantos por medio de sus dioses, a los que los sumerios ofrecen loor para la continuidad de la vida próspera y segura. Incluso los himnos dedicados a los reyes poseen constantes alusiones a los dioses, bajo cuya protección y bajo cuya inspiración están los soberanos. Así se ve en el “Himno a Urnammu”: “¡Ciudad de los buenos destinos, noble trono de la realeza, / casa de Ur, príncipe de Sumer, construida en su lugar puro […] Enlil en muy buen día me llamó a través del oráculo. / Él habló rectamente a Sumer…”. Y el propio rey se ofrece homenaje: !¡Soy el gran hermano de Gilgamesh!”, y es el momento en que aparece en el himno el héroe mítico, el centro de una de las epopeyas más hermosas escritas por los seres humanos.
La belleza de los himnos sumerios sirve también como lectura de referencia del Libro de los Muertos, de la Biblia, del Corán, y su relación con otros muchos libros tenidos como sagrados. Pero también pueden leerse como rara lectura de placer.
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