El tipo de lectura que propongo sirve también para adentrarnos de manera gozosa en libros que revisten un trasfondo elevado y antiguo, cuya comprensión requeriría erudición, explicaciones, notas. Yo apelo a una lectura sobre el texto como si se tratase de un poema, pues el alto contenido poético de libros de la naturaleza del Bhagavad Gita, posee valor lírico, otras épico y por momentos dramático. Poesía en fin, que podemos leer como si nos enfrentásemos a un poema de significados “oscuros”, pero de grata asimilación.
Incluso sugiero que no hay que saber demasiado de la cultura hindú, de la canción divina que entraña este libro, y advertir al texto sagrado como una compilación de poemas que nos ofrecen sugerencias inauditas, usando esta palabra en su sentido de sorprendente o insólita, una lectura que gustaban hacer los surrealistas. Saquemos el texto de su valor de “reliquia literaria”, y hagamos de él la lectura viva de la poesía, desde nuestro hoy desprejuiciado.
Claro que no está mal que, si lo deseamos, nos enteremos un poco de qué trata la obra en cuestión, pero incluso podemos adentrarnos en su lectura sin otro sentido del conocimiento que la experiencia directa ante el texto elegido. Por ejemplo, sería bueno saber antes de iniciar la lectura del Bhagavad Gita que se es un texto poemático en el que se explican conceptos filosóficos acerca de las verdades básicas del pensamiento y la ideología religiosa hindú, pero que en su conjunto es un tesoro acerca de la llamada “inmortalidad del alma”, relacionado el conjunto con el Majbharata, y que data de al menos tres siglos antes de nuestra era.
Como buen libro sagrado, está lleno de misterio, frases oscuras abiertas a diversidad de interpretaciones, con cierta dosis de anfibología, y sobre todo belleza expresiva, pues es un libro espiritual, que apela a esa dimensión humana. Comienza presentando a los héroes y dioses, se siente un ruido apocalíptico en sus páginas iniciales, Arjuna habla con Krishna y de manera concisa explica el orden de la batalla, pues se muestra un movimiento épico. Como en la Ilíada, hay adjetivos y epítetos que adornan a los héroes, y también a los instrumentos musicales que se sienten en el trasfondo de la lectura:
…el matador de Madhu y el hijo de Pandu hicieron sonar sus divinas trompetas: Hrixikeza tocó la llamada Panchajanya, y el despreciador de la riqueza, la denominada Don de los dioses; el de actos terribles y entrañas de lobo tocó la gran trompeta Paundra; el rey Indhishthita, hijo de Kunti, la Victoria sin fin: Nakula y Sahadeva tocaron el primero la De dulce sonido y el segundo La adornada de joyas.
Los epítetos de esta cita se refieren a Arjuna y a Krishna, pero se ha de ver la delicadeza de nombrar los instrumentos, casi humanizados también mediante diferentes epítetos. Las armas han de tener nombre, las espadas aparecen como las medievales europeas, con nombres asignados, y en medio de la conjunción repetida del verbo matar, se nos habla de la vida y de la muerte, del infierno, de la “confusión de las castas”, para, en los capítulos siguientes, exponer una filosofía binaria de cuerpo-espíritu: “Estos cuerpos finitos se dice que pertenecen al eterno, indestructible e inconmensurable espíritu”.
El karma, o el samsara, se manifiestan como principios eviternos: “de todo ser que nace, hay muerte cierta, y de todo el que muere nacimiento cierto”, cuyo trasfondo es la filosofía de la reencarnación o de la transmigración. Luego, el libro se desdobla poco a poco en recomendaciones para bien vivir, cómo desplazarnos sobre la Tierra con el menor sufrimiento posible, sin las resistencias que hacemos a diario. Pero: “la acción es mejor que la inacción, pues sin la acción ni siquiera podrás lograr el sostenimiento de tu cuerpo”. O sea, no se trata de una filosofía de la pasividad, pues no se puede alcanzar la “perfección” absteniéndose de obrar. Lo que hay de lírico en el libro, crece en sus máximas, recomendaciones, arte de vivir en el mundo, maneras de actuar, sentido de la paz interior que se extraviarte en la paz externa, el ser debe dominar sus emociones y sus sentidos, no debe ser arrastrado por las pasiones.
Krishna, un avatar del dios Visnu o incluso se considera como principio de emanación de los dioses, posee un poderío intenso y puede definirse de esta manera tan altamente poética:
Yo soy el origen y el fin de todo el universo. Superior a mí no existe cosa alguna, ¡oh despreciados de la riqueza! En mí está suspendido todo el universo como una ringlera de perlas en un hilo. Soy el sabor de las aguas, el principio luminoso en el sol y la luna, la sílaba mística ¡Om! En todos los vedas, el sonido en la atmósfera, el germen viril en los hombres, el olor puro en la tierra, el brillo en la llama, la vida en todos los seres y el fervor en los penitentes.
El misterio de los cultos esotéricos occidentales se ha alimentado por siglos de estas enseñanzas y de este alto sentido poético hallable en los Vedas, en el Majbharata, y en especial en el Bhagavad Gita, gran poema sobre la existencia, la ayuda al bien vivir, consejos y máximas llenas del arte de la palabra que manifiesta la poesía. Uno puede creer, no creer, leer con fe o solo como divertissement, pero de cualquier modo que leamos, nos asalta el puro sentido poético, la aprehensión estética del mundo al través de la cual se filtra un pensamiento complejo, la filosofía vital de un credo milenario.
Cuerpo y espíritu son protagonistas del entramado poético. El Ser Supremo existe en los seres vivos como si estuviera dividido en ellos, es el principio vital, y rige de maneras diversas sobre los sentidos humanos, a los que pide depurar, manejar con cuidado, renunciar a las pasiones (odio, deseo, placer, dolor…) para lograr una vida mucho más armónica.
Aunque hay finalidades específicas, el lector puede sentir la extraña poesía consejera, y el trasfondo cultual, que ofrece máximas como: “De la bondad nace la ciencia; de la maldad, la codicia; la soberbia de la indiferencia, la fatuidad y la ignorancia”. De modo que se trata de una filosofía vitalista, de un estar aquí en el mundo y purificar el ser en él. Hay una mirada profunda hacia la trascendencia, pero también busca una perfección en el aquí y ahora hacia el más allá y el después, con un sentido divino del tiempo y del espacio y de la vida misma.
Leer el Bhagavad Gita trae mucho más. Cuando madame Blavasky se refería en sus libros al Om, Tat, Sat, nos aclara el Bhagavad Gita que se trata de una triple designación del Ser Supremo. Las filosofías espiritualistas europeas han bebido profundamente en estas enseñanzas, y desde ellas se ha acopiado una enorme fiesta de poesía desde Baudelaire a Rimbaud, de Nerval a Rilke o a Pessoa… Apenas si se puede comprender la gran poesía de los siglos XIX y primera mitad del XX sin conocer esta otra manera de hacer poesía desde la aprehensión religiosa del mundo.
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