En la serie de lecturas de los hermosos libros antiguos, sin embargo llenos de vida y de vuelo sobre el amor, se destaca el felizmente famoso Kamasutra, de Mallanaga Vatsyayana, el libro del amor erótico, al que hay que leer sin la malicia estúpida de la inclinación pornográfica, que no posee. Libro de instrucciones del hacer en el campo de Eros, resulta el poema de las señales de cómo dominar la variedad del acto erótico para la dicha de la pareja. Se nos habla de la conquista de la amada, o del amado, de los subterfugios para lograrlo, de la sensualidad del roce de los cuerpos, de la alegría de la consumación sexual. Es un bello poema sobre las relaciones sexuales, sin tapujos ni complejidades, sin otro fin que la plenitud del cuerpo, ardor de vida, fuego del ser en las lides corpóreas.
La belleza del encuentro de los cuerpos y su goce mutuo, ha sido, sin embargo, sumido en recelo, dolor, prohibiciones, mitos, mandamientos, fijación solo reproductiva, como si el amor corporal fuese algo contenible en el fuego fatuo de las prohibiciones. Como si no estuviésemos formados por nuestros cuerpos y espíritus o inteligencia, que requieren ambos deleite y plenitud. Por eso el Kamasutra es primero un libro de la libertad del ser. Debe leerse como la poesía de esa libertad. Necesidad primaria del hombre y la mujer, este libro vence incluso las propias prebendas impuestas en la sociedad en que se escribe. Es un tratado sobre el amor carnal, y no se destina a combatir el amor espiritual, sino a que el espíritu se sacie de los resortes de la carnalidad para su mejor plenitud.
Para esto, el Kamasutra es un libro instructivo, un cuerpo de sugerencias más que una obra normativa, aforismos sobre la sexualidad, que desean ayudar al hombre y a la mujer a hallar cúspides en el acto sexual, apoyar el placer, y con ello elevar al ser sobre su condición animal, para que se adueñe del goce de los sentidos a través de la sexualidad ejercida con amor. Claro que el lector habría de condicionar la obra a su tiempo y espacio naturales, leerla a veces como reliquia, y advertir que en ella se manifiestan costumbres y modos de vida diferentes a los suyos contemporáneos, pero aun esas partes no adaptables a su utilidad, dejan una grata sensación de lectura simpática. Concebida como obra útil, el Kamasutra tiene la doble lectura poética entres sus páginas.
Y no debe ser confundido con el muy posterior “Barco en el mar del amor”, que es el Ananga Ranga, manual sexual, obra de Kalyna del siglo XV o XVI, en el que se añaden imágenes de numerosas posiciones para ejercitar el acto sexual, menos poético por cierto que el Kamasutra, del siglo III después de Cristo. El Kamasutra no define solo posturas y modos de hacer el amor, sino que se refiere a una relación humana y hermosa, en que el erotismo ocupe la maravilla de goce del ser y no un medio de complejidad freudiana o de enfrentamiento doloroso al “pecado”, que ciertas praxis cristianas o de otros credos llenaron de aberraciones y de condenas.
Es natural para su cultura y época que describa o recomiende ejercicios sexuales que pueden parecernos “escandalosos”, era natural para ese tiempo hindú el tratamiento de la prostitución y del llamado “tercer sexo”, a cuyos practicantes recomienda que se comporten mejor como prostitutas. A estas les indica cómo ganar el dinero de sus clientes, y a los clientes les enuncia cómo lograr la satisfacción sexual con ellas o con ellos. Esos son los capítulos secundarios, los centrales buscan la conducta y satisfacción por igual del hombre y de la mujer, como modo de ejercer la completa personalidad, la manera kama de apropiarse de la vida. Toda una filosofía se mantiene detrás de estos conceptos, que se estudia desde los primeros capítulos o epígrafes del tratado del amor, según los méritos de la Ley Sagrada o dharma, lo Útil o artba y la sensualidad o kama.
Se nos explican las “sesenta y cuatro ciencias complementarias del Kamasutra, que forman sus ramas secundarias”, entre las que figuran: “los juegos de estrofas, pronunciar trabalenguas, recitar trozos de libros, conocer las obras teatrales y los cuentos, completar de memoria estrofas de poesía…”, pues el amante no ha de ser un bruto, sino que ha de saber de sutilezas que refinan el amor. Nos habla luego de la unión erótica, y este es ya el centro mismo del tratado, sobre abrazos, besos, arañar, dar golpecitos y morder para propiciar quejidos que eleven el calor del acto, cómo acostarse, cómo hacer el amor de pie, la fiabilidad de las uniones extraordinarias según las regiones donde se practiquen, porque el amor tiene su “cultura”, su entramado social, y no depende sólo del fuego de los amantes.
Nada queda desfigurado y nada es excluyente, el amor busca su satisfacción entre dos e incluso entre varios, pues el Kamasutra es un tratado múltiple, con un sentido propio de la moral, y una eticidad que se expresa en las formas de hacer el acto sexual pleno y libre de ataduras.
Por esto atiende a cómo conquistar a una doncella, o cómo la doncella puede conquistar al hombre elegido, cómo acercarse a una viuda o a una “mujer de otro”, cómo establecer las normas dentro del harén y las buenas maneras del trato con las prostitutas, cuyos oficios no encierran para ese tiempo pecado alguno, sino servicio social concreto de utilidad. Cada sección del Kamasutra posee un final versado que es una suerte de pequeña moraleja, o mejor sea dicho, de fijación de conceptos. Es la parte más poética y de sesgo íntimo del conjunto.
Todo en el libro se expresa con naturalidad, sin sobresalto, sin condena, sino cómo puede llegarse al amor erótico de las maneras más convenientes. No hay un enfoque lujurioso (depende de la actitud de quien lo lea). El Kamasutra refuerza una zona de la vida fundamental y necesaria, y se refiere a la sensualidad y su goce a través de los cinco sentidos. La (mala) fama que lo rodea se debe a la incomprensión occidental, sobre todo europea, del valor del libro para la cultura hindú, y también para el ser humano en todas sus dimensiones. Lectura hermosa, cargada de la pasión de los sentidos, sabe exponer que: “Una vez puesta en movimiento la rueda del placer / ya no vale ni libro ni orden fijo”, ante la libre espontaneidad del amor carnal.
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