En los meses de vacaciones estivales, cuando el excesivo calor de las tardes no nos deja otra opción que descansar un rato bajo cualquier sombra y al fresco, no hay mejor alternativa para la familia o para nuestros adolescentes siempre ávidos de novedades, que acompañar el reposo con un buen libro. Una agradable elección es esta que propongo hoy: invito a permanecer junto a un texto que destaca por la sutil y animada —paradójicamente— estrategia de una joven autora para llevarnos de principio a fin, sin vacilar, hasta desear quedarnos, como expresa el título de su novela: A los pies del espantapájaros.
El personaje central de la historia estudia en la secundaria pero está de vacaciones, muy aburrida en su hogar, que realmente es la casa de su abuela y se encuentra cerca del mar. Se nombra Josefina y le dicen Jo, tal y como sucede con la protagonista de Mujercitas, un emblemático volumen de la escritora estadounidense del siglo XIX Louise May Alcott, que ha marcado generaciones y ha sido llevado al cine y al teatro. Como aquella, es la más vivaz, creativa y ocurrente de las hermanas, aunque esta Jo cubana apenas tiene una, mayor que ella, llamada Bonifacia, a quien nombran Boni para hacer más amable el vetusto nombre. Sin embargo, pronto se completa el cuarteto y aparecerán dos amigas cercanas y contemporáneas: una de ascendencia inglesa, su vecina Norah, y otra, una prima lejana, la rusa Alina, quienes jugarán roles relevantes en la trama. Al respecto, puede saberse (sin adelantar ninguna peripecia), que la autora mantendrá un paralelo entre los pares constituidos por Bonifacia y Norah, y Josefina y Alina, basado en lo que realmente son y lo que debe o ansía ser cada hermana. Ambas escriben sendos diarios, que contribuyen al avance de la diégesis, pues a través de la exposición de ciertos pasajes de estas publicaciones íntimas, se aclararán paulatinamente varias situaciones peliagudas. La figura paterna se desdobla en varios entes también, quienes representan importantes conceptos en la vida imaginaria y en la real de la adolescente protagonista, llegando a ocupar un lugar primordial.
Solícita, sabichosa y hacendosa, la bisabuela Trina resume y sintetiza lo ocurrido en frases de personalidades famosas al cerrar cada secuencia dramática de la obra, siendo en ocasiones hilarante su actuar, aunque otras veces digno de un colofón de tragedia: es quien siempre pone el punto en la I, como se diría. A la vez, está caracterizada como aquel móvil de la acción que alivia cualquier situación por grave que sea; y podría decirse que es un símbolo del tiempo y de las tradiciones familiares, no solo por su avanzada edad y su original y experimentada visión del mundo, sino porque finaliza cada escena presentando un dulce distinto que ella misma elabora, cual mensaje de optimismo para toda la familia. Encarna a su vez el pasado de ese pequeño núcleo, que también es parte de un devenir nacional e incluso mundial, pues en voz de la madre se realiza la narración —a la manera de anécdotas dentro del relato general— de pasajes fundamentales de la Guerra Civil Española y de su repercusión en el entramado planetario político, social y ético —a través de una «simple» relación familiar— en una época y un escenario histórico realmente desgarradores, que nuevamente la imaginación de la protagonista suavizará.
La figura del espantapájaros, creada por la propia Jo a partir de un recuerdo de la infancia escuchado en boca del padre de Norah, y vestido con las ropas del progenitor ausente, refleja la literalidad de la construcción de la efigie paterna por la joven, que en parte difiere de la realidad. Poco a poco esta última se irá dibujando, como si se tratara de un rompecabezas, y se podrá conocer cuánto de fantasía ha aportado la muchacha al padre auténtico. Igualmente, Jo evidencia de esta manera poética y tierna, el paralelo de la protección y el apoyo que le falta —siendo un espantajo quien cuida la siembra y aleja a los depredadores de la cosecha—, acentuada en el acto de buscar al monigote para contarle sus cuitas y dormir a sus pies cuando las tormentas hogareñas se acentúan demasiado.
La madre, Magdalena, presente-ausente, de personalidad débil, indecisa y sometida por una abuela, Mariela, que podría caracterizarse como una Bernarda Alba al calco en ocasiones, es el desbalance perfecto que potencia la fuerza de la protagonista, y a la vez cumple pequeñas misiones dramatúrgicas más imaginarias que reales, como alimentar y esconder al perro, atender al padre oculto (en la memoria, si se interpretara este aspecto en el plano metafórico) y soportar un impensable castigo físico propinado por su progenitora, que a las alturas del desarrollo de la obra, nos hace dudar de su veracidad y comienza a aclarar algunos puntos referidos que se han sospechado, debido al complejo carácter protagónico que nos ha diseñado la autora.
El texto se divide en tres partes tituladas «Antes de hacer la magia», «Después de hacer la magia» y «Epílogo», acorde a una graciosa invocación que realiza Jo para librarse del poder maligno de su abuela y devolver la armonía a la familia. En el entretejido de los sucesos también estarán involucrados una pandilla de muchachos del barrio, el profesor de Español —identificado bajo el mote de Cabeza de Ladrillo— y un simpático psicólogo.
La escritura, disfrutada como pocas en la actualidad, no solo halaga por su bien lograda dramaturgia, sino por cada detalle formal que resulta impecable, impidiendo cualquier tipo de extrañamiento estético que atente contra la atención que reclama la riqueza del conflicto. A propósito, se agradece también la labor de edición de Malvis Molina Armas y la corrección del estilo por Suremys Pavón Madera. La ilustración de cubierta y el diseño de la colección, muy a tono con la contemporaneidad digital, sus signos y sus códigos, corresponden a Ricardo Quiza Suárez; y los ajustes de diseño, a Carlos Javier Solís. La realización es de Dania Iskra Carballosa Fuente. El libro fue publicado en 2020 por la Casa Editora Abril en su colección Juveniles con la etiqueta #realismo, y está dedicado a Daniel Castaños.
La autora, Diana Castaños, es una muy reconocida escritora cubana nacida en La Habana en 1986. Periodista de formación y graduada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, donde trabaja, tiene publicada por esta misma editorial la obra No hay tiempo para festejos; además, en Gente Nueva, vio la luz su Josefina; y tiene en su haber otros libros en la editorial Samarcanda, La Luz, de Holguín, y Bokeh. Entre los galardones obtenidos en su carrera autoral, destacan el Premio de Periodismo «26 de Julio», del 2008; el de Investigación Literaria «Florentino Morales», de 2013; y en 2016, los Premios «Memoria», «Calendario» y «Pinos Nuevos».
Invitamos a adentrarnos en esta lectura reflexiva y refrescante a la vez, cuyo entorno se ubica muy cerca de una playa, de un sembrado de coloridas flores y de un entrañable espantapájaros, todo ello tejido en una historia familiar muy singular que satisfará nuestras expectativas con creces.
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