Con una introducción y la traducción del original geroglífico egipcio, el mexicano Francisco J. Escalante ofrece la gracia de Amenofis IV cantando a su dios supremo Atón, el Sol, escrito por él, o quién sabe si por algún poeta a su servicio. Es un texto de hermoso lirismo, que merece ser leído como lectura de placer, no con la erudita cantidad de datos reunidos por la exégesis ya de larga data, que inevitablemente resultan explicativos para su comprensión mejor.
Recordemos que Akenatón fue el décimo faraón de la XVIII dinastía, quien se mudó a Tell-el-Amarna, entre Tebas y Menphis, al centro de Egipto, en el siglo IV a. n. e. y que fue un gobernante “revolucionario”, que sustituyó a Amón como dios supremo entre dioses, por Atón como deidad única, con lo que por primera vez en la evolución humana nos encontramos con una religión monoteísta. El esposo de la famosa Nefertitis quiso unificar de mejor manera su reino, aumentar su autoridad, y disminuir la de los sacerdotes de Amon-Ra, quienes, por supuesto, pasaron a una feroz oposición, lo consideraron un hereje, hasta que retomaron el poder bajo Tutankamón y destruyeron el culto al Sol como Atón.
La preciosa edición de la Pontificia Universidad Católica del Perú del Himno al Sol viene acompañada de ilustraciones muy bien impresas, y del texto íntegro en egipcio antiguo y en la traducción de Escalante. Ya de por sí fue un hecho histórico de muy larga trascendencia, que entre los egipcios apareciese el culto monoteísta, que habría de triunfar siglos después entre los judíos, cristianos y musulmanes, hasta nuestros días. Por ello solo, el Himno al Sol posee un halo histórico y de fe de alto relieve, pero mi propuesta es una lectura “desinteresada”, de pasión poética, de tan antigua obra lírica, sobre la cual el traductor nos dice que es: “verdadero ejemplo de poesía lírica, en que campea lo mismo una elevada inspiración que metáforas infantiles”. Akenatón no empleó un lenguaje demasiado exquisito ni distante del pueblo, por eso hay palabras corrientes junto al elevado tono hímnico. El geroglífico tiene algunas pequeñas partes mutiladas, pero el conjunto regala su hermosa manera de adoración solar y una lectura gratísima. Aunque breve él mismo, posee cuatro partes: “Las bellezas del astro”, “La noche”, “El día” y la más largo y conclusiva “El sol, dios creador”. La primera es bellísima, e incluso cuando hay puntos suspensivos para indicar que falta algo, hasta parece que el misterio quiso incluirse en la celebración:
Tú que brillas lleno de hermosura sobre el horizonte celeste,
disco viviente cuya misión es dar la vida.
Cuando derramas tu luz en el horizonte oriental,
llenas la tierra toda con tus bondades.
Y cuando, radiante de belleza y majestad, te has elevado sobre la Tierra toda,
tus resplandores circundan el universo entero.
…tú lo has domesticado con amor
y cuando tus rayos se han alejado de la faz de la tierra…
En la noche, el silencio aprieta el descanso y la vida y la muerte entran en un concierto que debe de haber asombrado a los egipcios, mientras que en el día todo bulle al huir las tinieblas: “Egipto está de fiesta. / Por ti se han levantado, y lavado sus miembros”, y hasta las aves “con sus alas entonan alabanzas a tu ser”.
La apoteosis llega en “El Sol, dios creador”, al que se le atribuyen los “gérmenes de vida en las mujeres”, hace brotar al infante ya con un seno materno ofrecido, y que nazca el tierno polluelo rompiendo el cascarón de su huevo: “y salga piando como un ser perfecto / capaz de deambular sobre sus pies”. Abraza, dice el poema, las tierras de Palestina, Etiopía “y el país de Egipto”.
El canto puede ser dicho en loor de cualquier Dios único y poderoso a lo largo de la historia humana posterior, porque hace “que sus lenguas se expresen por medio de palabras”, y es tan poderoso que: “Tú has creado el Nilo, que brota de las entrañas del mundo subterráneo; / lo guía tu amor / para que proporcione alimento a los hombres que tú has creado”.
El Nilo, cuyas fuentes sería por siglos un gran misterio, se lleva de paso un loor especial: “¡Oh Nilo, que has descendido desde la mansión celeste para fertilizar el país de Egipto!”, de modo que su descenso divino, como todo gran río adorado, es parecido al del Ganges, bajado desde el mundo superior, el de la divinidad.
Cuántas veces la bella Nefertitis habrá cantado o balbucido este Himno solar. Su nombre significa “Bondad de Atón, la belleza ha llegado”, por lo que su imagen de beldad femenina debe de haber sido reverenciada en su tiempo de mujer viva. Pudo ser la sucesora de Akenatón, no está demostrado, pero acompañó a su rey no solo en los grabados sino en el Poder y fue una gran reina, que dio a luz seis hijas, aunque desapareció misteriosamente durante el reinado de su esposo. ¿Cuánta intriga de la corte real habría entonces, sobre todo entre los desplazados sacerdotes de Amón-Ra? Su desaparición aún crea grandes controversias, incluso sobre sus restos mortales. Pero la bella Nefertitis debe de haberse sentido plena con este “Himno” entre sus labios. ¿Quién puede negarlo, o demostrarlo?
En torno a este Himno al Sol hay leyendas, tragedias en la familia real, extraordinariamente rica, pero su nuevo rey debe de haber concitado las iras por sus enormes reformas del Estado y la asunción en importancia suprema de una de las tantas divinidades que los egipcios adoraban con una fe inmensa, según Herodoto. Desentrañar estas costumbres religiosas da para tratados completos, y en efecto, así ha sido. Ahora, lector, solo es grato buscar y disfrutar de la lectura del Himno al Sol, de Akenatón o atribuido al Rey Hereje, el texto hermoso que Nefertitis debe haber pronunciado con placer.
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