En la serie de lecturas de los hermosos libros antiguos, sin embargo llenos de vida y actualidad, ocupa un lugar de privilegio el espléndido Ramayana, de Valmiki. Pudiera resumirse diciendo que se trata del recuento del amor entre el dios hindú Rama y Sita, dama que lo elige tras el ejercicio con el arco, que el azul Rama utiliza como nadie. Pero no se ha de pensar que leeremos un tratado de amor, una novela al modo de Dafnis o Cloe, o de un drama a lo Romeo y Julieta, pues hay mucho más en este impresionante poema épico, donde se distingue la lucha por el poder, la hermandad, la lealtad y la batalla por lo justo, por los ideales. ¿O es que estos asuntos son solo del pasado?
Quizás no sea difícil reducir la gran trama y la belleza del conjunto a una reseña: El heredero Rama fue desposeído de su derecho de primogenitura para suceder como rey a su padre, su hermano Bharata asume ese poder, pero Rama se va al bosque a vivir una vida de dichas con su amada Sita y su hermano Lakshmana, hasta que Sita resulta secuestrada por las fuerzas del mal. La batalla por la recuperación de Sita pareciera un lejano anticipo de la Ilíada. Pero hay más, la fulgente mitología hindú crece en la batalla, un ejército de monos acude a la pelea por la libertad de Sita, Rama logra aniquilar al raptor Rávana, y tras la épica liberación, Rama es aclamado como nuevo rey, incluso por su propio hermano Bharata. Pero debe rechazar a Sita, pues su pureza ha sido manchada por suposiciones injustas de infidelidad. Refugiada en los predios de Valmiki, da a luz gemelos, hijos de Rama, quienes aprenden el Ramayana y lo recitan luego delante de Rama. Él vuelve a rechazar a su esposa, y ella asume un suicido ritual. Finalmente, el propio divino Rama, muere.
Salvado en la tradición oral, el Ramayana va mucho más allá de su posible síntesis y se ha leído en español traducido en prosa desde los versos compositivos. La epopeya fulge por su constante presencia de la reflexión diversa, de modo que el hacer legendario redunda en el pensar, en ideas como la siguiente: “El hombre que desertando del deber no ve en la riqueza más que la riqueza y en el amor el placer, no es hombre de prudentes pensamientos”. El poema acoge elementos de la mitología, de la fe y de diversas creencias hindúes, pero en esencia hay en él la fuerza del desplazamiento humano por la vida, la búsqueda de explicación filosófica de las circunstancias, y el hecho de cantar y contar las circunstancias mismas.
El lector puede dejarse llevar por ese recuento y disfrutar del relato, pero sería excelente poder comprenderlo con la mayor plenitud posible, la que nos permita una lectura informada desde la lejana posteridad a lo acaecido en él. De este modo, el relato se nos ofrece como una sucesión de situaciones mágicas, nacimiento de una divinidad, el destierro y el amor, el rapto de la mujer amada y la batalla por redimirla, el rechazo debido a la convención social sobre la fidelidad, el nacimiento de los hijos y los avatares en torno al poder civil.
La humana duda detuvo a Rama ante su amada recuperada: “¿puede un hombre de corazón, nacido en casa noble, en cuya alma la duda ha hecho blanco, volver a tomar a su esposa, después que esta ha vivido ya bajo el techo de otro hombre?”. No es un asunto solo privado entre los amantes, sino una situación de interés social, Rama ha asumido el poder, y debe dar el ejemplo a sus súbditos, de modo que, desgarrado, debe rechazar a la esposa. Y la escena llega a su intensidad mayor cuando ella: “Después de haberse prosternado ante su esposo, con ánimo resuelto, penetró entre las llamas”. La decisiva escena atrae a los dioses, y Rama debe responder al rey de los Inmortales. Se define de alguna manera allí el poema todo, pues la batalla contra el secuestrador Rávana resulta en verdad un hecho trascedente, una batalla entre dioses, de modo que el propio Fuego respeta a Sita, la purifica, y Rama entra con ella al poder en la capital del reino, y entonces se ofrece la consumación de la leyenda:
Mientras Rama llevó las riendas del Imperio, se estuvo sin enfermedades, sin tristezas, la vida duraba cien años y cada padre tenía un millar de hijos. Los árboles, invulnerables a las estaciones y cubiertos incesantemente de flores, daban sin tregua sus frutos. El Dios del cielo derramaba la lluvia oportunamente y el viento soplaba siempre con aliento acariciador.
Este desenlace paradisíaco, de utopía consoladora, finaliza con una recomendación del autor: “Se verá libre de pecado el hombre que en este mundo pueda tener siempre el oído atento al relato de esta admirable y variada historia…”. Así, quien escribe se asegura lectores, ¿no seremos capaces de enfrentar tal reto? Leer la joya que es el Ramayana eleva el alma y nos hace sentir la gracia de los inmortales.
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