En el año 1926 José Antonio Fernández de Castro y su amigo Félix Lizaso publicaron una de las antologías poéticas más importantes del siglo XX insular. Se trataba de La poesía moderna en Cuba 1822-1925. Acompañada de una serie de valoraciones que recorrían un segmento crucial de nuestra lírica cerraba con una selección de jóvenes poetas, a quienes calificaron como «Los nuevos». Los compiladores, al presentarlos, escribieron:
Por primera vez en Cuba, una generación de poetas de marcada juventud, se manifiesta con caracteres propios y orientación definida. Detrás del unanimismo contemporáneo […] acertarán a expresar sus observaciones, apresadas con ojos ávidos, frente al panorama múltiple e intenso de la vida contemporánea. Con marcadísimas excepciones, la torre de marfil carecerá de sentido, y por un camino o por otro, irán al encuentro de la multitud. [1]
Hoy, al paso del tiempo se hace evidente la razón de los compiladores. Algunos de los que integraron aquella selección fueron José Zacarías Tallet, Ramón Rubiera, María Villar Buceta Enrique Serpa y los hermanos Dulce María y Enrique Loynaz entre otros. Cada uno respondió a formas diversas de la expresión lírica a lo largo de sus vidas. No obstante, en nuestros días constituyen, salvo excepciones como la Loynaz y Tallet, (a pesar de que hace unos años se publicó la poesía de Enrique Loynaz del Castillo), [2]perfectos desconocidos incluso para los más jóvenes creadores. Esa es una de las tantas aristas por la que despierta interés la publicación de la correspondencia cruzada entre Enrique Loynaz y ese otro ensayista y crítico, también ignorado hoy, que fue José María Chacón y Calvo a cargo de Virgilio López Lemus.
Nadie como Dulce María para caracterizar a su hermano,(abogado como ella), oficio que ejerció con éxito: «Enrique, sin embargo, más culto que yo, más inteligente, más saturado de Beccaría y Jiménez de Asúa, más imbuido en la filosofía del Derecho que en su aplicación práctica, más investigador de los orígenes que atento a los efectos, solía impacientar a estos señores del tribunal […]». [3]La cultura y la extrema sensibilidad de este poeta son develadas en cada una de las cartas que dirigió a su amigo. Enrique Loynaz encuentra en Chacón y Calvo no solo al amigo, sino también al crítico, al lector acucioso de su obra. Unido a las reflexiones sobre la poesía, la cultura y el hombre desde un profundo sentido filosófico, acerca de lo cual le escribe Enrique a su amigo, pueden encontrarse momentos como estos: «P.S. Como yo sé que le ha de dar un gusto quiero decirle que hoy ha ganado el Almendares». [4]En las misivas del poeta está un pequeño testimonio de su encuentro con Lorca en La Habana. Y, algo que es esencial para cualquier investigador de la producción poética de Enrique Loynaz, el cómo nacen y perfilan muchos de sus textos poéticos. La extrema sensibilidad y desgarramiento interior del poeta son expresadas en esta carta a Chacón y Calvo:
Yo no le doy versos, y debía sin embargo dárselos todos como usted ha querido. Pero yo soy obscuro como mi vida, como mi poesía, y no todo aquello dentro de mí de be ser, es. ¿Qué culpa tengo? Si me era imposible darle dos cosas cuando me empezaron a parecer desiguales. Si llegué a aislar mis versos de mis afectos. Si me fui quedando solo con un ideal, una cosa y no quise, no pude dar mi poesía. Si preferí dar mi alma. Toda mi alma.[5]
No publicó nunca ninguno de sus libros, tal como advierte el investigador Virgilio López Lemus, en sus palabras introductorias a esta correspondencia. Quizás haya desaparecido algunos de sus textos. Pero Enrique Loynaz sigue allí, como una suerte de misterio poético, en el campo de nuestra cultura. Por eso hay que agradecer y mucho a López Lemus la publicación de esta correspondencia vital para entender a una de las almas más angustiadas de nuestra creación y, a la vez, más profunda y humana.
Razón tiene el compilador, pues, al advertir con toda fuerza al lector que:«En las cartas de Enrique Loynaz hay suficiente lirismo como para que la curiosidad investigativa en torno a él no cese, pero sobre todo, para que su orbe sensibley cálido enriquezca nuestra apreciación actual del mundo y de la época en que vivió el joven remitente de Chacón». [6]
Notas:
[1] Félix Lizaso y José Antonio Fernández de Castro (compiladores): La poesía moderna en Cuba. 1822-1925. Librería y Casa editorial Hernando, Madrid, 1926, p.325.
[2] En 1993 el ICL publicó Alas en la sombra una suerte de antología que recogía el quehacer literario de Enrique, Carlos Manuel, Dulce María y Flor Loynaz. Parte de la obra de Enrique Loynaz, compilada por Ángel Augier, se publicó por la Editorial Letras Cubanas en el año 2007. No me refiero aquí a la enorme labor de divulgación y estudios que ha promovido el Centro Hermanos Loynaz desde Pinar del Río. Pero con excepción de la obra de Dulce María, a partir de sus premios, no se ha vuelto sobre la producción lírica y la labor cultural del resto de sus hermanos.
[3] Dulce María Loynaz: Fe de vida. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2000, p. 165.
[4] Enrique Loynaz, «Jueves- 15 – febrero de 1923», en: Virgilio López Lemus (Compilador): Enrique Loynaz desde el jardín. Cartas a José María Chacón y Calvo. Ed. Loynaz, Pinar del Río, p. 36.
[5] Enrique Loynaz, 15 de mayo de 1923, ob. cit., p. 49.
[6] Virgilio López Lemus: «Invitación a la lectura», en oc. cit.,p.12.
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